viernes, 29 de enero de 2010

RG 23: Metrovías

Este cuento fue escrito para el concurso de Cuentos de terror de Metrovías, en 2005.


Recién comprada, la tira de pastillas para dormir ya tenía dos agujeros. Ese rayo que se coló por la ventana sin permiso la iluminó justo ahí, en un costadito de la mesita de luz. Laura dormía en su nueva cama, en la inmensidad de ese cuarto deshabitado. Era el único mueble de la habitación de la casa de campo, construída a un kilómetro alejada de la ruta. Llevaba dos días en su nuevo hábitat, era su primera tormenta allí. Juan había anunciado que se retrasaba en el trabajo.
Los gatos husmeaban por ahí reconociendo el terreno. Como de costumbre, Laura dejó la radio prendida para fingir compañía. El locutor de voz melosa leía las noticias. Y repetía la conmocionante historia del día. "...La pareja pensaba que sólo era un robo más. Estaban atados en una silla, con las espaldas juntas. De un bolso, su profanador sacó un martillo...".
Un poderoso trueno pudo más que el efecto de las pastillas. Laura se despertó agitada. Sintió el maullido de uno de los gatos. No pudo reconocer si era Tom o Jerry. Ansiosamente desnuda, como esperaba a su amor cada vez que lo tenía que aguardar en la oscuridad, se paró y dejó atrás la perfumada sábana. Caminó despacio rumbo al enorme comedor, apenas decorado con esa mesa que no disimulaba el espacioso lugar. La radio seguía vomitando la cruel historia...
"Desencajado, el hombre los miró fijo. No hizo caso a las súplicas. Tampoco le interesó la sugerencia del llévese todo lo que quiera. Simplemente lanzó una carcajada y besó la cabeza del martillo. Una vez. Y otra. Reía y besaba. Besaba y reía. Les respiraba jadeante entre una oreja y otra. Hasta que dio un paso atrás y su brazo tomó impulso..."
La perfecta anatomía femenina avanzaba por el comedor. La linterna le iluminaba el andar tembloroso. No era por el frío que sus pezones estaban erguidos. Escuchaba un ruido lejano. Persistente. Desconocido. No se animó a más. Retrocedió. Volvió a la pieza, tomó el celular y apretó redial. No hubo caso: "El número solicitado..." Y el locutor de voz melosa parecía entusiasmado con su espeluznante relato...
"El martillo se detuvo justo a milímetros de la frente del sexagenario. Las gotas de transpiración le caían una tras otra por su cara arrugada. Con el martillo en la mano, el hombre reía. Su expresión desencajada hacía caso omiso a cualquier súplica. El siguiente no fue un amague. Traspasó esos milímetros fronterizo con furia e impactó de lleno en la sien...".
De algún lado oculto de su humanidad sacó fuerzas. Se puso una musculosa blanca para disimular el frío, aunque no fue solución. No podía dejar de temblar. Cruzó el comedor lentamente. Llegó a la cocina. Asomó su cabeza. Enfocó con la linterna. Buscó la luz con su mano. Algo le recorría los dedos. Por inercia, sólo por eso, su mano siguió el camino. Prendió la luz. Fue el grito más desaforado que su garganta nunca había gritado.
