jueves, 21 de octubre de 2010

Rock 3: Apago la luz (La Covacha)

Avanzar difícil
de tiempos modernos
siempre el mismo fuego
nos trae el calor

Protesta de pocos
va descolocado
mostrando ilusiones
dormimos mejor

Las calles desiertas
se quedan llorando
la barra de a poco
no la pisa más

Quizás en la cola
me toque primero
el juego se acaba
y vos siempre das

Dieciocho abriles después del primer llanto, Panchito dejó su pueblito. Cargó el bolso con ropa, sueños y coraje. Esta vez no hubo regreso inmediato tras las dos horas de micro hasta la gran ciudad. Mamá cambio el "cuidate" por un "te voy a extrañar". No aguantó más y se puso a llorar.
Papá lo aconsejó con el corazón estrujado, y le puso unos billetes en sus manos. "Es el ahorro de varios meses. Es para vos. Nosotros nos vamos a arreglar. No te aproveches del tío, que es bueno. Y siempre, siempre, siempre, mira para adelante". llegó hasta el nudo en la garganta. No se vieron lágrimas.
Su hermanito, lo despidió con un hasta luego: "En dos años voy con vos y me llevas de recorrida por todos los cabarets de la Capital".
Allá, en su tierrita, quedaban familia, pasado e historias. Las risas de los días y las calmas de las noches. La paz de las calles. Los vecinos de varias generaciones. Las fiestas en la plaza del pueblito. El primer beso, el primer amor, el primer sexo, el primer llanto. El último desconsuelo.
Las luces de la gran ciudad llamaban con su voz prometedora de aventuras, éxitos y emociones. Y Panchito ganó en cada uno de esos casilleros. Han pasado 28 abriles, y hoy el muchachito de la película es gerente de gerentes y galán de galanes. No le falta plata. Al contrario, le sobra. No le faltan mujeres. Al contrario, le sobran. Tiene tantas y no tiene ninguna. Y tampoco le faltan angustias. Al contrario, le sobran. No tiene ningua, pero tiene tantas.
Extraña el pasado que no vuelve. Ni volverá. Sabe que el pasado no se busca en los rincones del alma. Juega a las escondidas y nadie lo encuentra. Añora aquellos tiempos donde la única preocupación era sacarle el jugo a la vida y no al último modelo de juguera. Hay manzanas que no son para aparatos eléctricos. El dulce del presente no logra sacarle ese gusto a sal en la boca. Y el futuro que promete lo mismo sin aburrirse de volar tan bajo: éxitos en envases descartables.
Su hermanito hizo lo prometido: dejó el pueblito, recorrió cabarets, le jugó pulseadas a la noche y consiguió un digno empate. Se hizo vicioso, jugador y mujeriego. No en ese orden de jerarquías. O sí. Que importa. "Escucha esto", le dijo un día. Le quedó una frase de esa canción de un grupo que nunca conoció ni conocerá: "Las calles desiertas se quedan llorando. La barra de a poco, no la piso más".
Un día de sol, a punto de cerrar un gran negocio, se paró en la puerta de la oficina y se quedó pensando. Un minuto. Cinco. Diez. Desde su blackberry, le envió un mensaje de texto al director con una palabra: "Renuncio". Tomó el micro de siempre, llegó al pueblito, abrazó a la vieja y le dijo gracias al viejo. Pidió fideos de cena. "Y mañana hacemos un asadito. ¿Invitamos a los vecinos"?.

Versión acústica: http://www.youtube.com/watch?v=4vf20o8aVq4

jueves, 14 de octubre de 2010

Rock 2: El juicio del ganso (La Renga)

"De tanto andar por la cornisa, tal vez un día pueda caer".
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Quien sabe que extraño mecanismo de la mente humana llevó a Gastón, en ese momento, a tararear el comienzo de esa canción que tantas veces cantó una década atrás. Por entonces, eran tiempos de dejar los pantalones cortos, ponerse los largos, y preguntarle al mozo de turno que hay para saborear en la mesa del mundo. Abrió la boca con ganas y, de poquitos bocados, comió todo lo que estaba a su alcance, sin detenerse a pensar en gustos, sabores o problemas digestivos. Nada. Lo único que le importaba era él y su satisfacción personal.
En ese pasado arremolinado, se jactaba de cantar el comienzo de esa cancioncita de La Renga, cuando se hacía el rocker de noche después de jugar al ejecutivo de día. Se sentía identificado. "Yo camino siempre por la cronisa", repetía con una sonrisa sobradora ilumninándole la cara. Y siempre, de día y de noche, mantenía la coherencia del beneficio personal y el perjuicio ajeno. Juntó enemigos como quien colecciona estampillas. Decepcionó a todos los que pudo. Defraudó todo lo que tuvo. Y así, sin querer queriendo, se graduó de estafador de varios bolsillos y muchas emociones.
Quien sabe que extraño mecanismo de la mente humana llevó esa noche a Gastón a ese tarareo, desde el piso mojado de la noche húmeda, a punto de ser molido a golpes por dos matones deseosos de fracturar algún hueso. "Muchachos, calma. Y vos, Boli, tranquilizá a tus gorilitas, please". Boli lo miró, estuvo a punto de chasquear los dedos, y se detuvo.
Uno en el piso, otro arriba. Como tantas veces había sucedido, pero al revés. Cursaron juntos la secundaria en el colegio del barrio. Gastón inventó dos personajes: el suyo, el del pibito sabelotodo con facha y la banca de un papi diputado, y el de Boli, así apodado despectivamente por "tener cierto aire boliviano". Cada paso en el crecimiento de Gastón era acompañado por una broma hacia su víctima de turno.
No la pasó bien en esos año el Boli. Lloraba más el dolor del desprecio antes que el dolor físico de los golpes de las palizas que le daban Gastón y sus secuaces. Diez años después, la vida y el destino los volvieron a juntar en este callejón con olor a desquite. "Sabés, Gastoncito, ahora nadie me llama Boli. Desde hace algunos años, cuando comencé a vender, me dicen el Jefe. Repetí por favor: Je-fe".
Tragó saliva. Refunfuño para sus adentros. Pero no tenía opción: "Je-fe", dijo Gastón.
-Más fuerte.
-Je-fe.
-¡MAS!
-¡JEFE! Gritó Gastón.
-Dejenlo, muchachos, no vale la pena mancharse las manos con esta basura. El dolor no se olvida, nunca. Pero no hay que vivir pensando en la revancha. Hay que saborear las pequeñas victorias.
Boli hizo lo que Gastón nunca hizo: le tuvo piedad. El y sus muchachos se fueron caminando por el callejón. Fue la última vez que se lo vio caminar por el barrio. Al día siguiente, el Jefe apareció en su dormitorio muerto de tres balazos. Los investigadores encontraron un papelito en el piso que decía: "viano".

