lunes, 2 de noviembre de 2009

RG 13: La dama y el vagabundo

Los tacos altos repiqueteaban en el piso. El pelo largo revoloteaba en el aire en plena corrida. El rimel corrido, la cara transformada, el susto gobernando. La belleza hecha pánico. La adrenalina en su máxima expresión.
Esta vez La dama juega al esclavo. Es de madrugada y en la calle no hay un alma. Bueno, sí, hay cuatro. Ella que corre y los tres hombres que la persiguen. Tal vez para robarle. Tal vez, también, para abusar de algunas de sus generosas contornos.
Los 40 metros de ventaja que llevaba ya eran 30. Dobló la esquina y de la nada una mano la arrastró hacia un contenedor de basura. Las seis zapatillas pistoeaban los charcos y el agua salpicaba el perro vagabundo que seguía les escena escondido, sin atreverse a ladrar. La defa pasó un minuto en el contenedor, hasta que sólo se escuchó el llamado de los grillos machos a sus hembras. Fueron los 60 segundos más largos de su vida. El corazón era un tambor a punto de explotar. Porque a veces los corazones explotan...
Salió y miró a su héroe. Su héroe vestía una camisa rota, uun pantalón agujereado, un zapato en un pie y una alpargata en el otro. Pelo sucio y piojoso, panza de comer el todo de la nada y barba inafeitable. Y olor, mucho olor que sólo el aroma del temor logró taparlo.
"Gracias", le dijo La dama, todavía temblando. "Me salvaste la vida", agregó. El vagabundo llevó su dedo índice a su boca, y respondió. "Shhhhh".
Nunca nadie supo de esta historia. Sólo ellos dos. Nunca nadie la sabría. Ni siquiera aquella otra noche, tres años después, en otra madrugada lluviosa y con el frío como dueño de la calle. La dama había ascendido varios escalones en el organigrama del partido de ultraderecha. Como de día era secretaria vip, mantenía su aspecto físico aterciopelado, que contrastaba con sus pares de cabezas rapadas, tachas y actitud intimidante.
La dama era la jefa. Mandaba y gobernaba con sus caprichos y sus locuras. Mezcla de mujer fatal y demente. Mezcla de geisha y terrible hija de puta. Mutilar gatos ya la parecía poco. Quemar autos también. Ahora iba por más con su ejército de esclavos, todos ellos capaces de matar y morir sólo por una noche de sexo de las que La dama prometía.
"Quememos vagabundos", desafió esa noche. Nadie dijo nada. "Maricones. Somos una raza superior. ¡Eliminemos pobres!", arengó. Y salieron a buscar a su involuntario Juan de Arco. Doblaron esa esquina. Pasaron por el contenedor y siguieron de largo. Pero uno de los subditos frenó, lo pateó y escuchó una queja dentro. "Acá, acá", gritó. Sólo le faltaba mover la cola como un perro de caza. "¡Abran esto!", ordenó La dama. El vagabundo emergió con la mirada triste y el alma corroída. "Tomá, tomá", le gritó su descrubridor, su verdugo de cotillón, mientras lo rociaba con nafta. Se sentía valiente sin entender que el poder no es hermano de tal virtud.
La dama lo miró fijo. Reconoció de inmediato a aquel héroe de ocasión que le salvó la vida sin pedir nada a cambio. El vagabundo repitió la fórmula: se llevó el índice a la boca. Y susurró: "Shhhhh". Uno, dos, tres segundos... Ocho, nueve, diez... "Dama, ahora, dama. Quemelo". La noche estaba todavía un poco más fría. Y el fósforo se prendió y recorrió los centímetros hasta el cuerpo del vagabundo, que, estoico, seguía con su dedo en la boca.

1 comentario:

  1. El cuento es excelente, te corta el aliento al final. Pero me dejó con una sensación rara... demasiado cruel, o macabro, no sé.

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