"La sangre se desparramó por todo el cuarto. La abuela se había desmayado. Siguió otro martillazo, y otro, y otro. La masa encefálica volaba de a trocitos. El hombre, lo que quedaba de él, se deshacía en pequeños pedacitos. Cuando casi no quedaba más nada que golpear y la anciana era el próximo paso, escuchó un ruido que lo distrajo.."
Esa rata, larga, de cola más larga aún, bajó por sus dedos y corrió. El pestaneo duró un segundo. Era cierto. No era una. Eran decenas. Grandes, como Laura nunca había visto. Ni siquiera suponía que podía haberlas de semejante tamaño. Simón, el gatito negro, yacía en el piso. Sus tripas ya asomaban por su piel crujida. René, el gatito blanco, todavía respiraba. Pero no por mucho tiempo. Los roedores estaban por cenar su segunda víctima.
La radio seguía con el relato, aunque nadie la escuchaba. "Por la ventana, una niña de 10 años era testigo de la cruenta escena. El asesino la vio. Fijó sus ojos en ella. Le sonrió. La saludó. Y lanzó un grito visceral antes de dar dos saltos hasta la ventana para alcanzar a tomarla de los cabellos. La pequeña no alcanzó a reaccionar".
Temblando su desnudez, llegó a ver que las ratas subían y bajaban por la escalera que da al sótano. Muchas tenían el hocico rojo-sangre. Iban y venían. Parecían felices. Fue su último chispazo de lucidez antes de correr hacia la habitación. Tomó el celular. Marcó. Se equivocó. Sus dedos no se quedaban quietos para acertar las teclas.
"El hombre arrastraba de los pelos a la chica. Estaba por pasarla por la ventana de los pelos. Nunca soltó el martillo. Es más, estaba por utilizar su arma favorita para impactar de lleno en el cráneo de la chica. Regalo sorpresa: pensaba sumar dos gerontes en su lista negra y llegaba de yapa una niña de rizos de oro. El martillo se desplomó de lleno hacia la humanidad de la pequeña. La sangre comenzó a brotar".
Laura intentó calmarse. Tenía taquicardia. Escuchaba sus latidos sin moverse. Giraba la linterna como loca de un lado a otro. De repente en la inmensidad del cuarto vio una nota pegada en el espejo. Encendió la luz y leyó: "Mi amor: llegué temprano, pero no quise despertarte. Estoy en el sótano haciendo algo de gimnasia. Son las 23.30. Buscame abajo. Te amo". Maldijo haber dejado para mañana la compra del reloj de pared... El silencio se hizo más silencio, y entonces escuchó por fin la radio.
"La niña, antes de desvanecerse, alcanzó a darle una feroz mordida en su brazo. Soltó el martillo y se cayó al piso de dolor. Los ruidos despertaron a la anciana. Estaba libre. Las sogas ya no hacían presión contra el cadáver descuartizado de su marido. Se paró, dio tres pasos a la ventana, tomó el martillo y le asestó un tremendo golpe a quien estaba por ser su asesino. Y otro. Y otro. Pedacitos de su cuerpo volaban por el aire ene se carnaval de muerte y sangre".
Karina vomitó. Casi se le escapa el estómago. Hurgó en su mesita de luz pero no encontró su reloj pulsera. "!!Dónde te metiste!!", gritó. La radio dio la última estocada: "Así terminaron los días del loco del martillo. La nena sobrevivió y aportó gran parte de este relato a la policía. Son las 3.30. Seguimos en la trasnoche de FM Lobos”.

