viernes, 27 de agosto de 2010

EM 19: Nemo

Esa noche, ya madrugada, Ernesto Poroto Marangoni se sintió bien. Muy bien. Ayudó al señor borracho a recuperarse y a volver a su domicilio. De regreso hacia Almagro, el solo que asomaba le iluminaba la sonrisa. ¿Y si aquella señal era cierta? ¿Y si en verdad es un Evita Muerte? ¿Y si Rodríguez tenía razón? ¿Y si el no poder cumplir con su suicidio implicaba la luz en la oscuridad? ¿Y si tal vez ese señor borracho iba directo a su propio suicidio?
-Y si dejás de barrerme los pies. José...
-Uy, perdón. No te vi, Porotito.
-Basta de diminutivos. Soy Ernesto. O Poroto. O Marangoni. O...
-Pelotudo.
-Sí, muchos me dicen así.
-¿Qué hacés a esta hora de la mañana, tan temprano, por la calle? ¿Una chica? Ya sé: ¡la del papelito!
-No, no hay papelitos mágicos. La magia, para los magos.
-Y las expensas, para los porteros. Jajajajaja.
-...
-¿No te causó gracia?
-...
-Sos muy amargado, Porotito.
-Me voy, basta de diminutivos.
-No, no te vayas, contame que haces en la calle a esta hora.
-Salve una vida.
-Jajajajaja.
-Chau.
-No, perdón, seguí.
-Un borracho, estaba muy mal. Lo ayudé. Creo que un trago mal y moría.
-Ejem...
-¿Ejem?
-Ejemplificame más lo que decís.
-Estaba al borde la muerte. Como un desagüe tapado que, con un poquito más de agua, desborda. Eso.
-¿Los desagües mueren?
-Es una forma de decir. ¿Sabés lo que es metáfora?
-¿En qué equipo juega?
-Basta. Vos no entendés. Uno no puede estar de brazos cruzados ante los problemas de otros. No somos islas. Hay que ayudar. Ayudarnos. Si alguien está tirado, hay personas que lo miran y le dicen: "Pobrecito". Otras prefieren dar fuerzas para luchar. Como Nemo.
-¿El pescadito?
-Sí, ese. Ese sí sabía lo que quería. Yo sé lo que quiero. No sé si lo hago bien o mal, pero estoy del lado de los que sienten que hay que tirar para adelante. Siempre.
-Pareces un pastor evangélico.
-No, soy Ernestito Porotito Marangonito.
-El pastorcito evangeliquito.
-Jajajaja.
-Jajajaja.
De golpe, los dos callaron. Ya el sol pegaba fuerte en sus caras. La vereda estaba empapada con el agua que salía de la manguera. La chica se mojó sus zapatillas, pero no dijo nada. Ni una queja. Sólo un suave "permiso" para poder pasar.
Vestía una pantalón rosa, y una remera que delante decía: "Los Reyes y Papá Noel no existen...". Cuando se fue, además de mirarle el culo, leyeron: "Y a la gente solo la ayuda la gente...". Firmaba Patricio Santos Fontanet.

