lunes, 30 de noviembre de 2009

Percepción

Algo tienen los chinos de los súper. Primero, voluntad de trabajo inclaudicable. Segundo, percepción.
Detrás del mostrador, un chino joven con peinado emo le cobra a una señora que pasó los cuarenta, luce equipo de gimnasia, un escote renovado y una marca blanca en su piel justo en el dedo anular izquierdo. Luce una sonrisa matinal y el pelo algo revuelto.
La dama en cuestión paga con 20 pesos un total de 18,25 pesos, y recibe el correspondiente vuelto en monedas. Mira, piensa y objeta: "No, está mal". El chino emo, confiado en que nunca se equivocan en los números, le afirma: "No, señora, está bien. Vos contas mal, señora". La dama que paós los cuarenta recuenta, se excusa y dice: "Perdón, tenés razón".
El chino, que en realidad puede ser japonés, o tal vez coreano, la mira, se ríe y le dice: "Es el amor...". La dama se sonroja, junta las monedas y deja el súper rápido sin comprarle nada al verdulero de la entrada.

viernes, 27 de noviembre de 2009

RG 16: Elizabeth, Beethoven, Malena y Manzi

Jadeaban. Gemían. Gritaban. Lamían. Tocaban. Besaban. Uno penetraba. Otra recibía. Ambos componían la más perfecta arquitectura humana que dos seres en estado de ebullición pueden ofrecer. Esa lengua extendida para devorarse esa gotita de transpiración que intrépidamente bajaba por su pecho erguido. Ese dedo movedizo e inquieto que urgueteaba por los rincones más oscuros del esqueleto femenino.
Y esa boca pidiendo más. Exigiendo más. Rogando por más. "Dale, dale, dale". Una palabra triplicada en el juego del deseo. El juego en el que los dos quieren ganar, pero sin que el de enfrente pierda. Los dos ganan. Los dos pierden. Extraño juego este del sexo...
Y esa otra boca respondiendo por más. Garantizando más. Y, también, coincidentemente rogando por más. "Tomá, tomá, tomá". El pene iba y venía en movimientos frenéticos. Con ritmo. Chocando a drede con paredes decoradas con éxtasis.
La mano roja de cachetear esa nalga nacida para eso, para ser cacheteada. Algunos pelos arrancados por un indecente pedido. Las respiraciones agitadas de tanto frenesí. Las almas a punto de estallar por el aire en mil pedazos.
-Quiero acabar con vos, papi.
-Dale, puta, dale que vamos juntos.
Cada palabra que se decían no era casual. Nunca son casuales las palabras, ni las buenas, ni las malas.
-Llego, llego. ¡Llego hijo de puta!
-Dale, vamos pendeja. Vamos juntos...
-Sí, sí, siiiiiii...
El extasis fue interrumpido por un sonido.
-¿No apagaste el celular, pelotudo?
-Me olvidé, perdón.
-¿Y desde cuando tenés Para Elisa en tu celular? ¿No tenías la marcha peronista, vos?
Matías se quedó quieto. Esa cama que ardía ahora era hielo. Puro hielo. Pocas cosas peores que las camas con sábanas de seda que esconden un hielo palpable. Acá era al revés: lo esencial era visible a los ojos.
Malena y Matías remaron unos días más. No hubo caso: no se puede remar en medio de un remolino. Por teléfono cortaron esa relación de seis meses que tan bien venía. Que tanto prometía. Y que, paradoja del destino, tan rápido acabó pese a que en esa noche de lujuria inconclusa no acabaron.
"No entiendo que mierda te pasa. ¿De qué tiempo me hablás?", le ladró ella. No hubo respuesta... Sí hubo respuesta: el silencio. La nada.
No fue casual el desbarranco después de escuchar el llamado con la sinfonía de Beethoven. Elizabeth fue un rabioso amor de verano. Desapareció sin avisar, dejando 100 promesas y 101 dolores. Reapareció sin avisar, trayendo 100 dudas y 101 ilusiones.
A la mañana siguiente Matías la llamó a Eliza. Al mediodía ya estaban encamados en un hotel. Uno, dos... Tres encuentros de dos almas deseosas de coger como animales. Sin romanticismo. Sin besos suaves ni palabras románticas. Sólo con salvajismo. Estaban en celo como gatos en la madrugada. Como perros abotonados. Nada más. Nada menos.
-Esta vez no te voy a dejar nunca, dijo ella en medio del festejo guarro de los dos meses después de aquel carnal reencuentro. En ese momento, mágicamente y por esos caprichos que impone el destino, un sabio experto en terquedad y en locuras, el Polaco Goyeneche cantó desde el celular de Matías: "Malena canta el tango, como ninguna...".
-Acabame, exigió la tetona siliconada.
La respuesta fue el silencio. La nada. El sexo estaba terminado. La pasión, también.
Matías es como tantos: quería lo que no tenía. Defecto de muchos. Un viejo tango ya sonaba en el estéreo de su humanidad. "Tal vez allá, en la infancia, su voz de alondra tomó ese tono oscuro de callejón; o acaso aquel romance que sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol..." Manzi dixit.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Felicidad

