viernes, 30 de agosto de 2013

Nunca y siempre


Le dio su palabra y le juro por el Dios en el que ella sí creía. "Nunca te voy a olvidar. Nunca", le aseguró mirándolo fijo con sus ojos intensamente marrones. Y lo lloró un día, una semana. Un mes, dos, o tal vez tres. Quizá más, en una de esas menos. El tiempo no es una medida exacta cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas.
Le dio su palabra: "No importa el final, ni los principios que vengan. Vas a ser siempre el hombre más importante de mi vida. Siempre", prosiguió con la mirada empapada pero, mágicamente, con un marrón todavía más intenso. Pero se sabe que cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas, siempre es nunca. Porque en la vida, nunca es siempre.
Diez años pasaron. Algunos pelos menos, algunos kilos más. Dos chicos con camisetas furiosamente rojas juegan al fútbol en la vereda. Un pelotazo se va lejos, muy lejos. Tanto que cruza a la calle. El mayor de los gurrumines sigue de largo sin mirar quien, donde ni cuando. El auto apenas alcanza a frenar. Apenas. El pequeñito cuerpo quedó a milímetros del paragolpes.
"¿Estás bien, nene?". "Sí señor", contesta con su tesoro redondo en la mano. Pica la pelota y, como si nada, vuelve a jugar con su hermano. "¡Ey, espera! Tomá un chupetín para vos y otro para él... ¿Cómo se llaman?". "Yo Juan y mi hermanito Manuel. Chau señor", le dijo y, como despedida, le clavó una mirada intensamente marrón.
El padre, testigo mudo de la escena, lanza un abrazo emocionado. "Gracias, soy Daniel, el padre de los chicos. Te estaré eternamente agradecido por tus reflejos". Otro abrazo, este más fuerte que el anterior. "Soy Juan Manuel, nada que agradecer". "¡Cómo los chicos! Los nombres los eligió la madre, cosa de minas, viste". "Sí, cosa de minas, entiendo. Y te digo: yo también soy fanático de Independiente". "Otra exigencia femenina, viste".
La madre, testigo de la escena, apenas con un hilito de voz, concluye toda posibilidad de diálogo. "Vamos Dani", lanza a modo de orden mientras llora desconsoladamente. Clava sus ojos inmensamente marrones en los del conductor por un milésima de segundo. O tal vez un poquitín más. Ocurre que el tiempo no es una medida exacta cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas.
"No te conozco, pero gracias". Se da media vuelta y se va. Corre y abraza a Juan y a Manuel. Parece un pulpo. "Se debe haber asustado. Cosa de minas, viste. Los chicos son la luz de sus ojos. Bueno, Juan Manuel, gracias de nuevo. Nunca te voy a olvidar. Nunca".

sábado, 24 de agosto de 2013

Sensación térmica

Era una noche de enero. La ciudad, pegajosa, insoportable, transpiraba en cada una de sus esquinas. Sus cuerpos goteantes se encontraron en el asado del cumpleaños del cuñado de ella y amigo de él. Tras las presentaciones de rigor, imposible romper el hielo de otra manera que no sea hablando del tiempo. Hasta que José lanzó la frase que abrió la puerta de la controversia.
-Igual, yo prefiero esta noche de 30 grados antes que una de 5. Toda la vida. No hay comparación posible.
-¿Qué? No, horrible. Esto se sufre, el invierno se disfruta.
-¿Qué? Mirá, el verano te renueva. Te dan ganas de salir a la calle, de cerveza, de helado, de vivir la vida. Pensás en amaneceres cálidos en la playa y en atardeceres rojos en los parques. El verano nos da vida. Ves musculosas y minifaldas. Te revolotean las hormonas en el aire, porque según estadísticas, en verano se coge mucho más porque hay menos ropa y entonces crece el deseo. El verano nos pone calientes.
Para ella estaba todo dicho y todo callado. "Si tenés con quien", pensó para sus adentros. Igual, era demasiado discurso prefabricado para defender lo indefendible. Agua y aceite. Hielo y carbón. Incompatibilidad a primera charla.
"¿Te gustó Josecito?", le preguntó al otro día su hermana por mensajito. "Un calentón pelotudo", contestó ella. "Demasiado superflua. No demostró nada. Una fría", le respondía él a la misma pregunta de su amigo cumpleañero.
Era una noche de junio. La ciudad, vacía e intolerable, tiritaba en su cemento gris metalizado. Sus cuerpos emponchados se volvieron a topar en el cumpleaños de la hermana. Esta vez no hizo falta la presentación de rigor. "Ah, sí, me acuerdo, ¿cómo te va?”, dijo él desganado, con los dedos entumecidos y el entusiasmo congelado. La respuesta abrió de nuevo, de par en par, la puerta de la controversia.
-Bien, bien. Hoy me toca a mí: te aseguro que estos 5 grados son mucho mejor que tus muy asquerosos 30.
-Estás loca, nena.
-El invierno te energiza por dentro. Te dan ganas de disfrutar de tu casa, de libros, de películas en la cama. Del café y sus olores, del rojo de las estufas, del perfume limpio y puro de los cuerpos sin transpiración. Y las hormonas que revolotean en el aire son puras. Porque nada de coger, en invierno se hace el amor. Los cuerpos se desnudan con arte y pasión. Y, después del frenesí, nada mejor que dormir entrelazados. Insuperable.
-Si tenés con quien, contestó Josecito con mirada fría y corazón bajo cero, ausente de todo termómetro desde hace meses.
Ella escuchó esas cuatro palabras. También las miles que siguieron hasta el otoño siguiente, cuando sólamente hizo falta pronunciar dos. "Sí, quiero", dijeron al unísono con la sensación térmica por las nubes. Afuera, abril les regalaba 20 grados para conformar a ambos.
Por negocios, la vida le puso una encrucijada en el camino: "Vamos allá, dale. Sí todo va bien, en unos años ganamos mucho dinero y nos volvemos a vivir una vida más relajada. No importa el frío, yo te abrigo y compramos la mejor estufa del universo. Y me tenés a mí, que te voy a dar calor en cada segundo de tu vida. Seré el mejor calefactor humano porque seré tuya para siempre".
Allá era Usuhaia, donde vivieron felices tres años, hasta que se quedaron sin gas, la estufa calentó menos y el termómetro interno daba sensación térmica cada vez menor. Para conformar a él, eligieron Brasil para unas vacaciones distintas. Ella, para conformarse, a la vuelta pidió el divorcio con una frase más hiriente que una puñalada: "No me calentás más". Palabras, ese maldito invento que lastima hasta helar las venas.
Esa herida le sangró por años y años. Un lustro después, tras el retorno a la gran ciudad, dos fracasos de noviazgos y aventuras varias con mucha pena y poco gloria, ellá le mandó un mensaje por mail. Llevaban tres inviernos sin noticias uno del otro. "Hola, José. Hola, mi amor. Espero que estés bien. ¿Sabés?, te extraño. Nunca dejé de pensar en vos. Sos el amor de mi vida, me equivoqué. Me di cuenta que todavía tengo tu calor dentro mío. Tus besos, tus olores, tu sexo. Tu alma. Llamame, dale. Quiero volver allá, con vos, juntos, como siempre tuvimos que estar".
Esa noche de agosto, soplaba el último viento del invierno. Los copos de nieve eran del blanco más blanco que ningún pintor pudo pintar. El vino tenía el sabor perfecto. Y cada letra del libro elegido era un estímulo para el alma. "Hola. ¿Sabés que aprendí a enamorarme de tu invierno? Es más: ahora manejo mejor mi temperatura corporal ante los golpes de la vida. Afuera pueden hacer diez bajo cero, pero lo que importa es la sensación térmica interna, ¿no? Perdón, pero mi fuego se apagó y me quedó el corazón congelado. Tus recuerdos son hielo puro. Josecito. PD: No sé como andará tu estufa, pero abrigate que hace frío".

