domingo, 28 de marzo de 2010

RG 25: Consuelo y soledad, la noche de anoche

Dos pares de media, tres calzoncillos, una remera linda y otra fea, un pantalón gastado y otro sucio. Un buzo por las dudas y la campera de siempre. Peine, desodorante y documentos. "Agarro este paquete de galletitas de agua. Bah, lo que queda, el resto murió en combate. Que raro lo que pasa con las galletitas de agua: no tiene gusto a nada pero la gente las compra. Será como tantas vidas: la gente las vive con gusto a nada y no protesta en ningún kiosco".
Mientras pensaba en la nada y cuestionaba su todo, agarró el bolso con ese puñadito modesto de ropa, cerró con dos vueltas de llave, bajó los dos pisos por escalera porque no tenía ganas de esperar el ascensor, salió a la calle, cruzó, paró un taxi y le dijo: "A Retiro".
Quince minutos después, se paró frente a las ventanillas decidido a ejecutar el plan que tanto tiempo le rondó en la cabeza. Noches y noches planeando, soñando, imaginando. Días y días juntando valor en las esquinas, mendigándose a sí mismo coraje en cada uno de sus órganos. Semanas, meses y años preguntándose el cómo y buscando el cuándo. El dónde no importaba…
-Deme un boleto al primer destino que tenga, le pidió al boletero.
-Salen tres micros en media hora. Mar del Plata, Chivilcoy y Paraná. ¿Cuál te doy?
-Ehhh… Dame… Ehhh… ¿Tenés lugar en todos?
-Sí, de sobra. Es martes, casi medianoche, mitad de mes, no hay feriados cerca. ¿Quién va a viajar a ningún lugar?
-Yo voy a ningún lugar. Yo voy a mi lugar.
-¿Y cuál es tu lugar?
-Ese.
-Aja. No, vos no tenés un lugar. Vos tenés…
-¿Y a vos que carajo te importa? Vos está para venderme un boleto, no para psicoanalizarme. Ya vengo.
Arrastró sus huesos, sus penas y su cansancio hasta las narices de los micros, que esperaban estacionados casi uno al lado de otro. Una rubia que contagiaba tristeza sobresalía entre el pasaje a Mar del Plata. Un hombre de unos 60 años, tal vez menos, tal vez más, hablaba con el chofer del micro a Chivilcoy: "Parece que habrá una gran tormenta en la ruta". Una pareja que segundos antes devoraba a besos subía al primer piso del vehículo a Paraná. "Lo único que me falta: seguro cogen en el viaje", pensó.
Le sobrevoló la idea de masturbarse rumbo a la capital entrerriana. O de consolar a la rubiecita camino a la playa, aunque después recapacitó y se dijo: "No estoy para hablar ni con Dios, ni con el Diablo, ni con la rubia, ni conmigo mismo". ¿Chivilcoy? ¿Y si choca? "¡Mejor, que choque!", vociferó. Un gordo con cara de malo y tatuajes de más malo, lo miró con ganas de pelear. "Perdón, que no choque". El gordo escupió en el piso y siguió su camino rumbo al micro con destino a Nono.
Volvió a las boleterías. La guerra entre su consuelo y la soledad había dejado varios heridos en acción. Eligió otra ventanilla y preguntó: "¿Queda algo para hoy?". "Mañana, a primera hora, es el próximo micro", escuchó de quien sabe quien.
No le interesó ni el dónde, ni el cuándo, ni el cómo. Tomó su mochila, le regaló su remera linda a un pibito que pedía monedas, su buzo a un vagabundo que tiritaba de angustia en la noche de 30 grados de térmica, el desodorante terminó en la basura y el resto de la mochila en los brazos del chorro que nunca falta. "Dame todo o te quemo". "Yo ya estoy quemado, nene", le susurró sin ganas y sin fuerzas.
Subió al taxi marchito y le dijo: "A casa".