Páncreas, el tirano no tan tirano, iba y venía con su salud maltrecha. Carie mediante, Colmillo, el defensor de las buenas causas, había claudicado ante cualquier intento de justicia. Y Estómago, libre de toda libertad, tomó el poder de un cuerpo desauciado.
Citó una reunión de emergencia y dijo: "Acá habrá premios y castigos. Y empecemos con un juego. Todos sabemos que la felicidad completa no existe. Nadie es 24 horas feliz. Por eso, quiero una lista de los 10 pequeños momentos de felicidad de cada uno de ustedes. Yo evaluaré quien es más feliz. Elegiré un ganador, que tendrá un premio. El resto, castigos".
Silencio. Atronador silencio. Lengua se levantó y preguntó: "¿Vale haber saboreado un helado de dulce de leche?". Pupilas siguió: "¿Cómo cuenta haber visto un generoso escote?". Ombligo acotó: "¿Y a mí, que me rascaron hace poco dos veces seguidas?". Alma interrumpió a ano cuando este preguntaba por su última excursión al baño...
"Disculpeme, señor estómago. Coincido con que la felicidad completa es una falacia, pero queda claro con las dudas de todo el ser que los pequeños momentos pesan distinto según cada visión. ¿Cómo hará usted para...".
Estómago interrumpió: "Yo me encargo, muñeca... Así es la vida".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Lousteau

Martín Lousteau pasó de ser un insípido Ministro de Economía a un sabroso columnista de un programa radial. Y en una disertación sobre estos locos tiempos modernos, habló sobre los gustos de la gente.
Así, explicó que en una degustación de vinos sin etiquetar, la mayoría de la gente elige como el más sabroso al más económico, el común, el de mesa. Ahora, si se trata de optar cuando están etiquetados, habrá cambios: elegirán el más caro.
Cambiese vinos por personas, y etiquetas por envases corporales. Los resultados serán idénticos.