miércoles, 21 de agosto de 2013

De calles y avenidas

"Voy a ir por las calles de adentro así estoy más tranquilo y nadie me hincha", pensó él. Y comenzó a caminar esas diez cuadras. Eran las 11.17.
"Voy a ir por la avenida así veo gente y me distraigo. De paso miro vidrieras a ver si le compro una bobada a este tarado", pensó ella. Y comenzó a caminar esas diez cuadras. Eran las 11.18
A las 11.32, con unos bombones en la mano, él llegó a la casa de ella. Tocó el timbre. Una vez. Dos veces. Después, algunos golpecitos en la puerta. Nadie contestó. Y pensó: "Seguro que está se fue de alguna amiga para hablar pestes de mí. Anoche me quedé en casa para pensar cómo encararla, qué decirle. Y la señorita no está. Yo me jugué por ella todo, enterito. Hice cosas que nunca pensé que haría por una mina. Lloré, sufrí. Me jugué todo. Enterito. Hasta falte a algunos partiditos con los chicos para llevarla a pasear a las ferias esas de mierda cuando me rompía las pelotas. Pero ella nada, sólo ve lo que ella quería ver. No es cierto que el peor ciego es el que no quiere ver. El peor ciego es el que ve solamente lo que quiere ver. Porque así la mirada discrimina".
A las 11.38, con un osito de peluche en su mano, ella tocó el timbre en la casa de él. A los pocos segundos, insistió con varios timbrazos. "Callate, Boby", le gritó al perro que no paraba de ladrar. Y pensó: "Este atorrante se fue de putas y se quedó a dormir en lo de El Negro. O pernoctó en el hotel con alguna trolita. Y yo que estuve toda la noche llorándolo delante de mis amigas. Y el señorito no está. Pero éstas fueron las últimas gotas que nacieron de mis ojos. Yo me jugué todo por él. Enterita. Hice cosas que nunca pensé que haría por un tipo. Hasta lo defendí delante de mi viejo aunque casi nunca tenía razón. Pero claro, él nada, miraba todo desde su egoísmo machista. No es cierto que el tuerto es rey entre los ciegos. El tuerto es rey si sabe ser rey. Y él no supo. No quiso. No nada".
Eran las 11.38. "Voy a volver por la avenida a ver si encuentro alguna parrilla para comer algo. Me dio hambre. Los bombones me los como de postre. Ya fue, nunca más cuidarme por la dieta que esta me ponía. Ya fue", pensó él.
Eran las 11.43. "Voy a volver por las calles de adentro así nadie me molesta. Y, además, así tiro este osito de mierda en algún basurero. Ya fue, nunca más ositos para nadie. Ya fue", pensó ella.