domingo, 24 de enero de 2010

Marjorie

Marjorie Bouvier tiene un dilema. Debe elegir entre lo correcto y la persona. Entiéndase: la persona que ama está haciendo algo indebido.
Extendamosnos. La protagonista es más conocida como Marge. Tiene piel amarilla y el pelo azul alto, muy alto. En este capítulo lo usa hacia abajo, ya que su gorra de policía se lo achata.
El otro actor de la trama es Homero Hay Simpson, quien se burla del nuevo trabajo de policía de su esposa: le quita la gorra, se la pone, bailotea y realiza alguna que otra morisqueta más.
"Te lo advertí", le dice Marjorie mientras arresta a su marido que, incrédulo, no entiende lo que está pasando. Ella eligió lo correcto, aunque eso implique un muy mal momento para su ser querido...

martes, 19 de enero de 2010

RG 22: la Gorda y el Flaco

Correteaban las mismas calles del microcentro pagando impuestos y resolviendo trámites. Se cruzaron en algunas filas de bancos, se miraron en algún local de comida rápida, se regalaron las primeras palabras en algún kiosco, se citaron en alguna noche y se besaron en una madrugada. Siguió lo que siguió: pasión, encantamiento, sexo, más encantamiento. Luego, proyectos en común. Sumaron meses y juntaron ganas, dinero, necesidades y miserias. La matemática no falla: alquilaron un dos ambientes modesto pero cálido. Sobre todo en verano, muy cálido. Y, después, la dieta de las tres P: patys, papás y lo que sobraba en preservativos. De los grises, los espermicidas, porque no vaya a ser cosa que apareciese la cuarta P y se deba correr al súper de los chinos a comprar pañales.
"Gorda, hacés muy bien lo tuyo. No hay ninguna queja. Pero olvidate de tu aumento de sueldo. Acá las cosas están muy mal. Agradece que te quedás con el trabajo". Y la Flaca tragó saliva y escupió futuros imaginados. Tenía las suelas gastadas por patear calles y la billetera demasiado vacía por gastar dinero. Los sueños del viaje a Europa y de las siliconas quedarían para más adelante. Todavía quedaban primaveras para declararlos inalcanzables.
"Flaco, hacés muy bien lo tuyo. No hay ninguna queja", fueron las primeras palabras que escuchó él. Pero siguieron unas distintas. "Me caés bien, ¿sabés? Te voy a dar 500 de aumento. Y este sábado hay una fiesta de la empresa que quiero que vayas. Portate bien. O portate mal. Vos entendés...". Y el Gordo tragó saliva y escupió miedos inimaginados. La frase de su jefa cuarentona, divorciada último modelo, siliconas perfectas y bronceado milimétrico, le retumbaba en la cabeza.
"Negrito, tengo un problema", le dijo a su amigo del alma mientras lo acompañaba a comprar las zapatillas Niké naranja. "Dale para adelante" fue la respuesta instintiva del Negro, un animal salvaje que no separa sexo de amor. Se trata de un habitante de la jungla del vale todo, donde los principios valen menos que una encamada barata y sin sentido. "No, no puedo hacerle eso a la Gorda. Yo no soy así", contestó el Flaco mientras el pájaro de la publicidad repiqueteaba su duda: la jefa o los códigos. Eligió los códigos y abrió la jaula.
Prometió portarse bien y no portarse mal. Le dio un beso a la Gorda y le dijo: "Te amo. Vuelvo en un rato. Voy a la fiesta, pongo la cara y vuelvo con vos. Nos va a servir para nuestro futuro. Un poco de caretaje, nada más". Tomó el colectivo en la esquina y evitó que el taxista lo salpicara con el charco de la tormenta que ya había pasado. Bailó los últimos éxitos de moda, aunque el fabricante de modas nunca lo convenció. Saludó a todos sus compañeros de trabajo, aunque algunos no le respondieron. Se dejó seducir por la jefa, aunque nunca pisó el palito de la trampa. La trampa a uno mismo, la que empaña el espejo de la conciencia. Que es, sin dudas, la peor trampa de todas. Y, finalmente, se escapó de la fiesta a la que nunca quiso ir con el orgullo del deber cumplido.
Tomó el colectivo de vuelta y esquivó aquel charco de ida. Un par de horas antes de lo prometido y con una docena de rosas rojas en la mano, abrió la puerta del dos ambientes cálido. La Gorda lo esperaba acostada en la cama. Parecía dormida. Debajo de la cama asomaban un par de inconfundibles zapatillas Niké de color naranja. El Flaco no dijo nada. Puso dos pantalones y tres remeras en su bolso de Ferro, ignoró las súplicas de disculpas, abrió la puerta, tomó las flores, se las regaló a la vagabunda de la esquina, pisó el charco de la esquina con ganas y caminó sin rumbo fijo durante tres horas y 43 minutos.

viernes, 15 de enero de 2010

Justicia

Justicia... ¡Justicia! ¿Justicia?
De lejos la justicia huele a injusta. De cerca da miedo, ansiedad, esperanza y misterio. E invita a reflexionar sobre esas ocho letras que tanto significan en esta vida. En Wikipedia, esa fuente del saber moderno llena de verdades de cotillón, se lee que la justicia como fundamento cultural se basa en un consenso amplio en los individuos de una sociedad sobre lo bueno y lo malo, y otros aspectos prácticos de como deben organizarse las relaciones entre personas. Se supone que en toda sociedad humana, la mayoría de sus miembros tienen una concepción de lo justo, y se considera una virtud social el actuar de acuerdo con esa concepción.
He aquí el gran dilema. Cuando lo bueno y lo malo se enchastran en el mismo lodo, y cuando lo justo se mira con dos cristales. No hay dos cristales para ver lo bueno y lo malo. No hay dos cristales para la justicia. O, por lo menos, no debería...