viernes, 20 de noviembre de 2009

RG 15: Lola

-Hola, ¿cómo te llamás, hermosa?
-Che, que original que sos para empezar un levante...
-Bueno, es que sos muy bonita.
-Sí, sí, lo de siempre....
-Princesa, además, que buenas tetas que tenés, ¿no?
Lola se llama Dolores. Pero de chica le dicen Lola. De grande el apodo le calzo a la perfección, más precisamente desde el día en que se siliconó. Ahí provocó un problema de identidad en los hombres, que cada vez que iniciban un levante de ocasión dudaban entre mirarse los ojazos celestes o sus pechos promimentes. Generalmente, su mirada volvía a casa huérfana de conquistas...
Esa noche, en ese boliche de mala muerte, algo le hizo click. Ese algo fue su vida. Sus 172 centímetros de imponente humanidad quedaron reducidos a cenizas existencialistas. Maldijo al tarado que le preguntó el nombre, maldijo al estúpido que le guiñó un ojo con un vaso de whisky en la mano, maldijo a su ex que la dejó por celos, maldijo a su amante que ya no la coge bien, maldijo a su amiga del alma que sale con el vecino de siempre, y maldijo la soledad de poder estar con quien quiera pero no poder estar con nadie. Hay algo peor que la soledad social: la soledad individual.
"Me harté de todo" le dijo a Pipo, que como respuesta movió la cola y trajo su juguete rosa. "Licencia por dos meses sin goce de sueldo", puso en el telegrama que envió a su trabajo de secretaria ejecutiva de un jefe que la tenía allí no por sus condiciones, sino por las tetas que él mismo le pagó con un préstamo en comodísimas cuotas. "Devolveme cuando quieras, y de la forma que quieras", le sugirió el pelado baboso aquella vez.
"Quiero saber que es el amor. Voy a salir a preguntarselo al mundo", le anunció a Pipo, que ya estaba tirado en el piso resignado a otra tarde de aburrimiento. Tomó un viejo grabador de su frustrado intento de estudiar periodismo, se maquilló lo justio y necesario, un escote generoso pero menos que los de siempre, y salió a conquistar al mundo, sabiendo que ella forma parte del mundo a conquistar.
"Para una revista de estudiantes de periodismo -inventaba como excusa. ¿Para vos qué es el amor?". Tuvo respuestas filosóficamente baratas: es sentir que uno siente sentimientos sentidos desde el ser. Tuvo respuestas burdas: es todo. Tuvo respuestas pesimistas: el amor no existe. Tuvo respuestas obvias: el amor somos vos y yo si me aceptás un cafe. Tuvo respuestas muy obvias: tus tetas.
En un viejo cuaderno Gloria anaranjado anotaba cada letra que le decían. En la tapa, estaba la pregunta del millón. En dos semanas sumó 832 frases. Quería llegar a las 1000. "Después veré que es lo que más me contestaron, y sabré algo más de la vida. Estoy feliz", le contó a Pipo, que estaba dormido, y por eso no pudo lamerme la lágrima que la caía por su mejilla como hacía siempre.
La respuesta 999 fue de una cuarentona resentida. "¿El amor? Ja, con los hombres de hoy no existe el amor, no seas ingenua". Imposible explicarle que el único amor no es el de pareja. Llegó la 1000: "vos y yo en...", le dijo el jovato de traje gris e impresentables bigotes. Click. Lola no pudo contener las lágrimas. Lloró mucho, con espamos. "Piba, ¿estás bien?", le dijo el viejo. "Andate a la concha de tu hermana, viejo del orto...". Y corrió.
"Voy a comprar arroz integral, una botella de ginebra y tu comida", le comentó a Pipo, que no entendía muy bien que había pasado en las últimas tres semanas. Su dueña estaba con menos tetas ("chau siliconas", le anunció al espejo una mañana de sol), con 20 centímetros menos de pelo, piel y hueso por no comer, y algunos dedos oscuros de tanto ingresar en su boca para provocarse vómitos.
Tomó su cartera, las llaves y el cuaderno con el que iba a comenzar su nueva cruzada: preguntar qué es la vida. El chino de súper le estaba cobrando cuando desde la calle se escuchó un grito y luego dos disparos. La vecina del Octavo C estaba tirada en el piso bañada en sangre, sin su cartera, que la tenía el pendejito que corría por la avenida y doblaba en la esquina. "No hay nada que hacer", dijo el médico de la ambulancia 10 minutos después.
Lola volvió a su casa y se tiró en la cama a llorar. Con fondo blanco tomaba los vasos de gin hasta acabar la botella. Iba por cuatro, cuando sonó el timbre. "Soy de mercado", le dijo el chino con su inconfudible voz de chino.
-Hola, señora. Vos olvidaste tu compra cuando hubo disparos. Te traje tu compra a vos.
-Gracias. Muy amable, ¿pero cómo sabías mi dirección?
-Está en cuaderno naranja. Leí cuaderno naranja. Vos estás equivocada, señora.
-¿Por?
-No importa que es el amor. Mejor viví, vos, señora. Sino te puede pasar como a otra señora que mataron. ¿Amor importa? ¿Vida importa? ¡Vos importa, señora! Porque mañana tal vez Pum, como señora. Como otra señora...
A la mañana siguiente, todavía con resaca y esquivando los vidrios de la botella rota, Lola pronunció sus primeras palabras del día, que fueron: "Voy a preguntar que es la muerte. ¿Querés ir al parque que hace mucho no vamos?". Agarró la correa, los cigarrilos, se peinó un poco, y salió a la vida.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Monos

Un experimento científico sigue los siguientes pasos:
1. Se ponen cinco monos en una habitación cerrada. En el techo se colocan algunas bananas de tal manera que cuando se saca una, cae una lluvia fría en el recinto. Hasta allí se puede subir por una escalera.
2. Uno de los monos sube la escalera, toma una banana y todos se mojan con el agua fría. Deja la banana.
3. El mismo mono intenta repetir la búsuqeda por la banana, y el agua fría vuelve a mojar a todos. En el tercer intento, sus compañeros no lo dejan subir y lo muelen a palos.
4. Se saca un mono del recinto y se coloca otro. El nuevo ve las bananas e intenta subir. Los cuatro viejos lo muelen a palos.
5. Paulatinamente se sacan monos viejos por nuevos. Y los que ingresan intentan ir por las bananas, y reciben una golpiza como respuesta.
6. En un momento son todos monos nuevos que le pegan al compañero que intenté subir la escalera para buscar la banana. No saben porque actúan así, ya que ellos no vivieron la experiencia del agua fría. Sólo hacen lo que hacen por el aprendizaje anterior.
Fin del experimento científico.
La pregunta es: ¿Cuántos somos monos que actúan sin saber y siguen caminos pautados y cuántos intentan saber porque no se puede tomar esa banana?