domingo, 18 de agosto de 2013

La puta del penthouse de Recoleta

Sus amigos del barrio, los de siempre, los que lo acompañan desde que pateaba pelotas en la vereda (mal, por cierto) y los que tal vez lo llorarán en la tumba, lo llaman así desde que una mina lo basureó en el boliche de moda. "Ay, sos bajito y feo. Pareces una migajita". Tuvo la mala suerte de que El Negro estaba al lado y escuchó. Todos lo supieron en segundos…
Encajaba perfecto. Pocas veces tan bien puesto un apodo. Sus escasos 160 centímetros contornean una figura desgarbada, desprolija y desprovista de todo tipo de encantos. Es bueno, casi como el pan, pero no tanto. De tan chiquito no llega a ser migaja. Y, para completar, muestra una bipolaridad llamativa entre una sobria adultez matizada con acciones infantiles. Sus amigos, los del barrio, los que nunca lo toman en serio, no entienden como tiene una colección completa de películas de Disney, Pixar y cualquier dibujito animado que salte a la pantalla grande. De Woody a Wall-e, todos.
"Negro, tengo un problema", le dijo pocos días atrás en el café de la esquina. "¿Qué te pasa, Miga?", le preguntó el Negro sin sacar la vista del Olé. "Me dejó Lorena. No sé, dijo que se fue el amor. Para mí tiene otro". Casi sin perturbarse, apenas levantando la viste de la información de Racing, le contestó: "Mejor, pelotudo. Esa mina te estaba zarpando. Pagate una puta y listo. Te recomiendo la del pent-house de Recoleta. Anotá el número".
Migajita agarró una servilleta y copió. Por inercia, no por convicción. Nunca en su vida había pagado una puta. Aunque ese no era el problema. "La extraño, Negro. Se fue hace tres semanas. Es la única mujer de mi vida. Es la mujer de mi vida… No le dije a nadie porque los muchachos me cargan siempre. Pero la extraño". Ahora sí El Negro dejó el diario deportivo a un lado. Lo miró fijo, le dio una cachetada sonora y le espetó: "Es una mina. Hay muchas. ¡Reaccioná!".
Migajita pensó que se había equivocado en contarle al Negro. Pero, ¿a quién más? La vieja está vieja. Con su hermano no se habla desde la muerte del padre. Con el psicólogo no va para adelante y sí va para atrás. Los otros muchachos, Rodri, Pilu y Juancito, se le hubieran cagado de risa en la cara. Aunque sea el Negro lo escuchó, aunque no tuvo la respuesta esperada y la cachetada dolió.
Al mes, justo al mes del portazo de Lorena, Migajita se preparó para una gran tarde de sábado. Compró un kilo de helado, mitad de sambayón y mitad de cerezas, y sacó de la videoteca tres clásicos de los clásicos: Nemo, Cars e Hijitus. Siempre le gustó Hijitus. Hasta le salía bien la voz de Larguirucho y su "blá más fuerte, que no te escucho". Cuando el pote estaba por la mitad, sonó el telefóno: "Miga, salí de ese encierro, pelotudo. Te vas a morir de tanta paja que te hacés. Mirá, llamé a la puta del Penthouse y te espera en una hora. ¡Qué amigo tenés!". Imposible explicarle al Negro que no había ganas de nada, ni siquiera de masturbarse.
La escena se repitió al mes siguiente. Esta vez, el Negro lo amenazó: "Si la dejás clavada de nuevo la mina no me atiende más. Y yo a vos te cago a piñas". Migajita agarró la última remera que compró, la de Le Era del Hielo 3, la campera, se peinó para atrás y salió rumbo a Recoleta. Décimo piso de un edificio de 10. "Pasá", le dijo. "Está bueno, eh", fue lo primero que salió de la tímida boca de Migajita elogiando el bulo. "¡Mirá que buena vista!". Jamás le hubiera dicho nada a ella, la puta, pese a que desbordaba sexualidad y belleza por cada uno de sus poros.
"Ponete cómodo, Miga", lo invitó. Trabajadora talentosa e incansable, esta vez falló. "Perdóname. Vos sos hermosa. Tenés una tetas muy lindas. Pero justo hoy, hace dos meses, se fue Lorena. Y la extraño. No sé, la extraño. Mucho. ¿Soy muy boludo, no? Mejor me voy".
Llorando despacito como para no molestar, Migajita se puso los calzoncillos, los pantalones, la remera, los mocasines lustrados, y se fue. Llegó a planta baja, le agarró frío, y se dio cuenta que se había olvidado la campera. Subió, tocó timbre, y sin levantar la vista por la vergüenza que tenía, le rogó: "Por favor, me olvidé la campera". Escuchó el ruido de sus tacos ir y volver. Agarró la campera, dio medio vuelta y sin despegar los ojos del piso, llamó al ascensor. "¿Me invitás?". "Qué?". "Sí, Miga, si me invitas al cine". "¿Qué?". "La Era del Hielo 3, no la vi. ¿Vos la viste?". "Cinco veces. Pero no entendí el final... Es un chiste". "¡Ja, ja, ja! Vení mañana a las 19 que termino de laburar y vamos".
Migajita se fue con la sonrisa más grande de su vida. Dos cuadras después, sonó su celular, con la música de Los Simpsons. "¿Cogiste, pelotudo?", le preguntó El Negro. "No. Algo mucho mejor. Pero dejá, no lo vas a entender".

Esa noche, se masturbó como nunca antes lo había hecho. Y se durmió mientras miraba Monsters Inc...

jueves, 15 de agosto de 2013

Pan y circo

"Estuviste fantástica. Tengo mucho espectáculo visto en mi vida. Vos brillás. Tomá, esta es mi tarjeta. Escribime. Tenés futuro".

