sábado, 28 de abril de 2012

HdP 4: La noche perfecta

...Y pasaron tres noches desde aquella noche. Una nueva oportunidad para encontrar caminos nunca caminados. La esperanza, siempre la esperanza. Esa mujer seductora y traicionera que conquista lo inconquistable. Esa fragilidad de pisar y sentir, de creer que la huella que queda, esta vez sí, será la correcta. Pero al dar el siguiente paso, la mirada retrospectiva plantea dudas sobre el antes y el después. Siempre dudas. Siempre.
Setenta y dos horas después desde aquella noche. Un nuevo paquete de forros yacía intocable en el cajón. Por las dudas. Las cortinas bajas hacían más tenebroso al ambiente. El contestador automático titilaba un rojo tras rojo. Una esperanza tras otra. Una frustración tras otra. Play...
"Loco, soy el Negro. No entendí un carajo el mail del otro día. ¿Qué mierda quisiste decir? ¿Estás bien? Llamame y vamos a cenar un día de estos”. El siguiente. "Hijo querido, amorcito. Que lindo abrazo y beso me diste el otro día. ¿Estás bien? Venite a cenar un día de estos y te hago esos ravioles con estofado que tanto te gustan. Sí, los de ricota. Y de postre, budín". El que sigue. "Hijo de mil puta. Cuando te cruce por la calle te hago mierda. No vas quedar bien, te lo aseguro. Ah, y te confieso: en todos los años que cogí con vos, me sobran los dedos de una mano para recordar los orgasmos que tuve. Impotente". Uno más: "Perdoname. Sé que en los años de secundaria vos y yo, bueno, eso, ya sabés. Que si, que no. Adolescentes puros, ¿no? Tal vez con mi mensaje en face te entusiasmaste y yo no te aclaré que estaba casada y con tres hijos. Tal vez en la próxima vida. Tal vez. Nunca se sabe, ¿no?".
El DVD de siempre. El beso a Toto de despedida. "Cuidate, campeón. Y sé feliz. Vos tenés claro como es eso de ser feliz. Ya sabés: siempre seguí tu olfato. Vos no podés fallar. Vos no vas a fallar". Toto lamió su cara, y se volvió a tirar a los pies de la cama. "Entendió. Estoy seguro que me entendió".
El arma, reluciente, salió del cajón lista para dar batalla. La vista que pispeó los forros que nunca trabajaron. El guitarrista que hacía el solo preferido. "Como toca este hijo de puta". Afuera, el negro de la noche. Adentro, el negro de la vida. Y ese disparo a la sien implacable que tardó tres días en salir.

