martes, 27 de abril de 2010

Miligramos

En algún lugar de la ciudad de Buenos Aires, alguien planteó una disyuntiva por demás enriquecedora: ganas o necesidad. Póngase en un platillo de una balanza equis cantidad de una y exactamente la misma de otro: ¿qué pesa más?
Las preguntas vuelan. ¿El chino del súper se mueve por ganas o por necesidad? ¿El parrillero de los sandwiches de vacío? ¿El kioskero de al lado de casa que ve pasar la vida, o que pasa por la vida...?
Cada uno maneja sus propios valores de kilos o gramos. No hay receta para la felicidad. Tampoco la hay para establecer el peso de las ganas y el peso de la necesidad. ¿Alguien sabe cuántos miligramos pesa cada una...?

martes, 20 de abril de 2010

RG 27: GPS (Gabriela Paola Suárez)

"Que se joda por hijo de puta", pensó mientras se bajaba la minifalda y dejaba el descubierto la bombacha colaless roja que tan bien le quedaba. "Que se joda por recontra hijo de mil puta. Estamos a mano", se fastidió dos horas después, cuando el sexo con el insípido compañero de oficina, con sabor a venganza y sin nada de gusto a placer, había concluido.
En la vereda del albergue transitorio, pese a que noviembre ya mostraba su noche, Gaby se puso sus anteojos oscuros para tapar la vergüenza del engaño, y le dijo a su amante de ocasión: "Primera y única vez. Y mañana, en el trabajo, ni media palabra a nadie. ¿Entendiste?". El asintió sin importarle, total ya se había sacado las ganas que le tenía desde que la vio por primera vez, tres años atrás, con su largo pelo rubio revoloteándole por sus contornos.
Gruñendo fastidio, se tomó el primer taxi que pasó a media cuadra, no contestó ninguna de las frases cancheras del chofer, llegó, se sacó las botas, preparó las milanesas, y sirvió la comida. Sabía que a su marido le dolía la cabeza, por eso le dejó, al lado de la gaseosa, un vaso de agua con una pastilla blanca.
-¿Que tal tu día en el negocio, mi amor?
-Bien. Bah, mal. Lo de siempre. Poca venta, mucha deuda. Y un enano que me martilla la frente. ¡Qué dolor!
-¿Por qué llegaaste de nuevo tarde?
-Porque nos quedamos haciendo un inventario y después lleve al cadete hasta su casa. Pobre, no tiene un mango y tiene que alimntar a sus dos hijos... ¡Qué dolor, mi cabeza!
-Tranquilo, tomá esto y vas a estar mejor...
Apenas pudo terminar la milanga con fritas. "Me caigo de sueño", balbuceó mientras se iba a la cama antes de que la pastilla para dormir hagan efecto. Se acostó, se tapó, y en cinco segundos ya estaba nocaut. Gabriela aprovechó que el Negro tenía varias horas por delante sin abrir los ojos. Pensó en algo macabro. Estaba segura que él lo engañaba, y creía que era con la pendeja del local de enfrente. "Maldito hijo de puta", le gritó en la cara a su marido, que soñaba el sueño que quería soñar.
"Ya sé. Te cagué, puto". Tomó las llaves del auto, prendió el motor, apretó las teclas del GPS y siguió las indicaciones. "¿A La Boca?", pensó al ver las calles y el camino por seguir. "¿Me cambia por una negrita de La Boca...?". Llegó a destino y en la puerta vio un cartel que decía: "Comedor cominutario: hoy lentejas". Gaby entendió poco. "¿Será cocinera?", pensó mientras una señora de unos 60 años, con mucha cara de buena, se le acercaba.
-¿Te puedo ayudar en algo?
-Eh, sí. No. Puede ser.
-¿Cómo te llamás?
-Gabriela Paola Suárez.
-Decime, me gustaría poder serte útil.
-¿Ves este tipo de la foto? Bueno, yo soy... Eh, yo soy... Una amiga, eso. Y le tenía que dar un mensaje y sé que él viene a veces acá. Creo que conoce a alguien y tiene una relación. O algo así.
-¿Acá? Que raro... No creo, che. Dejame ver la fotito esa.
La señora con cara de buena estalló en una carcajada. Le costó recuperar el aire. Hasta se le escapó una lágrima de la risa.
-Este es el Negrito Suárez. El nos da una gran mano con el comedor. A veces nos da comida, a veces saluda a los abuelos, o a los pobres que vienen por un plato de comida. A veces canta alguna canción... Entendés... Viene cuando puede, porque su mujer no lo sabe, porque a él le da vergüenza decirlo. ¿Cómo me dijiste que te llamabas?.
-No importa. Me voy. Chau.
-Pero espera, rubia. ¿Le pasó algo al Negrito?
-No, está muy bien. Es un gran hombre. Y yo soy una hija de mil puta.
-¿Qué?
Gabriela salió corriendo. Tardó 13 minutos de La Boca a Flores. Pasó 6 semáforos en rojo y 10 en amarillo. Se rompió un taco en el pasillo del edificio en su desesperación por llegar rápido. La conciencia carcomiéndole el alma le había hecho olvidar que en su cama matrimonial alguien dormía bajo los efectos de una implcabale pastilla para dormir. "Soy la peor", se maldijo. Lloró en el baño, allí donde se llora el dolor que no se comparte. Con la ducha escupiendo un agua rabiosa para lavar tanto fuego de sucio pecado que le quemaba por dentro.
A la mañana siguiente, el Negro se despertó con un beso de lengua. "Te preparé el desayuno que te gusta: tostadas con dulce". El sonrió. "Ya no me duele más la cabeza", susurró. "Tranquilo. Yo te voy a cuidar. Siempre. Esto es para siempre...".