Roberto Moyano, manager artístico, www.rmproducciones, el teléfono y el mail. Eso decía en la tarjeta más lujosa que había visto en su vida. “Uh, debe ser importante”, fue lo que llegó a pensar en ese puñadito de segundos hasta que de atrás, con un grito, la levantaron por el aire y sus piecitos no tocaron más el piso. "Preciosa, ¡que bien! ¡El trapecio, la soga, todo! ¡Sos una genia, mi amor!". Continuó un beso de varios segundos y le dio el abrazo más grande de todos los abrazos.
Media hora después pudo relajarse. Ya habían pasado todas las felicitaciones familiares y todas las de sus amigos. Hasta algún que otro desconocido, le levantó el pulgar tras la función. "Me cambió y vamos", le dijo a su prometido, que como ostentosa respuesta le mostró la tarjeta de reserva del lujoso restaurant donde la lleva para celebrar noches especiales. Allí, por ejemplo, a la luz de las velas de una noche primaveral, él le ofreció casamiento. Un minuto tardó en llegar el sí. "Te quedaste muda. Seguro es la emoción", le dijo esa vez... "Sí, ehhh.. Sí, sí claro”, fue la respuesta.
Nunca llegó a ver la tarjeta. Sus ojos estaban lejos, haciendo una recorrida por todo el lugar. No vio a nadie: ya estaba vacío. Insistió con otra mirada: nada. No hay peor vacío que el que no se quiere ver. Por eso, probó una tercera. Allá, al fondo, vio una silueta que la saludaba. "¡Sí, vino. Y seguro me va a saludar y a decir bombona!", pensó mientras el corazón galopaba como en momentos especiales, solo cuando hay cosas que motiven ese galope único y emocionante. Pero no: era el cuidador de Circo Beat, que sacudía la mano en ese inequívoco gesto que pide celeridad.
El pequeño camarín lucía algo oscuro. Por eso lo revisó de punta a punta cinco veces. Por las dudas. Las flores y los bombones de su prometido yacían en el suelo. No había nada. Había muchas cosas, pero no lo que esperaba. Era la peor nada, la que no da lo que se espera.
Una lágrima le recorrió la mejilla mientras se cambiaba y se ponía el vestido escotado que tanto le gustaba a él. Se pintó los labios, se peinó, los anillos, las pulseras y salió. "Uy, las flores". Volvió a entrar para levantar las rosas, pero olvidó los bombones. "Mi vida, que linda vestido escotado. ¿Especial para mí?". "Sí, ehhh. Sí, sí, claro".
La luna estaba más llena que nunca, tanto que no hacía faltan los faroles de la noche para iluminar la escena. "Mi amor, ¿no me escuchaste? Llevás varios segundo ahí parada. El auto está para allá". Quieta en la puerta, no se atrevía a poner un pie en la vereda. Miraba para todos lados. Una y otra vez. Y otra. Buscaba y buscaba. Miró la luna llena y lo de siempre: la maldijo. Subió al Mercedes negro de vidrios polarizados y, melancólica, hurgaba por cada rincón de la calle mientras todo quedaba atrás. Todo. Absolutamente todo.
"Mirá, pedí que preparen el pan que tanto te gusta. Para una perfecta artista de circo, el pan perfecto". La respuesta fue una sonrisa tibia y un beso casi frío. Una hora y dos champagnes después, ya en el momento del regreso, tuvo que responder la pregunta que no quería escuchar: "Mi amor, fue una noche fantástica. Tu primera actuación en público, ovacionada... ¡Te aplaudieron de pie! Pero no sé, te noto algo triste. ¿Estás bien?". "Sí, ehhh. Sí, sí claro". "¿Segura? Algo raro te pasa, te conozco...". Usó un viejo truco femenino: un beso de esos rabiosos, de lengua intrépida, de labios mordidos. Un beso como el mejor bálsamo. "Mmmm, que rico. Te como toda, ¡preciosura!".
En el viaje de vuelta se quedó dormida. Será por eso que, somnolienta, al entrar al departamento, no vio el sobre tirado en el palier que decía: para la chica del quinto B. "Uy, mirá, una nota para vos. Seguro es de una vecina que te felicita. A ver...". El texto era corto, escrito en computadora: "Los sueños son el alimento del alma. Sabía que ibas a llegar. Mandale un beso grande a tu porvenir, bombona".
No necesitaba más nada. De nada. "¡Que linda nota! Lástima la vecina no firmó. ¡Qué boluda! Ey, no llores, tonta. Bueno, sí, fue un día de muchas emociones. Vamos arriba y te hago unos mimos muy lindos, ¿querés?". Diez segundos después, cuando pudo recuperar el habla, contestó: "Sí, ehhh... Sí, sí, claro"