jueves, 19 de agosto de 2010

EM 18: Cátulo Castillo

Ernesto Poroto Marangoni no se droga. No se emborracha. No es vicioso, ni jugador, ni mujeriego. No salta la barrera de la mediocridad. No se le conocen más sueños que los de anoche. Pero lo apasiona ir allí, a ese bar en el corazón del Abasto. Se sabe la historia de memoria: "Hoy me enteré que se inauguró en 1923, con el nombre de El Asturiano Provisiones y Fiambrería. En 1962, cuando abrió el primer supermercado en el barrio, se cerró el almacén, y siguió funcionando como bar", le dijo hace un par de años a Rodríguez, cuando lo llevó por primera. Fue la única: "Me cansé que estés todo el tiempo mirando los banderines con la boca semiabierta, chorreando baba", le espetó Rodríguez.
Poroto queda siempre enceguecido con los banderines. Son 450. Siempre pide lo mismo. En realidad, ni siquiera pide: se sienta, empieza a mirar las paredes, abre la boca y le empieza a correr saliva por la comisura de sus labios. Le traen una picada, una soda, y lo dejan ahí hasta el cierre. Poroto come lentamente, papita por papita, aceituna por aceituna, salchicha por salchicha, hasta que llega la hora de cierre y se va, caminando calmo por las calles del Abasto, ya sin tomates podridos ni hombres con botellas de Resero.
Esa noche algo cambió. Enfrente suyo había un hombre que tomaba y tomaba. Poroto se dio cuenta por el ruido que hizo al caer un vaso al piso. Vio al hombre de unos 60 años, arrugado, con las canas engominadamente prolijas. Con una herida en el alma que le traspasaba la piel y quedaba al descubierto. Ernesto recordó aquel designio de Rodríguez, y se puso el traje del salvador que nunca fue, ni es, ni será. Nadie es lo que no es. Pero todos somos lo que ilusionamos ser. "Este hombre se puede morir de cirroris –pensó-, lo tengo que salvar".
-Señor borracho, por favor, deje de tomar. Su vida corre peligro. Deje de ingerir esa botella de cerveza.
-¿Vos quién, HIC, sos?
-Me llamo Ernesto Marangoni. Me dicen Poroto. Y soy el Evita Muertes.
-Pero, ¿vos quién sos? HIC.
-Ya le dije...
-Ah, sí… Cierto. ¿Cómo te llamás?
-Ernesto.
-¡Que lindo nombre que tenés, Enrique! HIC. Yo me llamo Cátulo.
-Como Castillo.
-Enrique, ¿sabes porque me llamo Cátulo? HIC. Por Castillo. HIC.
-Eso dije recién.
-¡Eso te dije recién! Cátulo. Me llamo Cátulo. HIC. En honor al mejor letrista de tango de la historia. Ese sí que era un crack. HIC. Cucha, Enrique, Cucha.
El borracho se paró, trastabilló, se agarró de la pared, tomó la botella de vino cual micrófono y empezó a cantar, con voz ronca, una entonación adecuada, y todo el sentimiento que exige cantar La última curda:

Lastima, bandoneón,
mi corazón
tu ronca maldición maleva...
Tu lágrima de ron
me lleva
hasta el hondo bajo fondo
donde el barro se subleva.
¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón!
La vida es una herida absurda,
y es todo tan fugaz
que es una curda, ¡nada más!
mi confesión.

-Bueno, señor borracho, usted tiene que dejar de tomar. La bebida en grandes cantidades hace mal, interrumpió Poroto.
El borracho siguió hasta la última estrofa:

Cerrame el ventanal
que arrastra el sol
su lento caracol de sueño,
¿no ves que vengo de un país
que está de olvido, siempre gris,
tras el alcohol?...

Se sentó, eruptó, miró a Poroto y le dijo: "Todo en grandes cantidades, HIC, hace mal, Enrique.
-Me llamó Ernesto.
-¿Y si te llamás Ernesto por qué me dijiste Enrique? ¡Sos pelotudo, HIC!
-Sí, todos me lo dicen. Vamos, lo llevo a su casa. ¿Dónde vive?
-Escucha, Enrique: "Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una". No me acuerdo donde está mi casa, Enrique.
Poroto quedó, de nuevo, boquiabierto. Quería saber de quienes eran esas sabias palabras. "Una pregunta, señor borracho...". El hombre lo interrumpió y le dijo: "Voltaire, HIC. HIC. HIC". Luego, cayó redondo al piso.