viernes, 16 de abril de 2010

Di Caprio

Una tibia película con mensaje. Una de suspenso sin tanto suspenso. Una de miedo que promete terror y asusta poco. Una trama que deja una idea dando vueltas por la cabeza.
La isla siniestra es un film que no será recordado por mucho tiempo. Tampoco por poco: difícilmente sea recordado. Con una idea de guión demasiado poco creíble, quedan muchas puntas sin unir en esta soga que nunca se extiende por completo. Muchos nudos enriedan la pantalla.
Leonardo Di Caprio intenta dar credibilidad. No lo ayuda la historia, tampoco lo ayuda su talento. Sólo queda para la reflexión cierta incógnita en el final, cuando se abre la puerta de la duda sobre el personaje principal: ¿Está loco y sufre de delirio o hay una confabulación en su contra para volverlo demente?
Sería, ni más ni menos en el traspaso a la vida real, la eterna broma de si los locos están adentro o afuera. Quien esté libre de pecados que arroje la primera piedra.

jueves, 15 de abril de 2010

Vital

No era precisamente una mañana de sol, como cantaba Luca Prodán en el tema que motivó el título de este blog. Era, más bien, una tarde de lluvia, de esas escapadas de un bolero triste y meláncolico. Pero sí se estaba en el Abasto, a dos cuadras del ex mercado en devenido en moderno shopping. Quizá sea la zona de Buenos Aires más cosmopolita, por la mezcla de razas y religiones que lo habitan.
Allí, en el corazón de esa jungla dentro de la jungla que es la gran capital, se levanta uno de los mercados para mayoristas más importantes de la ciudad. Dos horas dentro sirven para sacar algunas conclusiones. Como por ejemplo, porque en cada barrio hay un súper de chinos.
14 horas por día. Los siete días a la semana. Eso es lo que trabajan los inmigrantes asiáticos al frente de sus locales. Y saben como cuidar su economía. El hiper local del Abasto parecía Pekin. Decenas de carros cargados en su totalidad llevados por hombrecitos de ojos razgados, que van y vienen, viene y van. Conocen el lugar como la palma de su mano. Un eslabón más en la cadena de la vida...
A proopósito, y sin que parezca una publicidad encubierta, el hiper se llama Vital. No es un nombre menor para entender porque los chinos hacen lo que hacen.

jueves, 8 de abril de 2010

Sinay

En este espacio rara vez se reproducen textos ajenos. Por sugerencia de una voz amiga, se recuerda un cuento de Eduardo Galeano repoducido en este blog. Aquí va la segunda excepción a la regla. Un escrito de Sergio Sinay publicado en la revista dominical del diario La Nacion. Comienza con una pregunta de un lector y sigue el desarrollo del autor con conceptos muy claros e interesantes. Se titula: "En el lugar del herido". Ojalá quien esté del otro lado del monitor lo disfrute tanto como lo disfrutó quien respira de este lado.