lunes, 12 de agosto de 2013

El club de las yeguas

-"Vos tomaste mucho, ¿no flaquito?".
Era una noche con olor a sexo en el bar de los jueves de trampa. De fondo, Amy Winehouse destilaba penas y desamores por su garganta inmortal. Volumen bajito, como para no entorpecer los levantes de rutina. Por todos lados revoloteaban los fantasmas de hormonas de otras noches. Saltando y saltando, danzando en el aire, jugueteando y, cuanto menos, terminando con lenguas entrelazadas y cruces de mails y pins. Siempre fue, es y será así. Cuanto más, el sexo rápido, furioso y sin futuro a mediano plazo era la siguiente estación. Después, el tren partirá.
Sobre la mesa yacía una botella de cerveza a un vaso de morir. Su currículum, el del flaquito, indicaba: honesto, trabajador, amiguero, y borracho a partir de dos litros de rubia. Justo ella, morocha de curvas grandes y rectitudes pequeñas, reina de la primavera 2009 y miss deslealtad en 2010-2011 y candidataza en 2012, le insinuaba su estado de embriaguez.
-¿A vos te parece que estoy borracho? Tal vez sí, tal vez no. Tal vez los que siempre te dicen que sí sean sobrios. Tal vez haya que estar borracho para decirte que no...
-No, pará, flaquito. A mí nadie me dice que no. Ni sobrios ni borrachos.
-¡Felicitaciones!
-¿Me estás cargando?
-Para nada. En el reparto de la vida no me dieron ironía. Uy, sonó a versito.
-Te cuento, flaquito. Yo soy la presidente de lo que con mis amigas llamamos el club de las yeguas. Nos aprovechamos de nuestra belleza. Hacemos lo que queremos, cómo queremos y cuándo queremos. Somos tres, bah, ahora cuatro. ¿Ves aquella rubia? Pelo largo hasta la cintura y largas piernas. Irresistible. Está hablando con esos dos musculosos. Es probable que termine con los dos: le gustan los tríos y sentir que los vence a ambos. El poder. Porque es así, los vence a ambos por puesta de espaldas tras varias horas de combate. Ahora mirá para allá. ¿Ves esa de pelo corto muy muy muy tetona? Un ángel delicado que sueña con poetas de contenedor, pero que mientras tanto sucumbe ante los encantos de hombres maduros con billeteras abultadas, autos importados y que encantan serpientes femeninas con generosos regalos para demostrar su poder, ¿viste? Ahora incorporamos a esa gordita. Insistió e insistió para ser socia del club. La pusimos a prueba y después de dos meses de recorrer decenas de bares y boliches nos demostró que es digna de su carnet. El don de la simpatía la hace vencedora cada madrugada. ¿Sabes por qué? Como muchos se sienten intimidados por nosotras, van a lo seguro y ahí la gordita es campeona de campeonas. Poderosa ante los que piensan que ganan después de la derrota, pero no, vuelven y vuelven a perder. ¿Entendiste?
-Sí, pero no hablaste de vos.
-Me dejé para el final, flaquito. Apenas pongo un pie en lugares como estos, siento que me desnudan unos cientos de pares de ojos. Me recorren desde la cima de mi pelo azabachado hasta la punta del dedo gordo que ansían chupar como siervos a mis pies, como esclavos felices de su esclavitud. Me penetran con sus pupilas por cada agujero de mi cuerpo. Me prometen lo imprometible desde el latido galopante de sus corazones excitados y temerosos a la vez.
-Que interesante, pero...
-No, no hablés, flaquito. Yo te explico. Las mujeres no necesitamos demasiado para el revolcón de ocasión. Tenemos el poder. Porque de eso hablamos, de revolcones que tienen el tiempo contado. Una miradita, una cerradita de ojos, y una bandada de buitres de rapiña revolotearán por nuestros cielos. Y yo soy, sabelo, la encantadora de buitres. Ahora, flaquito, ¿me explicás por qué mierda no me llevaste a coger esa noche de lluvia, hace dos semanas, después de hacerme todo el verso barato de Freud, Stamateas, Jagger y Piazzola?
-Tenía partido de fútbol al otro día. Soy rápido. Por eso me dicen el pájaro. Qué curioso, ahora que lo pienso, los pájaros vuelan más bajo que los buitres.
-Vos estás borracho, ¡boludo!
-No, me falta una cerveza todavía. Perdoná, te dejo. Mañana tengo partido con los chicos de la oficina. Solteros contra casados. El que pierde paga el asado y se hace acreedor a las cargadas anuales. No puedo perder.
Le dio un beso sutil en la comisura de los labios y salió a conquistar las calles en su regreso. Afuera, había empezado a garuar. Pero el partido no se suspendía por lluvia.

sábado, 10 de agosto de 2013

La noche perfecta

(Continuación del cuento anterior...)

...Y pasaron tres noches desde aquella noche. Una nueva oportunidad para encontrar caminos nunca caminados. La esperanza, siempre la esperanza. Esa mujer seductora y traicionera que conquista lo inconquistable. Esa fragilidad de pisar y sentir, de creer que la huella que queda, esta vez sí, será la correcta. Pero al dar el siguiente paso, la mirada retrospectiva plantea dudas sobre el antes y el después. Siempre dudas. Siempre.
Setenta y dos horas después desde aquella noche. Un nuevo paquete de forros yacía intocable en el cajón. Por las dudas. Las cortinas bajas hacían más tenebroso al ambiente. El contestador automático titilaba un rojo tras rojo. Una esperanza tras otra. Una frustración tras otra. Play...
"Loco, soy el Negro. No entendí un carajo el mail del otro día. ¿Qué mierda quisiste decir? ¿Estás bien? Llamame y vamos a cenar un día de estos”. El siguiente. "Hijo querido, amorcito. Que lindo abrazo y beso me diste el otro día. ¿Estás bien? Venite a cenar un día de estos y te hago esos ravioles con estofado que tanto te gustan. Sí, los de ricota. Y de postre, budín". El que sigue. "Hijo de mil puta. Cuando te cruce por la calle te hago mierda. No vas quedar bien, te lo aseguro. Ah, y te confieso: en todos los años que cogí con vos, me sobran los dedos de una mano para recordar los orgasmos que tuve. Impotente". Uno más: "Perdoname. Sé que en los años de secundaria vos y yo, bueno, eso, ya sabés. Que si, que no. Adolescentes puros, ¿no? Tal vez con mi mensaje en face te entusiasmaste y yo no te aclaré que estaba casada y con tres hijos. Tal vez en la próxima vida. Tal vez. Nunca se sabe, ¿no?".
El DVD de siempre. El beso a Toto de despedida. "Cuidate, campeón. Y sé feliz. Vos tenés claro como es eso de ser feliz. Ya sabés: siempre seguí tu olfato. Vos no podés fallar. Vos no vas a fallar". Toto lamió su cara, y se volvió a tirar a los pies de la cama. "Entendió. Estoy seguro que me entendió".
El arma, reluciente, salió del cajón lista para dar batalla. La vista que pispeó los forros que nunca trabajaron. El guitarrista que hacía el solo preferido. "Como toca este hijo de puta". Afuera, el negro de la noche. Adentro, el negro de la vida. Y ese disparo a la sien implacable que tardó tres días en salir.