miércoles, 13 de enero de 2010

RG 21: Jaque Maite

Tomó el alfil blanco con firmeza. Levantó apenas la vista y buscó la mirada de su rival. Nunca la encontró: estaba encerrado entre sus manos, sin querer ver más allá de lo que sucedía en el tablero. Entonces, con el pulgar y el índice derecho de sus uñas pintadas de un rojo furioso, apoyó el trebejo en f6. Luego, apretó el reloj de ajedrez y susurró: "Ofrezco tablas". Se paró de la silla para escapar de esa realidad de 64 casillas que se había transformado en una auténtica tortura.
Era la última fecha del Abierto de Verano del Club Argentino de Ajedrez. Una treintena de personas seguía el desenlace del certamen, un número mayor de lo habitual en estos casos. La rareza de lo que sucedía en la mesa principal atrajo a algunos expertos y a varios curiosos. Morbo, que le dicen.
Los cuadros que sirven de escenografía del lugar fueron testigos silenciosos del inesperado ofrecimiento. No vuela ni una mosca en el salón decorado por las fotografías que recorren la vida del inmortal Miguel Najdorf. Las otras partidas de la jornada ya habían concluido. Sólo quedaban ella y él...
"No entiendo a esta piba. Jugó la mejor, porque Af6 es ganadora. ¡Pero le ofreció tablas...!", le comentaba un sabelotodo a un sabiondo que asentía con la cabeza. La piba caminaba de un lado a otro, inquieta, nerviosa, impaciente como toda adolescente de 15 años. Tenía los ojos vidriosos. En un viaje relámpago al pasado, recordaba aquellos tiempos donde aprendió a mover las piezas con sus enseñanzas. Aquellos primeros jaques festejados como si fuesen victorias eternas de la vida. Aquellos viajes a los primeros torneos en dos colectivos, porque no había plata para taxi. Aquellas primeras medallas victoriosas, celebradas con ese abrazo paterno capaz de dar calor en la noche más fría del invierno más crudo.
"No acepto", fue la contestación del jugador de piezas negras, mientrs movía su Rey a h7. Ese medio punto inesperadamente rechazado le habría dado el primer puesto en la competencia. Pero dijo no. "Está loco", reafirmó el sabelotodo que lo sabe todo, menos esas pequeñas grandes cuestiones de la vida. Quizás eso sea la calle: un ajedrez gigante lleno de hombres que se creen dueños de las verdades más absolutas, aunque en realidad desconocen las esencias más básicas.
Siguió un jaque de Torre en h4 y la respuesta del Rey escondiéndose en g8. La lágrima contenida de Maité rompió la barrera del ojo y rodó libre por la carretera de la mejilla. En unos segundos cayó en el tablero y se perdió entre las piezas revoloteadas que esperaban el desenlace inevitable y cruel. Eso, cruel. Esa palabrita que le retumbaba con fiereza en su cabezita rubia. "El ajedrez es un juego cruel, preciosa, porque vos sentís que te gana la mente del otro. No es fuerza, no es azar, no es nada más ni nada menos que mente contra mente", le había dicho una noche mientras cenaban en la pizzería del barrio.
La torre se deslizó hasta h8. "Jaque mate, papá", anunció ella con un hilito de voz. Se escucharon aplausos en la sala. Se dieron la mano. El perdedor sonrió. "Te felicito, hija mía, ganaste tu primer gran torneo". Maité firmó la planilla y salió corriendo. Ya aquella lágrima solitaria y pionera tenía muchas compañeras de viaje. Dejó el salón de Paraguay 1858, se fue a buscar la Luna que rodaba por Callao y, de yapa, encontró en el piso escrito con tinta invisible el derecho a la primera borrachera de la vida. Borrachera de las tristes, de las que hieren en cada gota de alcohol. Y después de dos vasos de quien sabe que brebaje, le confesó al mozo que nunca la oyó: "Juego cruel el ajedrez".

miércoles, 6 de enero de 2010

Punta

Un día en Punta del Este sirve para entender que los argentinos y los uruguayos somos muy parecidos. La primera canción que escucha alguien al bajar del avión dice algo así: "Rumba, ella quiere su rumba". Sí, igual que en Buenos Aires, Ricardo Fort, el de Tinelli, invadiendo la playa más famosa de Sudamérica.
Pero hay algo en que se nota una clara diferencia. En Buenos Aires, cuando se necesita algo se pide más o menos así: "Mozo, por favor, ¿me trae la cuenta?". Y el mozo va a la caja, la pide, y la alcanza. Lisot, todos felices. En Uruguay es distinto: "Bo, ¿te animás a traerme la cuenta?". Primera diferencia: Dicen Bo, con be larga, sin ese final. Suena gracioso escucharlos a cada rato decir Bo, como para otros sonará gracioso escuchar a cada rato nuestro Che. Bo es su Che. Aunque Bo no sea un revolucionario.
Pero la clave es lo que sigue. Ellos dicen: ¿Te animás? Es cierto que suena más gentil, como lo explicaba un uruguayito sobre el porqué de ese modismo. "Es como más gentil", comentaba. Pero la duda es: ¿por qué no se va a animar? ¿O por qué el de la estación de servicio no se va a nimar a llenar el tanque? ¿Está bien decir me traes o es mejor decirle te animás?
Formas de vida. Tal vez sea cuestión de animarse a más. Sí, como la publicidad...

martes, 5 de enero de 2010

¡Cien!