viernes, 13 de agosto de 2010

EM 17: Juanita Viale

Por una semana seguida, y en sucesivos horarios, ese teléfono dio ocupado. Ernesto Poroto Marangoni se aprendió de memoria el discurso estándar que la empresa telefónica. Llamaba sistemáticamente tres veces por día. Antes del almuerzo, antes de la merienda, siempre café con leche con dos tostadas de queso, y antes de la cena. Pero nada.
Fue al supermercado y María tenía franco. Decidió gastar unos pesos más y fue a comer a El Banderín, un bodegón cerca de su casa, por la calle Guardia Vieja. "¿Venís? Te invito. Pago yo", le dijo Poroto al portero José, que como siempre estaba en la calle haciendo su especialidad: nada.
-No puedo, Ernestito.
-No me gusta que me llamen así.
-Perdoname, Porotito.
-Basta.
-¿Marangonito?
-Josecito, porterito, tontito. ¿Por qué no podés?
-Van a ser las 21. Tengo que ver la novela de Juanita Viale.
-Es muy mala esa novela.
-Pero Juanita muy linda.
-¿Y tu mujer que dice?
-Que Gonzalo Heredia es muy lindo.
-Pero, ¿y los celos?
-Tengo una teoría, porotito.
-Poroto.
-Sí, como quieras. Yo creo que la mayoría de las personas están con lo que les tocó. La gran mayoría de los varones del mundo quisieran casarse con Juanita Viale. Y la mayoría de las minas con Gonzalo Heredia. Pero están con la persona con la que pueden estar. ¿El del quinto A? ¿La del tercero B? ¿Los gays del octavo B? Todos, todos, todos en este edificio están con alguien que no es su ideal, pero es lo que pueden.
-¿Y quién te dijo que eso está mal?
-No juzgo. Sólo evalúo. El que tiene suerte sos vos, Marangonito. Solo, solo, solo.
-Uno siempre quiere lo que no tiene, nunca te olvides de eso José.
-¿Me cambias la vida una semana? Insisto, Porotito: sos suertudo.
-¿Sabés quien es Isaac Asimov?
-¿En qué equipo juega?
-No, burro. No es futbolista.
-Ah, no, perdón. De básquet no sé.
-Tampoco es basquetbolista.
-¿Tenista? Eso es de chetos.
-Basta, no es deportista. Es uno de los mejores escritores de la historia. Original, entretenido, ingenioso, pensante…
-Interesante.
-Shhhhhhh, deja terminar. El gran Isaac dijo una vez: “La suerte favorece solo a la mente preparada para su llegada”.
-Entiendo. Vos no estás preparado. Pero igual creo que tenés suerte, Porotito.
-José.
-Sí.
-Andate a la putita que te parió. Me voy a comer, boludito.

viernes, 6 de agosto de 2010

EM 16: El Exorcista

Ernesto Porto Marangoni abrió la puerta de su departamento y apuntó directamente a la heladera. Se sirvió un vaso de Pepsi de la botella de litro y cuarto y lo tomó en cuestión de segundos. Y otro. Y otro. Después, se dio una ducha para limpiarse la herida externa y relajar las heridas internas. Se secó con la toalla de Pluto y se sentó en la mesa, al lado del teléfono. Decidió prender la radio.
"¿Qué es lo que hace que caigas siempre en el mismo lodo? Será la costumbre, la cobardía, la ansiedad", canta Pablo Pino desde el parlante. Ernesto mira el papel y, mimetizado con esa letra, Poroto tomó el tubo y marcó el 154-979.
-Hola
-Hola Rodríguez, soy yo.
-Poroto, viejo, tan tiempo. ¿Sabés que vi anoche?
-No me interesa.
-Una película extrarondaria.
-No me interesa.
-El exorcista.
-Sabía que era esa. Ya la viste 99 veces.
-Sí, fue la vez número 100. Una obra maestra. Genial. Brillante. Extraordinaria. ¿Sabés que después de la vez número 78 ya no tengo miedo cuando la veo?
-No me interesa. Tengo un problema.
-¿Sabes que Linda Blair, la nena de la peli, dijo que sí para filmar la peli porque quería comprase un caballo para hacer equitación? Hoy sigue participando en torneo, con otro nombre, y ganó varios trofeos.
-No me interesa. Tengo un problema.
-Decime, Poroto, soy tu mejor amigo y nunca te fallé.
-...
-Bueno, casi nunca.
-...
-Bueno, dejalo ahí. Decime.
-Me dieron un número de teléfono y no me animó a llamar. Y me acordé de una frase del cuaderno.
-...
-"Quedarse en lo conocido por temor a lo desconocido equivale a mantenerse vivo pero no vivir".
-Interesante. ¡Pero vos haces lo contrario!
-Exacto. No vivo. Y me surge una pregunta: ¿cómo se vive?
-¿De quién es la frase?
-Autor anónimo.
-¿Y vos te hacés tanto drama por una frase que no sabés quien la dijo, ni cómo, ni en qué circunstancias?
-¿Y eso que tiene que ver? Lo que valen son las palabras.
-No, quien las dice.
-Palabras.
-Quien.
-Palabras.
-Quien.
-Palabras.
-Quien.
Poroto cortó. Recordó la película de Rodríguez, exorcisó sus temores de un suspiro, tomó el teléfono, miró el papelito y llamó. Dio ocupado.