viernes, 9 de agosto de 2013

El día imperfecto

Acomodó el revólver en el cajón de la mesita de luz, al lado del paquete de forros sin abrir. Cambió de opinión: agarró ese sucio paquete, maldijo, y lo tiró a la basura. Llevaban un año y monedas ahí y estaba cerca su fecha de vencimiento. Como la de él.
Puso el despertador a las 8. Tomó dos alplax para asegurarse de tener un sueño profundo e inalterable. No iba a ser cosa que esa noche, la última noche, llegue con insomnio. Puso el DVD de su banda de heavy metal preferida y lo miró hasta que los ojo se le cerraron.
A las 8.30 ya estaba bañado, perfumado y en la calle. Listo para encarar el día perfecto. Tenía un papel con algunos nombres propios marcados. Y, también, con algunos cosas por hacer. Empezó con lo más simple: la carta de renuncia y el golpe directo al mentón para el maldito dueño del bar que lo basureaba todo los días. A la apetecible cincuentona del apetecible escote que desayunaba todos los días el café con leche mitad y mitad con dos medialunas, le regaló una flor y una nota de una sola palabra: “Lástima”.
Tomó el subte rumbo al centro. Le dio billetes de a cien a los tres vendedores ambulantes y a los cinco mendigos que encontró en el camino. Bajó en Florida, caminó hasta San Martín rumbo a Tucumán. Le regaló un “hermosa” a las mujeres más feas que encontró en el camino. Doble razón: alegrarles el día y vengarse de todas las lindas que nunca siquiera le agradecieron un piropo.
Quinto piso de un antiguo edificio. Ahí estaba su hermano, enterrado entre papeles de impuestos y vencimientos. No le dijo nada: lo abrazó, le dio dos palmadas y se fue rumbo a Lavalle. Su próxima parada era Pippo. No le alcanzó un plato de fideos: pidió dos. Pipón, a punto de reventar, sentía que iba a morir indigestado. Pero no, para ese asunto de la muerte faltaban unas horas todavía. Llegó al Abasto y vio la última de Woody Allen. El cine estaba casi vacío, como están los cines los lunes a media tarde cuando dan una de Woody Allen. Aplaudió al final, dejó casi completo el balde de pochoclos, revisó la lista y vio que le quedaban 4 ítems sin tachar. Los dos primeros los realizó cual trámite bancario: “Egoísta de mierda. Ojalá te mueras poquito después que yo”, le escribió a su primera ex vía sms. “Fue lindo mientras duró”, fue el mensaje para la segunda. Su celular comenzó a sonar antes de salir volando por el cielo, caer y romperse en mil pedazos.
“Hola, mi amor, ¿comiste?”, fueron las primeras cuatro palabras de su madre. Siempre son las primeras cuatro. “Sí, mamá. Vengo a decirte que te quiero mucho. Mucho”. Se dieron un abrazo interminable, hasta que el abrazo terminó. “Me voy”. “¿Ya? ¿Tan rápido? No comiste nada. ¿Te hago un churrasquito?”. Por suerte, pasó un taxi muy rápido. Doble día de suerte: no había tránsito. Triple: todo estaba saliendo tal cual lo planeado. Por primera vez en su vida todo salía tal cual lo planeado. "Es un día perfecto", se explicó a sí mismo.
Toto lo esperaba moviendo la cola y saltando de alegría. Le dio un hueso que tenía guardado, prendió la computadora y abrió su casilla de Hotmail y su cuenta de Facebook. No había ningún mensaje nuevo. “Nadie sabe que existo”, pensó. “Negro, te pido un favor grande. Cuidalo a Toto. Si no podés vos en tu casa, tu primo que vive en el campo seguro lo querrá. Gracias por todo el aguante que siempre me hiciste. Mi vida hubiese sido todavía peor sin vos”. Fue a la pieza, tomó el revólver, lo lustró y se lo puso en la sien. Transpiró como nunca, contó de 10 a 1 y, en el 2, temblando, escuchó ese ruidito que sale del parlante cuando llega un mensaje de facebook. “No, no importa”, pensó. Retomó desde cinco. Cuatro, tres, dos... Hasta que llegó el segundo y la curiosidad fue más fuerte.“¡Hola! ¡Tanto tiempo! Soy Gabriela, tu compañera de la secundaria. ¿Te acordás? Bueno, este viernes nos juntamos todos a recordar esos años. ¡Venite!”. Luego, el siguiente decía: “En la pizzería de la esquina del cole”.
Los pupitres, el pizarrón, el jumper, Gabriela y ese amor imposible. Ruidito. Nacía un tercer mensaje: “No me falles”.
Fue a la cama, puso el DVD de la banda de heavy metal, tomó un alplax, y guardó el revólver en el cajón de la mesita de luz, justo al lado del paquete que no estaba. Mientras los ojos se le cerraban, miró a Toto y le dijo: “Tengo que comprar forros. Por las dudas”. Y se durmió.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La ley del embudo