Yo. Es la primera palabra que quería poner. No por egoísta, ni menos por egocéntrico. Los que me conocen saben que estoy lejos del ego y sus derivados. Pero sucede que desde que empecé a trabajar de periodista, me enseñaron que no se habla en primera persona. Y entonces suprimí los yo, los mi, los me.
Pero este es un texto especial. Es mi blog. Mío. Y estoy de festejo: son 100 posts. Así que saldré un poquito de la rutina y hablaré en primera persona. Pero no se acostumbren. Este blog no es mividaparatodos.blogspot.com. Esto es manianadesol.
Como si fuera un premio (en realidad podría tomarse así, ¿no?), quiero hacer algunas dedicatorias por estos cien escritos. Si me permiten y leyeron hasta aquí sin cansarse, ahí va:
-A Gianluca, porque aquella noche tan difícil para mí, dejó de jugar en la computadora, me escuchó, me miró, y me dijo: “No te vayas, papá”. Aquella vez no pude sostener esa lágrima. Esta que cae ahora, tampoco.
-A Tatiana, porque a cada rato, de la nada, me repite las mismas cuatro palabras: “Sos un gran Pat”. Y me abraza. Y me demuestra su amor. Y yo siento que vuelo en el cielo.
-A Agustina, por ponerse la camiseta de mi equipo de manera incondicional. De local, de visitante, con lluvia, con sol, con aciertos, con errores. A veces la pelota va a la tribuna. A veces al ángulo. Pero ella siempre tiene la camiseta puesta. Bienvenida a mi equipo, tomá la cinta de capitán.
-A los amigos que tanto escucharon este año. Juan, Matías, Gaby y Ale, a su paciencia sin límites... Hay cosas que no se olvidan...
-A Nadia y Magdalena como representantes del mundo blog. Por ser seguidoras y leerme en el blog, pero en especial por ser seguidoras y leerme fuera del blog.
-A mi vieja, por confiar en mí de la primera a la última palabra.
-A la verdad, por ser una de las banderas más importantes de mi vida. Por ser la bandera que quiero dejar de herencia. Como los valores y principios de la vida.
-A lo opuesto a la verdad, que tiene nombre (tres) y hasta doble apellido. Por su 33% de estupidez, 33% de maldad y 33% de desequilibrio mental que desembocaron en lo que en un principio fue una catarsis de escritura y ahora es un camino a seguir con un final hecho libro. (El 1% que queda es agua, sangre no tiene...).
-Y, perdón, a mí. Sí, a mí. Una vez me toca. Me pasé gran parte de mi vida pensando en los otros antes que en mí. Lo sigo haciendo. Y creo que no cambiaré. Soy así. Pero me miro al espejo y puedo quedarme horas orgulloso sin bajar la mirada. Y me acuesto y la almohada me dice: "Bien, loco, hacés lo correcto. Dormí tranquilo".

Felices sueños... Hasta el 101.