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Versión acústica http://www.youtube.com/watch?v=XGsri0894cg
Versión eléctrica http://www.youtube.com/watch?v=0skqFeyJr6U

miércoles, 6 de octubre de 2010

Rock 1: Decime cuando (Memphis)

"Pensás que mirar el verde
Descansa la vista
Mientras vas manejando
por la autopista.
Vos sabés que es muy musical
El sonido del viento".

Andrés repetía el ritual desde hace años. Una y otra vez. Y otra. Esa melodía suave que toma impulso con el correr de los minutos, esa voz dulcemente ronca de Adrián Otero, esa prosa que dice tanto, todo eso, lo relajaban después de un día de rutinario trabajo. Si no encendía el equipo de música y no daba play, sentía que algo le faltaba y que no podía seguir más allá en lo que le quedaba por vivir de ese día. Del siguiente. Del próximo.

"Llegás y abrís la puerta
del departamento,
te tirás en un sillón,
te sacás los zapatos,
prendés la TV color,
te idiotizás un rato".

A veces, Andrés seguía al pie de la letra lo que Otero enunciaba en su descripción del hombre gris. A veces, saltaba al equipo de la sorpresa y variaba. Pero se sabe: los grises mandan, dominan el mundo. Son una plaga que coloniza la mayoría de las mentes. En el barrio, las vecinas cuchichean en el súpermercado de los chinos las mismas historias que 30 años atrás cuchicheaban sus madres. En el barrio, los hombres cambiaron portafolios por mochilas, pero dentro meten los mismos insabores de siempre.

"Enseguida te quedás dormido
¡qué malos programas!
¿cuándo vas a hacer
lo que tenés ganas?
Si te pasaste toda tu vida
Postergando un sueño".

Tinelli ya cansa, piensa Andrés, mientras se resiste a cambiar porque ya viene la próxima concursante que tiene mejor culo que la anterior. Igual, para ver el fútbol de hoy, donde un punto se cotiza en la bolsa de valores más que un poquito de dignidad. Un breve zapping por los canales de noticias suma muertes, sangres, abusos y peleas. No, mejor la tetona de Tinelli. Rubia o morocha, ya da igual.

"Para llegar donde estás
Postergaste tu sueño,
Pensás si valió la pena
Y fruncís el ceño,
Si siempre fuiste
un actor de reparto
de esta tonta comedia".

Mientras se recaliente en el horno el pollo con papás que su mamá le trajo anoche, mientras mira por Internet las fechas de los show de Paul McCartney en Brasil a los que nunca irá, mientras espera que el teléfono suene sea quien sea a la hora que sea, o que el messenger le depare alguna charla medianamente interesante, mientras suma tantos mientras, Andrés mira por la ventana de su sexto piso, balcón a la calle, en una zona que dejó en cenizas las promesas que le hizo al mudarse. Del otro lado del vidrio no hay nada. Sólo vereda y asfalto. Y Otero que para de gritar en los parlantes.

"Y no te podés escapar
Porque, ¿hasta dónde
podrías llegar?
No bien empiece a hablar,
La voz de tu conciencia, te dice:
Cuándo, decime cuándo
Pero cuándo,
Decime cuándo,
Decime cuándo vas
a realizar tus sueños"

Quien sabe porque, el pollo con papás le gusta más recalentado que de primera cocción. Hay veces que las comidas recalentadas tiene mejor sabor. Hay veces que ciertas cosas gustan más con otro golpe de horno. De postre, dudó. ¿Helado del delivery o la manzana que ya no brilla con el rojo de antes? Quiere helado pero elige la manzana, a ver si se pone fea y hay que tirarla. La comida no se tira, le enseñó mamá cuando era chiquitito.
Revisó su agenda laboral del viernes: reunión más reunión más reunión. Revisó su agenda nocturna: nada de nada de nada. No, perdón, borroneado tenía el número de una prostituta por si el aburrimiento la carcomía el alma. Eso no se hace, le explicó mamá de chico. Andrés casi siempre le hace caso a mamá. Miró su título de abogado colgado en la pared. Miró la foto de un viejo amor rancio en el recuerdo. Miró la foto de su viaje a Europa de mochilero. Miró su pasado, apagó la luz del presente y se fue a dormir. No valía la pena espiar el futuro.