Le gustaba tanto pero tanto la frase que la hizo remera. Es más: la hizo emblema de vida. Con letras blancas, tipografía times new roman, cuerpo 96, decía sobre fondo negro: La Ley Del Embudo. No quedó ahí: se hizo una blanca con letras negras, una amarilla, una roja, una azul... Tenía una colección por colores y formatos. Orgulloso, las paseaba por la ciudad y, si alguien le preguntaba, desarrollaba su teoría cual filósofo de bodegón.
En su casa tenía todo acomodado en una carpeta. Tres separadores clasificaban el rubro: rubias, morochas y pelirrojas. En cada uno, una nueva subdivisión: pelado, gordo, petiso, hueco, presumido, canchero, insoportable. Había más, pero ahí encajaban la mayoría de los hombres de la Ley. En una libreta, iba anotando durante el día cada caso que veía por la calle. Luego, por la noche, lo volcaba en su registro. No sumaba los de la televisión, diarios o revistas: él tenía que ser testigo de la consumación del hecho. El anotador tenía la cara de Borges como tapa, porque una vez se enamoró de una frase suya: "La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica". Y, por supuesto, también la hizo emblema de vida.
"¿Y para qué te sirve todo esto?", le preguntó su amigo Juan, cerveza y rabas de por medio. "No lo tengo claro, pero sé que algún día me será muy útil. Un libro, un estudio sobre el pensamiento de la mujer, contestar la pregunta del millón que se hacía Freud, o algo. Eso, algo. Pasará algo, estoy seguro". Y hablaba y hablaba sin parar hasta, feliz, cerrar con lo que para él implicaba el dato más asombroso de su estudio: "Rubia tetona con pelado-petiso. Esa es la fórmula que más se repite".
Juan se agarró la cabeza, picó la última raba, hizo fondo blanco de cerveza y le dijo: "Estás muy loco. Pasado mañana es viernes, te paso a buscar y vamos al barcito del centro, a ver si pescamos algo. Coger te va a hacer bien. Ponete una remera normal, por favor".
El jueves pasó con pena, sin gloria, y una rubia-petiso y una morocha de ojos verdes-millonario cincuentón para agregar a la estadística. El viernes sorprendió con una rareza: pelirroja despampanante-flaco insípido. "Para el Guinnes", le dijo a Juancito en el bar. "Guarda esa libreta. Acá adentro no me hagas pasar papelones. Vamos a hablar con esas dos de ahí, que están buenas, tienen minifalda y fuman. Si fuman, cogen seguro. A ver si ligamos algo una vez".
Que como te llamas, que de donde sos, que qué estudiás, que qué música escuchás. Lo de siempre, en el mismo orden para que no se altere el ecosistema mundial. La cosa no iba mal: dos sonrisas femeninas en cinco minutos promueve, cuanto menos, alguna esperanza. Las chicas se fueron al baño, de a dos, como siempre. "¡Vamos bien, vamos bien!”, se entusiasmó Juan. "Che, a mí no me gustan ni un poco. Tienen buenas piernas, pero nada más. A mí me gusta aquella de pelo muy cortito y tetas grandes. A mí me gustan las tetonas, ya sabés, Juan. Pero está con se patovica de cuarta. Ves, cuando llego a casa anoto: pelo muy cortito-patovica. Esa fórmula no la tengo".
Por causa de fuerza mayor la charla debió interrumpirse. La fuerza mayor era la del patovica que se paró delante de los dos y les dijo: "Che, ustedes dos, ¿qué miran tanto?". ¿Hacer frente o huir con elegancia? Juancito, rápido, tomó la decisión: huir con elegancia y correrse dos metros al costado. "Nada, soy promotor de una agencia de modelos y pensaba en que tu novia podía sumarse a mi staff", inventó. "No es mi novia. Todavía no es mi novia. Pero ya la estoy impresionando. Va a ser mi novia. Y no, yo no acepto tu propuesta, ella hace lo que yo quiero".
Las chicas volvieron del baño justo cuando el patovica regresaba con la de pelo muy cortito y tetas grandes. "¿Con quién hablaban?". Juancito, siempre rápido, contestó antes para evitar un papelón: "No, nada. Es un conocido que nos debe algunos favores y nos vino a agradecer. Lo que pasa es que...". "Perdonen chicas, me voy, no me siento bien". Juan casi a los gritos, le espetó: "¿Quéééée´? ¿Cómo que te vas? Guarda esa libreta de mierda y vení acá. Si cruzás esa puerta a mi no me ves más. Listo, no me ves más. Nunca más. No somos más amigo. Perdonen chicas, está loco. ¿En qué estábamos?".
Varias cervezas después, con la noche perdedora tirando la toalla, mientras subía la escalera para ir al baño, Juancito vio como los buitres de la mesa de al lado ya se empezaban a chamuyar a sus ocasionales compañeras. "Ni diez segundos esperaron los turritos. Me levanté y ya atacaron", se decía mientras meaba y tarareaba un tango triste y melancólico. Tango al fin. "Perdón", dice al salir del baño, tambaleantemente borracho, cuando casi se llevó por delante a... la de pelo muy cortito y tetas grandes. "Todo bien, te esquivé justo. Che, ¿tu amigo se fue?". Juan no entendía la pregunta. No estaba tan pero tan borracho, lo que pasa es que la pregunta le resultaba incomprensible. "¿Se fue tu amigo?". "Ehhh, sí, ¿por?". "Nada, me gustaba su onda. Aparte tenía una libreta en el bolsillo con Borges en la tapa. Seguro es poeta, ¿no? Y yo no soporto más al grandote que me habla de rugby, autos y ropa cara. Lástima, tu amigo se lo perdió por boludo. Mandale un beso".

