jueves, 27 de septiembre de 2012

Celular

La cola, fría, apoyada en la vereda. La espalada, fría, sobre la entrada de esa casita de barrio. La noche, fría, regalando más desolación. Es la especialidad de la casa: las noches mal paridas ofrecen como menú principal un plato cargado de desolación. "Para compartir", dirían en un restaurant. Tan cierto y cruel: las desolaciones se comparten... "¿Quién habrá inventado este aparatito de mierda?", se preguntaba el pibe, tirado en el piso con la esperanza congelada en esa noche fría. "Estoy abajo, enfrente de tu casa. Te espero. Mandame mensajito, por favor. Hablemos". Y pasan los segundos, los minutos, las horas. Y el celular no dice nada. De nada. El silencio se apoderó de su alma, si es que tiene corazón el muy maldito teléfono. "Encima pasa este tipo con cara de pelotudo", refunfuñaba el pibe. Hasta que...¡Milagro, sonido de mensaje! Pero el celular no muestra nada en el buzón de entrada. Nada. El tipo con cara de pelotudo está diez pasos más allá. Se detiene, saca el aparatito del pantalón, aprieta las teclas, sonríe y espera. Sí, el muy cretino espera. Sabe que la respuesta será inmediata. El sonido llega, pero es el propio celular. "Sí, sí, sí", se festeja. El corazón se acelera. Hay un 1 en el buzón. "Síííí". Pero no. "Somos diez para el partido de mañana. Viene Juancito. Nos vemos". Otro sonido interrumpe la calma de la fría noche, que a esta altura es más despiadada que helada. La temperatura se soporta. El desamor no. El tipo con cara de pelotudo mirá su teléfono, sonríe, mueve su brazo derecho de arriba abajo. El sí tiene motivos para celebrar. Cuando el corazón se desangra por dentro, no hay herida peor que ver festejos ajenos un sábado a la noche. La cola está fría. La espalda también. El corazón tiembla, pero ya no es de frío. El celular yace roto en la vereda. Sus últimas palabras fueron: "Llega temprano así comenzamos en punto. No hagas pelotudeces esta noche".

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sudestada

Desparramadas sus almas por el universo, con corazones resquebrajados por los golpes de la vida, el viento los revoleó por el aire y los puso en la misma vereda. Nunca caminaron a la par, pero caminaron de la mano. Y eso es bastante en tiempos donde las manos tocan más tecnología que piles. Se agarraban, se acariciaban, se soltaban, se apretaban... Y volvían a empezar en este juego de 20 dedos que van y vienen, vienen y van.
Acurrucadas sus almas, abotonados sus pulgares, enfrentaron tormentas con paraguas de cristal y soportaron terremotos en casitas de papel. Pero esto no se trataba de almas intocables, de almas que nadie ve y todos glorifican. De almas escondidas detrás de cinco letras. De almas arpías espiando los futuros que no vienen y refregándose los ojos con los presentes que se van sin saborear. No se trataba de almas, sino de órganos vitales.
Le dio sus ojos para mirar juntos y quiso su nariz para oler primaveras. Le dio su nariz, aún con el riesgo de no saborear más aromas de flores, y le pidió su boca para devorar el mundo. Le dio su boca, entonces, pese a pasar días famélicos, pero ahora el deseo fueron los pulmones para tener más aire. Le dio sus pulmones aunque le faltase oxígeno, pero ahora el pedido era su miembro para saber que se siente. Le dio su miembro matando su hombría, pero escuchó esa vocecita pedigüeña y exigente que iba por más y más: "Quiero más. Lo merezco. Quiero todo. Quiero tu corazón para que sea mío. Tenerlo, tocarlo, sentirlo, manejarlo. Tenerlo en mi mano y comerlo de un bocado".
Era capaz de darle todo, pero el problema es que no todos los todos son las mismas cantidades. Algunos todos huelen a mucho para el que entrega y a poco para el que recibe. O viceversa. Algunos todos son migajitas para quien espera se enamora de la torta de mañana sin apreciar el pan de cada día.
Se sacó el corazón para satisfacer el pedido. Se lo dio en un hermoso paquete de regalo. Y le dijo: "Es tuyo. Como siempre. Pero no latirá igual en tu mano. Sus latidos no golpearán con la misma fuerza que antes". Esa noche había sudestada. El viento desparramó sus almas por algún lugar del universo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Cuando la matemática falla

Hay otro gran capítulo de The Big Bang Theory que permite pensar que Considerarlo una serie de humor sería demasiado poco.
Es víspera de Navidad, Penny, la rubia y hermosa vecina, tiene en sus manos un regalo para Sheldon. Este, en lugar de alegrarse, se preocupa: deberá comprarle un obsequio del mismo valor. Y, como sabe que hay dentro de la caja, arma un plan. Su plan perfecto. Compra 4 regalos de distintos valores y, cuando Penny le entregué el suyo, fingirá un dolor, irá al baño, mirará por internet el valor y luego, de acuerdo al costo, le entregará a su vecina uno similar y los otros los devolverá.
El detalle es que el obsequio de Penny no tiene valor material. Es una servilleta firmada por un famoso físico. Sheldon le entrega los 4 regalos a Penny y le dice: "Lo sé, no es suficiente".
He aquí uno de los dilemas más complejos de la vida: el valor de los actos. Cada persona tiene su propia tabla de precios internos. Todos sabemos cuanto vale un kilo de manzana, más o menos. Pero nadie sabe cuanto cotiza en cada ser humano una servilleta autografiada. O un abrazo. O una caricia. O la comprensión. O...
Ahí, en ese terreno es cuando falla la matemática. Hasta para los físicos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Esos días

Esos días donde el corazón pide escribir pero la cabeza no encuentra tema. Mejor dicho, no focaliza tema. Aparecen ideas como rayos y después, sin saludar, se van en la inmensidad de la noche para nunca más volver. Viajan por el aire, revolotean, amagan un regreso y no, nunca pero nunca vuelven. Malditas ideas.
Esos días donde gobierna esa sensación ingobernable de que todo está por estallar. Para bien o para mal. Y que el mundo se repartirá en mil pedazos. O por lo menos el propio cuerpo. Después, la almohada mira fijo con cara de canchera y hasta parece burlarse. Maldita almohada.
Esos días de peleas constantes entre las voces internas, esas que no paran nunca de hablar. Nunca. ¿Hablarán tanto pero tanto en otras cabezas? "Que te dije, que no te dije". "Que hacelo, que no lo hagas". "Que vas bien, que vas mal". "Que sí, que no". Han inventado de todo, pero nadie inventó un silenciador de vocecitas sin necesidad de saltar de un quinto piso. Se llenaría de dinero. Malditas vocecitas.
Esos días en que dan ganas de dejar para mañana la urgente conquista del mundo. Pero mañana seguro que se lo conquista. No habrá más postergación. Pero cuando llega mañana, ya se hace pasado. Y pasado. Maldito mundo inconquistable.
Esos días donde el presente, rengo y todo, trata de fluir. Como un globo de cumpleaños, sube algunos metros y después desaparece en el aire. ¿Dónde irán esos globos? ¿Dónde irá la energía que fluye y luego se desvanece? ¿En qué almacén venden las recetas mágicas para vivir?
Esos días donde el presente mira al pasado y le gruñe. Mira al futuro y le ladra. Y termina en la cucha con frío, hambre y sueño. Esos días... Malditos días.