lunes, 23 de abril de 2012

HdP 3: El día imperfecto

Acomodó el revólver en el cajón de la mesita de luz, al lado del paquete de forros sin abrir. Cambió de opinión: agarró ese sucio paquete, maldijo, y lo tiró a la basura. Llevaban un año y monedas ahí y se estaba cerca su fecha de vencimiento. Como la de él.
Puso el despertador a las 8. Tomó dos alplax para asegurarse de tener un sueño profundo e inalterable. No iba a ser cosa que esa noche, la última noche, llegue con insomnio. Puso el DVD de su banda de heavy metal preferida y lo miró hasta que los ojo se le cerraron.
A las 8.30 ya estaba bañado, perfumado y en la calle. Listo para encarar el día perfecto. Tenía un papel con algunos nombres propios marcados. Y, también, con algunos cosas por hacer. Empezó con lo más simple: la carta de renuncia y el golpe directo al mentón para el maldito dueño del bar que lo basureaba todo los días. A la apetecible cincuentona del apetecible escote que desayunaba todos los días el café con leche mitad y mitad con dos medialunas, le regaló una flor y una nota de una sola palabra: “Lástima”.
Tomó el subte rumbo al centro. Le dio billetes de a cien a los tres vendedores ambulantes y a los cinco mendigos que encontró en el camino. Bajó en Florida, caminó hasta San Martín rumbo a Tucumán. Le regaló un “hermosa” a las mujeres más feas que encontró en el camino. Doble razón: alegrarles el día y vengarse de todas las lindas que nunca siquiera le agradecieron un piropo.
Quinto piso de un antiguo edificio. Ahí estaba su hermano, enterrado entre papeles de impuestos y vencimientos. No le dijo nada: lo abrazó, le dio dos palmadas y se fue rumbo a Lavalle. Su próxima parada era Pippo. No le alcanzó un plato de fideos: pidió dos. Pipón, a punto de reventar, sentía que iba a morir indigestado. Pero no, para ese asunto de la muerte faltaban unas horas todavía.Llegó al Abasto y vio la última de Woody Allen. El cine estaba casi vacío, como están los cines los lunes a media tarde cuando dan una de Woody Allen. Aplaudió al final, dejó casi completo el balde de pochoclos, revisó la lista y vio que le quedaban 4 ítems sin tachar. Los dos primeros los realizó cual trámite bancario: “Egoísta de mierda. Ojalá te mueras poquito después que yo”, le escribió a su primera ex vía sms. “Fue lindo mientras duró”, fue el mensaje para la segunda. Su celular comenzó a sonar antes de salir volando por el cielo, caer y romperse en mil pedazos.
“Hola, mi amor, ¿comiste?”, fueron las primeras cuatro palabras de su madre. Siempre son las primeras cuatro. “Sí, mamá. Vengo a decirte que te quiero mucho. Mucho”. Se dieron un abrazo interminable, hasta que el abrazo terminó. “Me voy”. “¿Ya? ¿Tan rápido? No comiste nada. ¿Te hago un churrasquito?”. Por suerte, pasó un taxi muy rápido. Doble día de suerte: no había tránsito. Triple: todo estaba saliendo tal cual lo planeado. Por primera vez en su vida todo salía tal cual lo planeado. "Es un día perfecto", se explicó a sí mismo.
Toto lo esperaba moviendo la cola y saltando de alegría. Le dio un hueso que tenía guardado, prendió la computadora y abrió su casilla de Hotmail y su cuenta de Facebook. No había ningún mensaje nuevo. “Nadie sabe que existo”, pensó. “Negro, te pido un favor grande. Cuidalo a Toto. Sino podés vos en tu casa, tu primo que vive en el campo seguro lo querrá. Gracias por todo el aguante que siempre me hiciste. Mi vida hubiese sido todavía peor sin vos”. Fue a la pieza, tomó el revólver, lo lustró y se lo puso en la sien. Transpiró como nunca, contó de 10 a 1 y, en el 2, temblando, escuchó ese ruidito que sale del parlante cuando llega un mensaje de facebook. “No, no importa”, pensó. Retomó desde cinco. Cuatro, tres, dos... Hasta que llegó el segundo y la curiosidad fue más fuerte.“¡Hola! ¡Tanto tiempo! Soy Gabriela, tu compañera de la secundaria. ¿Te acordás? Bueno, este viernes nos juntamos todos a recordar esos años. Venite”. Luego, el siguiente decía: “En la pizzería de la esquina del cole”. Los pupitres, el pizarrón, el jumper, Gabriela y ese amor imposible. Ruidito. Nacía un tercer mensaje: “No me falles”.
Fue a la cama, puso el DVD de la banda de heavy metal, tomó un alplax, y guardó el revólver en el cajón de la mesita de luz, justo al lado del paquete que no estaba. Mientras los ojos se le cerraban, miró a Toto y le dijo: “Tengo que comprar forros. Por las dudas”. Y se durmió.

3 comentarios:

  1. Todos buscamos en mayor o menor medida, ser salvados.
    Nada ocurre al azar. Por eso nos aburrimos con facilidad. Porque sospechamos lo que se avecina y si prestamos atención... lo confirmamos.

    El suicidio es para pocos.

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  2. coincido, el suicidio es para pocos.

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  3. Siempre hay una esperanza o más de una! Genial esta entrada, y tu blog! Cosas muy interesantes, te sigo!

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