lunes, 23 de abril de 2012

HdP 3: El día imperfecto

Acomodó el revólver en el cajón de la mesita de luz, al lado del paquete de forros sin abrir. Cambió de opinión: agarró ese sucio paquete, maldijo, y lo tiró a la basura. Llevaban un año y monedas ahí y se estaba cerca su fecha de vencimiento. Como la de él.
Puso el despertador a las 8. Tomó dos alplax para asegurarse de tener un sueño profundo e inalterable. No iba a ser cosa que esa noche, la última noche, llegue con insomnio. Puso el DVD de su banda de heavy metal preferida y lo miró hasta que los ojo se le cerraron.
A las 8.30 ya estaba bañado, perfumado y en la calle. Listo para encarar el día perfecto. Tenía un papel con algunos nombres propios marcados. Y, también, con algunos cosas por hacer. Empezó con lo más simple: la carta de renuncia y el golpe directo al mentón para el maldito dueño del bar que lo basureaba todo los días. A la apetecible cincuentona del apetecible escote que desayunaba todos los días el café con leche mitad y mitad con dos medialunas, le regaló una flor y una nota de una sola palabra: “Lástima”.
Tomó el subte rumbo al centro. Le dio billetes de a cien a los tres vendedores ambulantes y a los cinco mendigos que encontró en el camino. Bajó en Florida, caminó hasta San Martín rumbo a Tucumán. Le regaló un “hermosa” a las mujeres más feas que encontró en el camino. Doble razón: alegrarles el día y vengarse de todas las lindas que nunca siquiera le agradecieron un piropo.
Quinto piso de un antiguo edificio. Ahí estaba su hermano, enterrado entre papeles de impuestos y vencimientos. No le dijo nada: lo abrazó, le dio dos palmadas y se fue rumbo a Lavalle. Su próxima parada era Pippo. No le alcanzó un plato de fideos: pidió dos. Pipón, a punto de reventar, sentía que iba a morir indigestado. Pero no, para ese asunto de la muerte faltaban unas horas todavía.Llegó al Abasto y vio la última de Woody Allen. El cine estaba casi vacío, como están los cines los lunes a media tarde cuando dan una de Woody Allen. Aplaudió al final, dejó casi completo el balde de pochoclos, revisó la lista y vio que le quedaban 4 ítems sin tachar. Los dos primeros los realizó cual trámite bancario: “Egoísta de mierda. Ojalá te mueras poquito después que yo”, le escribió a su primera ex vía sms. “Fue lindo mientras duró”, fue el mensaje para la segunda. Su celular comenzó a sonar antes de salir volando por el cielo, caer y romperse en mil pedazos.
“Hola, mi amor, ¿comiste?”, fueron las primeras cuatro palabras de su madre. Siempre son las primeras cuatro. “Sí, mamá. Vengo a decirte que te quiero mucho. Mucho”. Se dieron un abrazo interminable, hasta que el abrazo terminó. “Me voy”. “¿Ya? ¿Tan rápido? No comiste nada. ¿Te hago un churrasquito?”. Por suerte, pasó un taxi muy rápido. Doble día de suerte: no había tránsito. Triple: todo estaba saliendo tal cual lo planeado. Por primera vez en su vida todo salía tal cual lo planeado. "Es un día perfecto", se explicó a sí mismo.
Toto lo esperaba moviendo la cola y saltando de alegría. Le dio un hueso que tenía guardado, prendió la computadora y abrió su casilla de Hotmail y su cuenta de Facebook. No había ningún mensaje nuevo. “Nadie sabe que existo”, pensó. “Negro, te pido un favor grande. Cuidalo a Toto. Sino podés vos en tu casa, tu primo que vive en el campo seguro lo querrá. Gracias por todo el aguante que siempre me hiciste. Mi vida hubiese sido todavía peor sin vos”. Fue a la pieza, tomó el revólver, lo lustró y se lo puso en la sien. Transpiró como nunca, contó de 10 a 1 y, en el 2, temblando, escuchó ese ruidito que sale del parlante cuando llega un mensaje de facebook. “No, no importa”, pensó. Retomó desde cinco. Cuatro, tres, dos... Hasta que llegó el segundo y la curiosidad fue más fuerte.“¡Hola! ¡Tanto tiempo! Soy Gabriela, tu compañera de la secundaria. ¿Te acordás? Bueno, este viernes nos juntamos todos a recordar esos años. Venite”. Luego, el siguiente decía: “En la pizzería de la esquina del cole”. Los pupitres, el pizarrón, el jumper, Gabriela y ese amor imposible. Ruidito. Nacía un tercer mensaje: “No me falles”.
Fue a la cama, puso el DVD de la banda de heavy metal, tomó un alplax, y guardó el revólver en el cajón de la mesita de luz, justo al lado del paquete que no estaba. Mientras los ojos se le cerraban, miró a Toto y le dijo: “Tengo que comprar forros. Por las dudas”. Y se durmió.