sábado, 14 de noviembre de 2009

RG 14: Simona

La puerta se cerró con una intensidad distinta a la de otras veces. Más fuerte, porque el viento así lo quiso. Más rápido, porque la urgencia así lo ordenó. Pero para su alma no había viento, no había intensidad, ni fuerza, ni nada. Había una puerta que se cerraba. Y nada mas doloroso que una puerta que se cierra y se queda del lado que no se quiere quedar.
El sonido de los pasos fue disminuyendo de a poco. La agudeza de los oídos se rindió ante la evidencia del silencio. Sí: el silencio, el maldito silencio, se había hecho dueño del mundo. De mi mundo.
Entonces, los pensamientos. Los malditos pensamientos que atormentan el universo cada vez que la puerta se cerraba. Miedo. Pánico. Esquizofrenia contenida en este ser que sólo responde a los estímulos, capaz de dejarse morir tirado en el piso como solo un perro desangrándose del desarraigo del amor puede hacer. Vida de perros...
Tres ambientes y medio, dos baños y un hermoso patio. Una galaxia para muchos. Con los nueves planetas conocidos más los desconocidos que están. Porque están. Hay más. Pero de galaxia para mí no tiene nada. Es claustrofobia. La libertad encerrada. La cárcel de la soledad. Porque no hay vida sin estar a su lado. No hay nada...
Y de nuevo las preguntas. Las preguntas que martillan el alma. Los porqué. Eso, sobre todo los porqué. Si estábamos tan bien juntos, jugando, compartiendo, queriéndonos... Viviendo. Porque se va de nuevo. Y los dónde: ¿dónde encontrará un lugar mejor que este? Y los qué: ¿qué habrá del otro lado que pueda compararse? Y los quién: ¿existirá otro ser capaz de amar el mismo amor? ¿Se pesa el amor? ¿Cuántos kilos de amor pierdo cada vez que se cierra ese puerta?
Se escucha un sonido del otro lado. Taquicardia. Dan ganas de gritar, de ladrarle al planeta toda la felicidad junta. Pero no. Vecinos. Malditos vecinos de arriba. A veces hasta se los escucha en su intimidad. Jadean. Exagerados. ¿Quien les creería? El sexo es otra cosa. El sexo es eso que...
Shhhh... Escucho... ¡Otro ruido! ¡Esta vez sí, esta vez sí! ¡Es! ¡Es! ¡Volveremos a estar juntos! ¡No me dejó! ¡Lo sabía! ¡Lo sa... Ey, ¿pero qué pasa? ¡Es acá! Maldita viejita del departamento de al lado. Siempre inoportuna. Siempre vieja. Siempre estúpida, con su nauseabundo olor a gato. Tiene dos gatos. Uno más feo que el otro.
La locura pide permiso. Vivo al borde de la locura. Sueño que corro, que salto, que defeco y orino donde quiero, que peleo, que gozo. Que voy por la calle con mi desnudez a cuestas. Que nadie se escandaliza. Sueño con olores. Míos. Suyos. Nuestros. Incomparables fragancias. Excitantes fragancias. Deliciosas fragancias.
Sueño el sueño más hermoso. Sueño el sueño que quiero soñar. Incluso, sueño que llega, que me habla, y que me dice: "Hola Simona. Mi amor, hija... ¿Cómo estás? Mirá, te traje la comida que tanto te gusta y la golosina con gusto a pollo". Y le contesto la mejor palabra que pueda contestarle: ¡Guau!
Esta vez es verdad. Volvió. Vuelvo a vivir.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Esclavos

Maltrecho, aún sin el alta médica, Páncreas se escapó del hospital y volvió a su mundo oscuro. No le importaba nada de nada: ni su vida, ni su ayer, ni su hoy, ni su mañana. Ni su amor, ni su desamor. Ni su fantasía ni su realidad.
Encaró a colmillo, el líder de sus opuestos, y le espetó: "Estuve dos semanas internado, en coma. Tengo para otro tanto en terapia intensiva. Pero por más que me desangre, la duda ma carcome y me inflama. Decime, tontito, ¿por qué nadie me visito?".
Colmillo lo miró y le dijo: "Algo habrás hecho...". Y Páncreas, sangrante, herido y hasta avergonzado, pero por sobre toda las cosas mortificado, volvió a la sala de terapia intensiva. En el camino, la culpa le aguijoneó el alma con un agridulce veneno. Si el hombre, y por supuesto la mujer, son esclavos de sus acciones, por supuesto el Páncreas también lo es.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Llaves