Señor Sinay: Hay situaciones en las que el perdón se confunde con justicia. Es decir, ante hechos aberrantes cometidos por personas, como el abuso sexual, hay quienes aducen que hay que perdonar y olvidar lo que pasó. Otros, como yo, aspiramos a la justicia por esos hechos. Por eso, nos dicen que no tenemos capacidad de perdonar. ¿Se puede hacer justicia y perdonar a la vez? ¿O si se perdona no se puede hacer justicia? Hugo Quintana (33 años).

"Las relaciones entre olvido y perdón son sensibles y complejas. ¿Es el mismo el perdón que se pide y el que se da? ¿Es justo que quien ha sido ofendido, lastimado o humillado no vea reparado su dolor y que quien ofendió, humilló o lastimó no cumpla con esa reparación? ¿Es siempre posible reparar? Hay heridas de tal profundidad que el dañado sólo puede perdonar si logra convencerse de que no existieron. Es decir, si consigue negar parte de su propia historia y condición. El simple hecho de pedir perdón no es suficiente si no hay acciones reparadoras. Pero un acto no es reparador según el juicio del ofensor, sino según el sentimiento del ofendido. Por otra parte, olvido y perdón no son sinónimos. Y si se confunde olvido con pérdida de la memoria no habrá reparación. Como suele repetir la psicoterapeuta y escritora Elisabeth Lukas ( Una vida fascinante, Psicoterapia en dignidad ), quien perdona y olvida, olvida lo que perdona. En este caso, no hay procesos de transformación ni aprendizajes".
"Muchas veces, la invocación al perdón opera en favor de los ofensores. Esto es riesgoso, ya que en las interacciones humanas abundan las heridas provocadas por falta de respeto, manipulación, avasallamiento, egoísmo, perversión, corrupción, especulación. Son muchas y constantes, tantas como para que los ofensores constituyan una masa crítica considerable, inclinada a presionar en favor de las "bondades" del perdón. Pero el perdón no es una abstracción. Cuando se pregona indiscriminadamente -"hay que perdonar"-, se le quita contenido a ese valor. Perdonar se convierte así en un hecho mecánico y automático. Si no se acata la consigna, el lastimado corre riesgo de ser considerado ahora como el nuevo ofensor, y el ofensor pasa a ser el ofendido. Con esto sólo se consigue agregarle resentimiento y confusión al dolor".
"Por todas estas cuestiones conviene, desde mi punto de vista, ponderar el otro factor que convoca nuestro amigo Hugo: la justicia. El perdón, en muchos casos flagrantes y dolorosos, no reemplaza a la justicia, no puede hacerlo. La presencia de la justicia, en cambio, no hará de por sí que el ofendido olvide lo inolvidable, pero puede contribuir a que donde está la herida empiece a formarse una cicatriz y advenga algo de calma. Hacer justicia y perdonar no son acciones vinculantes. Hacer justicia ayuda a crear una sociedad confiable, en la que los hechos aberrantes no estarán ausentes, pero habrá sanción y reparación. Esto vale también para el orden íntimo y privado".
"El perdón no surge por decreto ni por mandato. Nace de profundos movimientos que se dan en un lugar tan sagrado, inviolable y misterioso como es el fondo del corazón humano. Quien perdona por obligación, por temor a no ser querido o a ser excluido o criticado, quien perdona por conveniencia o por miedo, quien perdona porque "debe" hacerlo, no perdona. Cambia el nombre y la dirección de su dolor, quizá lo convierta en resentimiento, acaso lo dirija a lugares o personas indebidas o hacia sí mismo, enfermándose psíquica, física, emocional o espiritualmente".
"A todo esto, es curioso que en las discusiones acerca de olvido y perdón se ponga más el acento en el ofendido que en el ofensor. Es éste quien debe una reparación. A veces esta es imposible, pero eso no quita la obligación moral de intentarla. Es el ofensor quien debe reconocer (si es posible, ante el lastimado) su acción y las consecuencias de esta. Es quien debe costear la situación y prometer (promesa que deberá sostener con acciones) que la herida no se repetirá. La respuesta del ofendido dependerá de lo añejo y profundo de su lastimadura y de la justicia y empatía con que haya sido atendida. "El perdón -dice André Comte-Sponville en su Diccionario filosófico - no es la absolución que suprimiría o borraría la culpa, cosa que nadie puede. No es el olvido, que sería infiel e imprudente." Así como esta página se abre con preguntas, resulta imposible, en este tema, cerrarla con certezas. La prioridad es ponerse en el lugar del lastimado. Y hablar desde ahí".