jueves, 19 de abril de 2012

HdP 2: La Ley Del Embudo

Le gustaba tanto pero tanto la frase que la hizo remera. Es más: la hizo emblema de vida. Con letras blancas, tipografía times new roman, cuerpo 96, decía sobre fondo negro: La Ley Del Embudo. No quedó ahí: se hizo una blanca con letras negras, una amarilla, una roja, una azul... Tenía una colección por colores y formatos. Orgulloso, las paseaba por la ciudad y, si alguien le preguntaba, desarrollaba su teoría cual filósofo de bodegón.
En su casa, tenía todo acomodado en una carpeta. Tres separadores clasificaban el rubro: rubias, morochas y pelirrojas. En cada uno, una nueva subdivisión: pelado, gordo, petiso, hueco, presumido, canchero, insoportable. Había más, pero ahí encajaban la mayoría de los hombres de la Ley. En una libreta, iba anotando durante el día cada caso que veía por la calle, y luego, por la noche, lo volcaba en su registro. No sumaba los de la televisión, diarios o revistas: él tenía que ser testigo de la consumación del hecho. El anotador tenía la cara de Borges como tapa, porque una vez se enamoró de una frase suya: "La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica". Y, por supuesto, también la hizo emblema de vida.
"¿Y para qué te sirve todo esto"?, le preguntó su amigo Juan, cerveza y rabas de por medio. "No lo tengo claro, pero sé que algún día me será muy útil. Un libro, un estudio sobre el pensamiento de la mujer, contestar la pregunta del millón que se hacía Freud, o algo. Eso, algo. Pasará algo, estoy seguro". Y hablaba y hablaba sin parar hasta, feliz, cerrar con lo que para él implicaba el dato más asombroso de su estudio: "Rubia tetona con pelado-petiso. Esa es la fórmula que más se repite". Juan se agarró la cabeza, picó la última raba, hizo fondo blanco de cerveza y le dijo: "Estás muy loco. Pasado mañana es viernes, te paso a buscar y vamos al barcito del centro, a ver si pescamos algo. Coger te va a hacer bien. Ponete una remera normal, por favor".
El jueves pasó con pena, sin gloria, y una rubia-petiso y una morocha de ojos verdes-millonario cincuentón para agregar a la estadística. El viernes sorprendió con una rareza: pelirroja despampanante-flaco insípido. "Para el guinnes", le dijo a Juancito en el bar. "Guarda esa libreta. Acá adentro no me hagas pasar papelones. Vamos a hablar con esas dos de ahí, que están buenas, tienen minifalda y fuman. Si fuman, cogen seguro. A ver si ligamos algo una vez".
Que como te llamas, que de donde sos, que estudiás, que música escuchás. Lo de siempre, en el mismo orden para que no se altere el ecosistema mundial. La cosa no iba mal: dos sonrisas femeninas en cinco minutos promueve, cuanto menos, alguna esperanza. Las chicas se fueron al baño, de a dos, como siempre. "¡Vamos bien, vamos bien!”, se entusiasmó Juan. "Che, a mí no me gustan ni un poco. Tienen buenas piernas, pero nada más. A mí me gusta aquella de pelo muy cortito y tetas grandes. A mí me gustan las tetonas, ya sabés, Juan. Pero está con se patovica de cuarta. Ves, cuando llego a casa anoto: pelo muy cortito-patovica. Esa fórmula no la tengo".
Por causa de fuerza mayor la charla debió interrumpirse. La fuerza mayor era la del patovica que se paró delante de los dos y les dijo: "Che, ustedes dos, ¿qué miran tanto?". ¿Hacer frente o huir con elegancia? Juancito, rápido, tomó la decisión: huir con elegancia. "Nada, soy promotor de una agencia de modelos y pensaba en que tu novia podía sumarse a mi staff", inventó. "No es mi novia. Todavía no es mi novia. Pero ya la estoy impresionando. Va a ser mi novia. Y no, yo no acepto tu propuesta, ella hace lo que yo quiero".
Las chicas volvieron del baño justo cuando el patovica regresaba con la de pelo muy cortito y tetas grandes. "¿Con quién hablaban?". Juancito, siempre rápido, contestó antes para evitar un papelón: "No, nada. Es un conocido que nos debe algunos favores y nos vino a agradecer. Lo que pasa es que...". "Perdonen chicas, me voy, no me siento bien". Juan casi a los gritos, le espetó: "¿Quéééée´? ¿Cómo que te vas? Guarda esa libreta de mierda y vení acá. Si cruzás esa puerta a mi no me ves más. Listo, no me ves más. Nunca más. No somos más amigo. Perdonen chicas, está loco. ¿En qué estábamos?".
Varias cervezas después, con la noche perdedora tirando la toalla, mientras subía la escalera para ir al baño, Juancito vio como los buitres de la mesa de al lado ya se empezaban a chamuyar a sus ocasionales compañeras. "Ni diez segundos esperaron los turritos. Me levanté y ya atacaron", se decía mientras meaba y tarareaba un tango triste y melancólico. Tango, al fin. "Perdón", dice al salir del baño, tambaleantemente borracho, cuando casi se llevó por delante a... la de pelo muy cortito y tetas grandes. "Todo bien, te esquivé justo. Che, ¿tu amigo se fue?". Juan no entendía la pregunta. No estaba tan pero tan borracho, lo que pasa es que la pregunta le resultaba incomprensible. "¿Se fue tu amigo?". "Ehhh, sí, ¿por?". "Nada, me gustaba su onda. Aparte tenía una libreta en el bolsillo con Borges en la tapa. Seguro es poeta, ¿no? Y yo no soporto más al grandote que me habla de rugby, autos y ropa cara. Lástima, tu amigo se lo perdió por boludo. Mandale un beso”.