jueves, 25 de marzo de 2010

Chopsuey

"A pedido del público..." Esa frase tan utilizada en el mundillo del espectáculo siempre olió a mentirilla piadosa. No se conocen manifestaciones colectivas en busca de la reposicón de una obra, ni cadenas de mails, ni invasión de letras en twitter, ni nada.
Pero bueno, hay juegos que merecen ser jugados, cerrar los ojos y jugar algunos juegos que merecen ser jugados. Y, entonces, abrir la puerta para darle lugar a las travesuras y disfrazarse de especialista en cine por un rato.
Dicen por ahí que en un bar de la glamorosa París, y también en una charla de amigos en Pekín, y porque no en un curso de pseudo-intelectuales en Los Angeles, debatieron sobre si es exagerado o justo la obtención del Oscar de Sandra Bullock por su interpretación en The Blind Slid. "Rinde pero no deslumbra", dicen que le dijo una francesa a su prima, mientras que una norteamericana, pituca ella, objetó la poca expresividad de la actriz.
Un chino, calmo y sereno, mientras hablaba con sus amigos de los jueves, afirmó: "En 2009 ganó Kate Winslet por El lector. Más atrás, Helen Mirren brilló en La Reina, Hilary Swank en Million Dolar Baby, y Charlize Theron en Monster. Son sólo algunos ejemplos de enormes interpretaciones de enormes actrices. Bullock le puso el cuerpo a un papel que requería el alma. Lo de Sandra huele a mucho, como a un premio aromatizado por el dulce de su trayectoria. La nominación ya era suficiente".
El chino terminó de hablar. Sus amigos de los jueves hicieron silencio. Pasaron diez segundos hasta que uno dijo: "¿Pedimos cerveza y chopsuey?".

martes, 23 de marzo de 2010

Bullock

The Blind Side es el nombre original. La traducción literal sería El lado ciego, que encaja a la perfección por duplicado. Primero, por tratarse de una terminología del fútbol americano, deporte que ocupa un lugar central en el relato. Pero ese término, el lado ciego, puede apuntar a esa característica de la sociedad de mirar sin ver.
Un sueño posible es la denominación que recibió en Latinoamérica. Quedará en la historia como la película que hizo que Sandra Bullock consiga un Oscar más relacionado con su trayectoria que con su tarea en este film, donde rinde pero no deslumbra.
Se trata de una historia real, y eso le da un plus a la trama. Narra la vida de Michael Oher, sus malas y buenas, aunque muchas más de las primeras que de las segundas. Con una frase que pasa casi desapercibida, pero con una profundiad asombrosa.
-¿Te gustaría quedarte esta noche en nuestra casa?, le pregunta Bullock a Quinton Aaron, en la piel de Oher.
-No quiero ir a otra parte, fue la respuesta...
En la vida se elige de muchas maneras. Demasiadas.

viernes, 19 de marzo de 2010

Agua

Dos días después del episodio glucosa, dos pisos más arriba del laboratorio, allí sentados en la sala de espera del espacio multiconsultorios, sonrientes, a mitad de camino de la relajación y del pico de strés, estaban ellos. La señora rubia y su esposa, el que según ella dice pavadas.
"¡Hola!", saludó ella, gentil, chusma y curiosa. Al fugaz intercambio de palabras y el dato que su glucosa subió a 167 después del cigarrilo en la puerta del hospital, le siguió el número para ser atendidos en recepción. "Vacunación es allá al fondo", guió la recepcionista calificada como "muy buena" por ser capaz de troca run billete de dos pesos por un par de monedas.
La espera fue interrumpida por el esposo, que se acercó intrigado al escuchar que la anécdota glucosa había sido desarrollada en este espacio. Y luego, realizó un monólogo sin interrupciones más que para pispear, cada dos segundos, si su esposa seguía sentada en el mismo lugar: "Trabajo en Aysa. Lo que antes era Obras Santiarias y después Aguas Argentinas. Estoy en saneamiento. Es muy importante, una ingeniería. La gente abre la canilla y apreta el botón y no sabe que hay detrás. Con perdón de la expresión, es como cuando alguien le cierran el esfinter. ¿Qué pasa? Bueno, imaginate que pasaría si se cerrasen los desagües cloacales. Por eso cuando me llega la boleta del agua tan barata y la del cable tan cara me amargo. ¿Cómo puede ser?".
En ese momento sonó su celular. La melodía era la del Mundial de 1978. La instrumental, no la cantada. "¿La reconocés?", preguntó antes de atender. Habló, miró a su esposa que le hacía una seña, saludó y se fue con su estilo de caminar particular, simpáticamente eléctrico. La señora que estaba sentada justo al lado y que esperaba su turno para pediatría con su hija y su nieto, sonrió y puso cara de "que personaje". La enfermera gritó: "Turno nueve para vacunación". Era hora.