martes, 6 de agosto de 2013

El mejor cuento de la historia


El sonido del messenger lo despertó en esa madrugada feroz. El hilito de baba corriendo por la comisura de sus labios desembocaba justo en la zeta del teclado. La cara apoyada sobre todo el abecedario, los ojos hinchados, la columna doblada cual hábil contorsionista. Los hombros pesados, la garganta ronca, la cabeza a punto de explotar en mil pedazos.
El sonidito de nuevo, como un perforador de oídos. La respuesta que llegaba injustificadamente agresiva, mucho mmás que de costumbre: “Estoy escribiendo el mejor cuento de la historia, Negro. No me rompas las bolas con pelotudeces. Si tu mujer se fue con otro, jodete. Salí a la calle y busca otra mina. O, sino, pagate una buena puta”.
En realidad, no había mejor cuento del mundo. No había cuento alguno. Había, sí, una letra de delete gastada de tanto borrar y borrar historias con destino de papelera de reciclaje. Historias frustradas y frustrantes. De mujeres imposibles, de sentimientos errantes. De ayeres que van y vienen, de presentes cascarrabias y de futuros que prometen promesas incumplibles. Malditos tramposos.
Era esa la sexta madrugada consecutiva que terminaba igual: vencido por el sueño, derrotado por la obsesión. Con el corazón estrujado. Se sabe: no hay peor estruje que el de no satisfacerse a uno mismo. Pero, en su caso, el corazón estaba estrujado en serio. Médicamente estrujado. Esa noche sintió los latidos acelerados, el pulso potente y el miedo golpeando su puerta. Lo iba a echar a los gritos y sin asco, como al Negro. Pero no: el miedo, cuando es grande, impone más respeto que cualquier humano.
Fue un aviso. “Ey, calma. Que la vida es una, que la vida es corta”, se dijo a modo de alerta. Con la lluvia como compañera de la noche, compañera del dolor, esa madrugada le confió al médico de guardia su dolencia.
-Amigo, tenés que cuidarte. Tuviste suerte. El corazón no suele avisar. Tenés que largar todo: faso, merca, tragos, minas.
-No, doctor, lo que pasa…
-¿Vos querés vivir? Entonces no me contradigas. Vida sana, vida larga.
-Pero doctor, no entiende.
-Claro, me vas a venir con el cuento ese. El cuento de siempre. El mejor cuento de la historia. Que no fumás, no tomás, no hay merca, no hay putas. Que sos tan sano como el agua mineral. No, pibe, no. Ese cuento lo conozco. ¿Sabés cuántos me contaron ese cuento a mí?
No valía le pena explicar nada más. Estaba todo claro. Afuera esperaba la noche. Más lluviosa, más cruel, más implacable. Y menos amiga. En el taxi, recordó la frase del Negro antes de cerrar el msn: “Lo único que escribís son historias de perdedores. Como vos. Andate a la puta que te parió”.

jueves, 1 de agosto de 2013

El secreto de sus ojos

(En esta semana de remakes, otro viejo cuento -este de 2009- que el autor quiere publicar..)

-Silencio en la sala. El acusado que se ponga de pie. Es usted señalado como autor de los siguientes delitos: incendiar tres fabricas de anteojos, romper 10 vidrieras de ópticas y robar toda la mercadería, y arrojar una bomba de gas lacrimógeno en una discoteca. ¿Cómo se declara?
-Inocente, su señoría. Todo lo que hice fue en defensa propia.
-¿En defensa propia?
-Sí, su señoría. En defensa de la lógica más pura de todas las lógicas.
-Explíquese.
-Ella... Le explico: ella es ella. Tiene virtudes y defectos, como usted y como yo. Tiene algunos atributos físicos que la destacan, y otros que no. Tiene mañanas de sol y tardes de lluvia. Y tiene noches lindas, y noches feas. Tiene y no tiene...
-No entiendo...
-¡No interrumpa!
-Le recuerdo que se encuentra en un ámbito judicial, así que tenga cuidado con sus exclamaciones.
-Perdón, su señoría.
-Continúe.
-Le decía, sobre las cosas que tiene, y las que no tiene. Pero entre las que tiene, está su mirada.
-Sus ojos.
-No, dije su mirada. ¿No escucha bien?
-Una insolencia más y le corresponderán 10 días de calabozo más allá del fallo que luego dictamine este tribunal.
-No volverá a suceder, su señoría.
-Es su última oportunidad. Prosiga...
-Ella tiene dos ojos, como usted y como yo. Los colores de los ojos se repiten: azules, celestes, marrones, negros, verdes... No hay secretos allí. Las miradas no. Son únicas. Son como un documento de identidad de las personas.
-Interesante, aunque aún no comprendo que tiene que ver con esta causa judicial.
-Ella tenía, perdón, ella tiene la mirada más cautivante de todas las miradas que conocí. Impacta. Pero no a todos. A mí. No es sencillo de explicar. Pero bueno, tema es que ella sólamente utiliza un diseño de anteojos exclusivos difíciles de conseguir.
-Sigo sin entender.
-Todo los cargos que me imputan fueron en defensa propia: para que no exista más en en el mercado ese modelo de anteojos.
-Eso explicaría los incendios y la destrucción de las ópticas. ¿Pero y lo de la discoteca?
-Ella había perdido sus anteojos. Bueno, confieso: se los robé. Y una amiga tenía el mismo modelo, el último que quedaba en circulación. Los encontraron en ese negocio de Belgrano la misma tarde de primavera. Ella quería comprárselos a su amiga, y eso arruinaría mi plan maestro. Esa noche, en esa discoteca, estaba su amiga con esos anteojos, el último modelo. La única forma lograr mi objetivo era ese: el gas lacrimógeno. Cuando todos corrieron a la puerta, tropecé con la amiga y le quité los anteojos...
-¡Pero hubo varios heridos!
-No era mi intención, su señoría. Lo lamento y pido disculpas. Yo sólo quería que ella no se ponga más anteojos. Y que su mirada nunca se tape...
El jurado se tomó dos horas para analizar el caso. Hubo un largo debate en la sala. El caso, incluso, dividió a la sociedad: enterneció a ciertos sectores y sacó la parte más autoritaria de otros.
-El acusado, de pie por favor. Esta Corte lo encuentra culpable de varios delitos predeterminados con anterioridad en este caso. Pero teniendo en cuenta su especial relato, se ha decidido conmutarle la pena de cinco años por una tarea más útil para la sociedad. Deberá recibirse de óptico, y así entender que las miradas son eso, miradas.

-Gracias su señoría, prefiero la cárcel.