sábado, 14 de abril de 2012

HdP (historias de perdedores) 1: El mejor cuento de la historia

El sonido del messenger lo despertó en esa madrugada feroz. El hilito de baba corriendo por la comisura de sus labios desembocaba justo en la zeta del teclado. La cara apoyada sobre todo el abecedario, los ojos hinchados, la columna doblada cual hábil contorsionista. Los hombros pesados, la garganta ronca, la cabeza a punto de explotar en mil pedazos.
El sonidito de nuevo, como un perforador de oídos. La respuesta injustificadamente agresiva: “Estoy escribiendo el mejor cuento de la historia, Negro. No me rompas las bolas con pelotudeces. Si tu mujer se fue con otro, jodete. Salí a la calle y busca otra mina. O, sino, pagate una buena puta”.
En realidad, no había mejor cuento del mundo. No había cuento alguno. Había, sí, una letra de delete gastada de tanto borrar y borrar historias con destino de papelera de reciclaje. Historias frustradas y frustrantes. De mujeres imposibles, de sentimientos errantes. De ayeres que van y vienen, de presentes cascarrabias y de futuros que prometen promesas incumplibles. Malditos tramposos.
Era esa la sexta madrugada consecutiva que terminaba igual: vencido por el sueño, derrotado por la obsesión. Con el corazón estrujado. Se sabe: no hay peor estruje que el de no satisfacerse a uno mismo. Pero, en su caso, el corazón estaba estrujado en serio. Médicamente estrujado. Esa noche sintió los latidos acelerados, el pulso potente y el miedo golpeando su puerta. Lo iba a echar a los gritos y sin asco, como al Negro. Pero no: el miedo, cuando es grande, impone más respeto que cualquier humano.
Fue un aviso. “Ey, calma. Que la vida es una, que la vida es corta”, se dijo a modo de alerta. Con la lluvia como compañera de la noche, compañera del dolor, esa madrugada le confió al médico de guardia su dolencia.
-Amigo, tenés que cuidarte. Tuviste suerte. El corazón no suele avisar. Tenés que largar todo: faso, merca, tragos, minas.
-No, doctor, lo que pasa…
-¿Vos querés vivir? Entonces no me contradigas. Vida sana, vida larga.
-Pero doctor, no entiende.
-Claro, me vas a venir con el cuento ese. El cuento de siempre. El mejor cuento de la historia. Que no fumás, no tomás, no hay merca, no hay putas. Que sos tan sano como el agua mineral. No, pibe, no. Ese cuento lo conozco. ¿Sabés cuántos me contaron ese cuento a mí?
No valía le pena explicar nada más. Estaba todo claro. Afuera esperaba la noche. Más lluviosa, más cruel, más implacable. Y menos amiga. En el taxi, recordó la frase del Negro antes de cerrar el msn: “Lo único que escribís son historias de perdedores. Como vos. Andate a la puta que te parió”.

miércoles, 11 de abril de 2012

Muerte 8: Muertes

Por cada letra que queda tipeada, decenas mueren en el camino. Cada palabra debe batallar con otras cientas para salir victoriosa. Ni hablar de las ideas. Nacen revoltosas, pujantes, entusiastas y rebeldes, pero mueren en laberintos internos que nunca terminan de descifrar. No gana ni la mejor ni la peor: la más fuerte será la que por fin ocupe un lugar en este espacio.
Será que martilla la idea de que por día tenemos más muertes que vidas. Repiquetea esa sensación de pérdida. El dolor tiene más prensa que el bienestar. O, por lo menos, sabe como acomodarse en el corazón. Y queda ahí, instalado. Se hace su casita, un tres ambientes con dependencia, jardín y hasta parrilla. Hace asados con todos los ingredientes e invita a sus amigos de siempre: la nostalgia, la tristeza y el aburrimiento. Pipones, algo borrachos, gobiernan la vida a su manera, dictatorialmente anárquica.
Han sido, con esta, nueve muertes en textos que pedía el alma. Pedacitos del alma despellejados. Fue suficiente. Las muertes seguirán estando. Fluyendo. Nunca se van. Todos los días morimos. Pero también, todos los días nacemos otro poco. Será cuestión de parir para nuevos textos para entonces sí, decretar la muerte de las muertes.

sábado, 7 de abril de 2012

Muerte 7: Hielos

Todos nacemos para morir. Cada uno nace a su manera. Cada uno muere a su manera. Pero no todos tenemos destino de hielo, cuya existencia tiene un sentido tan marcado, tan vacío y tan perfecto a la vez.
Hay hielos nacidos sólo para nadar en vasos. Son la mayoría. Chapotean, resisten, se rinden, se ahogan. Y después vendrán otros hielos para ser desparramados en los mismos líquidos, sabedores que sus antecesores ya dejaron huella. Y harán lo que deben hacer: seguir la huella.
Hay otros hielos, minoría, nacidos con otro destino. Son hielos sanadores. Hielos bálsamos de heridas de guerra, amigos de almas que sangran por dentro. Besan pieles descascaradas, huesos astillados y moretones relucientes.
Curioso destino de cumplir su deber mientras deshacen su existencia. Enfrían, como toda solución. Pero, hielos al fin, no llegan al interior para congelar el fuego de esos corazones que arden de dolor.
Son hielos. No son milagros.