jueves, 18 de marzo de 2010

Glucosa

La señora rubia, de unos 60 años bien llevados, esperaba para realizarse el segundo análisis de sangre por un estudio de glucosa. La chica de un rubio más furibundo, que orillaba los 40 años también decorosamente llevados, compartía la misma sala de espera aguardando que pasen dos horas para una nueva extracción de ese líquido rojo que todos llevamos dentro.
-Tengo que entrar 11.40, ¿puede ser?, dijo la señora del rubio más apagado.
-No, no puede ser. Yo entré un poco antes y mis dos horas se cumplen a las 10.30. Vos debés entrar 10 minutos después.
-Es que más tarde deben bajar la persiana, acota el marido de la primera.
-¿Qué decís? ¿Si en el labortatorio no había persianas? Ay, siempre igual. ¿Vos también estás para el de glucosa?
-No, yo estoy embarazada.
-¡Qué lindo! ¿El primero?
-No, el cuarto. Con mi marido nos casamos chicos, yo tenía 15 y él 18. Y tenemos un hijo de 20, uno de 18, y una nena de 10. Ahora viene otra nena.
-Que bueno... ¿Tenés el nombre?
-Alma. Porque a mí me estaba por sacar el útero y llegó ella. Es un regalo de Dios. Nace en mayo...
-Ay, de Geminis. Como mi marido. Los geminianos son buenos. Mi marido es bueno, pero dice pavadas. El es así: hace un rato dijo que el laboratorio tenía persianas...
A veces, sobrellevar dos extracciones de sangre y un horripilante líquido para provocar quien sabe que dentro del cuerpo, se hace menos tedioso...

lunes, 15 de marzo de 2010

RG 24: Silvia

"Y tuve que cerrar el kiosquito. Desde entonces, la vida me va pasando".
Silvia vivió varias décadas y no sabe cuanto más le queda. Tal vez lustros, quizás años, o quien sabe si sólo meses. Tiene la sonrisa fácil, la voz pausada y la resignación encastrada en la mirada. Es de esas personas que no vive: sobrevive. Las hojas de su almanaque vuelan sin resistirse ante la menor brisa. Revolotean sin intensidad por las calles de Caballito y Paternal. Y pasan, una tras otra, sin dejar ninguna estela en su huella.
Tres hijos varones que van y vienen y un marido con problemas de salud son la resaca que le queda de aquellos viejos buenos tiempos familiares. Su película está lejos de la comedia, aunque no entrega escenas de dramas de esos que llenan páginas y páginas del diario de hoy. Simplemente se va consumiendo. Sencillamente, su llama interior está daltónica de los colores vivos y sólo entrega matices en el tono de los grises. A veces claros, muchas oscuros.
"Desde ese día que bajé la persiana...", recuerda con la meláncolía instalada para siempre en su esqueleto. Tiene fecha de origen ese sentimiento. No se trata de un día establecido con mes y año marcado con rojo en el calendario rancio. Se trata deuna jornada marcada con rojo en el alma marchita en el ejercicio de retroceder al pasado y volver al hoy con las migajas del pan saborizado con felicidad.
Ese día, Silvia sabía que ese kiosquito ya no tenía sentido. Vendía caramelos y chocolates, pero era en realidad se trataba del refugio de las almas. Allí iban los varones enfundados en sus manchados guardapolvos ya no tan blancos a pasar la tarde con mamá. La vida los reunía alrededor de los Sugus, de los Jack, o los Bazooka. Esperaban las Navidades con la mesa afuera, en la vereda, vendiendo los fuegos artificiales que un par de décadas atrás apenas si estallaban.
Es que eran otros tiempos. Otra vida para todos. Otra realidad para Silvia. Hoy alquila su casita en Mar de Ajó los veranos y con eso suma algún pesito más a sus ingresos por cuidar viejitos. Extraña a sus hijos de guardapolvos blancos que son estos hombres obligaciones varias. Ayuda a su marido a sobrellevar con entereza una enfermedad de esas que golpean duro y parejo. Dice y repite, como un lema, que hace lo que hace mientras "la vida le va pasando".
Y así, mientra la cuenta regresiva le suma días aromatizados con gusto a poco, muy poco, Silvia convive con la última adquisición en el mercado de las cosas que nunca quiso comprar: una paralisis facial. "Y bueno, habrá que seguir un poco más...". En la vuelta de la esquina la espera un día más. Un día menos.

lunes, 8 de marzo de 2010

Palabra

Hay palabras lindas. Otras feas. Las hay hirientes, sanadoras, sencillas, complicadas.
Hay palabras graves gramaticalmente, y graves espiritualmente. Las hay agudas. Y esdrújulas. Acentuadas con tilde o acentuadas en su énfasis.
Hay palabras que dicen todo y otras que no dicen nada. Algunas cortas, otras largas. Unas que son música para los oídos. Otras que sólo generan ruido. Conciliadoras. belicosas. Meditadas. Impulsivas.
Palabras para siempre. Palabras que se vuelan. Palabras comprometidas. Palabras sin compromiso.
Palabras. De eso se trata. Manianadesol.blogspot.com, segunda temporada. Una constante búsqueda de la palabra correcta en el lugar correcto.