Un par de llaves descansa en el escritorio. Una voz amiga ve la escena y sugiere: "¡Qué kilombos de llaves!". No hacen falta las palabras: sonrisa y profundo abrazo, de esos que hablan por sí solos.
Las llaves tienen vida propia. No son unos simple metales con distintas formas. Son historias. Son pasados y son presentes. Son ilusiones a futuro. Son capaces de cerrar dolores y abrir espacios. Son mucho más que un bulto en el bolsillo. Son un hueco en el corazón.

lunes, 2 de noviembre de 2009

RG 13: La dama y el vagabundo

Los tacos altos repiqueteaban en el piso. El pelo largo revoloteaba en el aire en plena corrida. El rimel corrido, la cara transformada, el susto gobernando. La belleza hecha pánico. La adrenalina en su máxima expresión.
Esta vez La dama juega al esclavo. Es de madrugada y en la calle no hay un alma. Bueno, sí, hay cuatro. Ella que corre y los tres hombres que la persiguen. Tal vez para robarle. Tal vez, también, para abusar de algunas de sus generosas contornos.
Los 40 metros de ventaja que llevaba ya eran 30. Dobló la esquina y de la nada una mano la arrastró hacia un contenedor de basura. Las seis zapatillas pistoeaban los charcos y el agua salpicaba el perro vagabundo que seguía les escena escondido, sin atreverse a ladrar. La defa pasó un minuto en el contenedor, hasta que sólo se escuchó el llamado de los grillos machos a sus hembras. Fueron los 60 segundos más largos de su vida. El corazón era un tambor a punto de explotar. Porque a veces los corazones explotan...
Salió y miró a su héroe. Su héroe vestía una camisa rota, uun pantalón agujereado, un zapato en un pie y una alpargata en el otro. Pelo sucio y piojoso, panza de comer el todo de la nada y barba inafeitable. Y olor, mucho olor que sólo el aroma del temor logró taparlo.
"Gracias", le dijo La dama, todavía temblando. "Me salvaste la vida", agregó. El vagabundo llevó su dedo índice a su boca, y respondió. "Shhhhh".
Nunca nadie supo de esta historia. Sólo ellos dos. Nunca nadie la sabría. Ni siquiera aquella otra noche, tres años después, en otra madrugada lluviosa y con el frío como dueño de la calle. La dama había ascendido varios escalones en el organigrama del partido de ultraderecha. Como de día era secretaria vip, mantenía su aspecto físico aterciopelado, que contrastaba con sus pares de cabezas rapadas, tachas y actitud intimidante.
La dama era la jefa. Mandaba y gobernaba con sus caprichos y sus locuras. Mezcla de mujer fatal y demente. Mezcla de geisha y terrible hija de puta. Mutilar gatos ya la parecía poco. Quemar autos también. Ahora iba por más con su ejército de esclavos, todos ellos capaces de matar y morir sólo por una noche de sexo de las que La dama prometía.
"Quememos vagabundos", desafió esa noche. Nadie dijo nada. "Maricones. Somos una raza superior. ¡Eliminemos pobres!", arengó. Y salieron a buscar a su involuntario Juan de Arco. Doblaron esa esquina. Pasaron por el contenedor y siguieron de largo. Pero uno de los subditos frenó, lo pateó y escuchó una queja dentro. "Acá, acá", gritó. Sólo le faltaba mover la cola como un perro de caza. "¡Abran esto!", ordenó La dama. El vagabundo emergió con la mirada triste y el alma corroída. "Tomá, tomá", le gritó su descrubridor, su verdugo de cotillón, mientras lo rociaba con nafta. Se sentía valiente sin entender que el poder no es hermano de tal virtud.
La dama lo miró fijo. Reconoció de inmediato a aquel héroe de ocasión que le salvó la vida sin pedir nada a cambio. El vagabundo repitió la fórmula: se llevó el índice a la boca. Y susurró: "Shhhhh". Uno, dos, tres segundos... Ocho, nueve, diez... "Dama, ahora, dama. Quemelo". La noche estaba todavía un poco más fría. Y el fósforo se prendió y recorrió los centímetros hasta el cuerpo del vagabundo, que, estoico, seguía con su dedo en la boca.