domingo, 4 de abril de 2010

RG 26: Papá, mamá, el primogénito, el menor y Tinelli

"¿Algún día van a dejarle de rezarle a la televisión", le espetó esa noche a su padre, su madre y su hermano mayor, que veneraban al Dios Tinelli en su versión número 854 de Bailando por lo que sea. Es baile, más fuera que dentro de la pantalla. Papá lo miró con cara de odio y le dijo: "Cada día estás más puto". Franco, el primogénito, atacó: "Te hacés el inteligente con esa musiquita y esos libros y vas a vivir y morir más bruto que nosotros. Cerrá el orto. No, eso te cuesta…". Mamá, en un silencio dañinamente cómplice, completó la escena.
Los auriculares que le cuelgan de las orejas ya son una extensión más de su cuerpo. La melodía es más evasión que sonido. Cada Do, cada Re, cada Si, implica escuchar una agresión menos, recibir una ofensa menos, engendrar una cicatriz menos. "La familia no se elige", le repetía una y otra vez a quien quisiera escucharlo. Desde que oficializó su condición de gay, fue condenado al exilio del amor. Tenía demasiados miedos como para salir al mundo exterior, demasiados odios como para escapar de su mundo interior.
Cuando las chicas de Tinelli dejaron de mover sus curvas en la pantalla, la familia se recluyó en sus mundos individuales. Papá tardó 5 minutos en acostarse, abrirle las piernas a mamá, acabar y dormirse. No, perdón, esta vez fueron cuatro minutos 57 segundos. Mamá quedó con los ojos abiertos y el corazón cerrado. Imaginó su día siguiente, calcado al de ayer y al de mañana, con rutina de supermercado, cocina, limpieza y una noche con cinco minutos de algo parecido a sexo y media hora de desvelo. En la pieza de al lado, el primogénito saboreaba Playboy TV, mientras soñaba con las mujeres que nunca iba a tener y veía pasar las que la tómbola de la vida le dejaba a su alcance.
-No podés volar tan alto, lo criticó un día el menor.
-¿Y vos de qué me hablás? ¿Te viste al espejo?, fue la respuesta ciega y agresiva.
-Eso, el espejo. Pero tu espejo, no el mío. Siempre lo mismo: te hablo de vos y derivás en mí. Un día, si querés, hacemos un repaso de mi vida llena de errores. Tengo muchos. Es más: creo que me alimento de equivocaciones y ni de postre consigo un acierto… ¿Pero no podés mirarte al espejo, tu espejo, una sola vez en la vida?
-Lo rompí, putito.
Nunca olvidó esa contestación. Fue la primera que vez que alguien de su familia le decía putito. La primera de cientas. De miles. El problema no era concepto. Lo que hería era el tono. Despectivo, sangrante, rabioso. Resultó como una semilla enterrada en lo profundo de su tierra, que se regó día a día con sol artificial y agua de lágrimas. Muchas.
Papá, mamá y primogénito ya habían conquistados sus mundos privados. El menor esperaba que llegué la repetición de Dexter, su única conexión con la caja boba. En esta noche, sus auriculares destilaban energía y rabia. Nada de pop meloso, mucho de punk y guitarras distorsionadas. Y en la pantalla, el noticiero con la historia del día: Juan, el gay asesino habla desde prisión.
El título del informe llamó su atención. Se sacó los auriculares y comenzó a comer las aceitunas descarozadas que papá había dejado en la mesa. "Me despreciaron mucho tiempo por ser homosexual. Fue un ataque de furia. No lo volvería a hacer". El protagonista del relato enfrentaba al micrófono para narrar su historia de sangre. Nunca abandonó la pequeña sonrisa que nacía en su pecho y le dibujaba una mueca particular en la comisura de los labios. El menor miraba con atención: Deglutía la entrevista con un mix de curiosidad, admiración y desprecio.
"Acá soy feliz. Estoy en el pabellón de homosexuales. No tengo nada que ocultar. Nada que reprimir. A veces, si quiero, me puedo delinear un poco los ojos. Otras veces me pongo pantalones apretados. Soy yo. Siempre yo", continuaba el homicida, con la sonrisa que ganaba espacio en el rostro y extendía las fronteras de las comisuras. Una hora después, el dedo rojo discaba el 911. "Maté a mi familia. ¿Me llevan a esa cárcel del asesino gay? Quiero ser yo. Siempre yo".
Dicen que esa noche la policía tuvo que atender récords de llamados de fraticidas. Y dicen que, al día siguiente, Tinelli bajó algún puntito de rating.