lunes, 4 de enero de 2010

RG 20: El Che y la Esperanza

Cinco petardos sonaron diez minutos antes de las 12 de la noche del 24. Los intensos estallidos sacudieron su ruidoso silencio. Se quitó las manos de la cara y miró la soledad de la plaza. La perra de siempre que duerme en el huequito de ese árbol lo miraba con cara de tristeza. El vagabundo del barrio estaba sentado en el banco de más allá. Un par de autos desfilaban por la avenida extrañamente vacía.
-"Y sí, pibe... Las fiestas son así", le dijo el vagabundo con la sabiduría que a veces tienen los que dicen todo sin decir nada.
-¿Así cómo?
-Así es así. ¿O no estás así?
-Que sé yo como estoy.
-Hecho pelota. Peor que yo. ¡Ja! Y mirá que yo estoy peor entre los más peores, ¡eh! Pero vos me ganás.
-No tuve un buen año. Pedí una noche de paz y el gordo traicionero me trajo...
-Ja, ¡el gordo traicionero! ¿Todavía crees en ese gordo de fantasía?
-No creo. En ese espacio, en ese mundo de lo intangible, uno no cree por convicción en nada. Uno cree por necesidad en todo.
-¿Sos filósofo o pelotudo?
-Cincuenta y cincuenta.
-¿Y qué te trajo el gordo nefasto ese?
-Me cambió una noche de paz por una semana de guerra.
-Uh, que malo el gordo... Malo, malo, malo.
-¿Encima me cargás?
-Mirá, pibe. Tenés un cuerpo sano porque viniste caminando lo más bien. Tenés plata, porque estás bien empilchado. Tenés juventud...
-¿Vas a venderme el cuento de que hay una vida mejor? Hace 33 años que mi vieja me dice lo mismo.
-¿Tenés 33? ¿Como el Che? Ja, te voy a llamar el Che. Y te digo, el Che, que yo no vendo nada. Yo vivo como vivo. Bien, mal. Bah, más mal que bien. Bah, bastante peor.
-¿Y entonces?
-¿Y entonces qué?
-¿Entonces qué hablas?
-¿Querés que me calle? Ok, me callo...
Siguieron algunos minutos de silencio. Sonaba algún que otro petardo anticipado y, más allá, el ruido de autos acelerados que buscaban llegar antes de las 12 a destino. Los dos miraban la nada. Los tres: la perra también.
El vagabundo interrumpió la escena y anunció: "El chino del almacen me regaló dos vinos por Navidad. Que bueno el chino. Trabaja mucho el Chino. Me parece que voy a vomitar".
Y vomitó. Mucho. "Chino de mierda", me hizo vomitar. Después se paró, se limpió con su saco percudido por el tiempo, extendió su mano y dijo: "Feliz Navidad, pibe!". En ese instante, la ciudad estalló en un festival de ruidos y colores. El reloj marcaba las 0 con 10 segundos. "Feliz Navidad", fue la respuesta. Se sacó su reloj último modelo y se lo regaló.
El vagabundo miró sus bolsillos, su ropa, su pasado, su presente y su futuro. "No tengo nada que darte, pibe. Absolutamente nada. te daría mi saco, o mis pantalones rotos. Pero no creo que te sirvan. Sólo te regalo un deseo: que te vaya bien. Que la esperanza vaya con vos”.
Se dieron un abrazo. Cada uno siguió por su lado. El vagabundo buscó un refugio donde pasar las horas. De eso se trata: de pasar las horas. Algunas viven. Otros pasan las horas, los días, los años.
Para el otro lado, el Che comenzó su caminata sin rumbo fijo. En la esquina de la plaza, vio que la perra lo seguía. Cruzó, y ella también. Corrió, y ella también. Frenó, y ella también. Había un kiosco abierto. Pidió dos alfajores. Los comieron a la misma velocidad. Y se fueron juntos. "Sos mi regalo de Navidad. Te llamaré... Te llamaré... La Esperanza".

viernes, 1 de enero de 2010

2010

Algunos días después del recuerdo de los cinco años, aquí, con los pies más firmes después de bailotear groggy en el medio del ring. Con el alma tan dolorida como aguerrida. Con horripilantes traiciones sangrantes y con hermosas bienvenidas sanantes. Con el corazón siempre acelerado por estos días intensos que tocan respirar. Con malas muy malas y buenas muy buenas. Y con la emoción de siempre, bellamente inoxidable, por escuchar algunas frases que se hacen carne en la profundidad del silencio. Las escribió otro, las adoptaron miles. Aquí, un decálogo para empezar bien el 2010.
1) Si me cansé de olvidar fue porque el olvido es la pastilla suicida.
2) No empezar a dejar de pensar, que a las masas pensando, no las venceran jamás.
3) Los reyes y papá noel no existen, y a la gente sólo la ayuda la gente.
4) Será que el fabricante de modas para esta semana, el que te respondes todas, no me convenció.
5) Si me cansé de perdonar fue porque cuando duele nunca, nunca, nunca se olvida.
6) A olvidarme de olvidar, a recordar lo que vendrá, a arriesgar una y mil veces.
7) Locura de pensar, a un árbol gigante como mi lugar. Más loco voy a andar, si cambio ilusiones por la cuenta del bienestar.
8) Y hoy estoy inquieto en este lugar con tu aliento y mi soledad, mi existir es viajar por tu oido y gritarte siempre que hay verdad.
9) Porque si muero es por luchar... y no por mirar.
10) Si me cansé de llorar, fue porque en las lágrimas no encontré salida.