martes, 29 de diciembre de 2009

Cocina

Los seres humanos no somos todos iguales. Más bien, somos todos diferentes. Buenos, malos, lindos, feos, decentes, indecentes. Honestos y deshonestos.
Las comidas no son todas iguales. Ni siquiera las que son iguales. Una milanesa napolitana contraste con una torta. Pero un pan dulce de acá puede diferenciarse por muchos cosas de otro pan dulce que esté allá.
Desayuno, almuerzo, merienda y cena. Pasamos horas y horas comiendo. Horas y horas pensando en comida. La cocina es el corazón de una casa. Es el corazón de la familia. Es el corazón...
Es lindo escuchar el latido de la cocina... Shhhh... Hagan silencio... Escuchen...

sábado, 19 de diciembre de 2009

RG 19: Julieta y Romeo, otra historia de amor

-¿Pero vos está segura? Mirá que no tenés ningún compromiso, ¿eh?

-Sí, estoy segura. Muy segura.

Julieta no dudó. Nada. Ni una milésima de segundo. No la ataba más que su convicción. Y el nudo era muy fuerte. Tanto que era imposible de desatar. Era un nudo interno, amarrado a un deseo muy profundo. Un deseo que nacía en sus entrañas y quería ser realidad. Lo exigía. Sin razón. Con razón...

En la otra habitación estaba Romeo. No escuchaba. No tenía idea de lo que se trataba, aunque él era el protagonista central de la decisión de esa chica-mujer, muy grande para llamarse chica, y todavía pequeña para considerarse mujer.

Mientras espiaba el futuro y saboreaba con los ojos los manjares que le ofrecía la vida, Romeo vivía su adolescencia a pleno. Exitoso estudiante, exitoso proyecto de futbolista, exitoso pichón de músico. No pedía nada, aunque el mundo le daba todo. Pero alguien canta por ahí que nunca es justa la felicidad. Entonces, el destino burlón le sacó la lengua. En realidad, le sacó mucho más que eso: le sacó el futuro.

Decenas de veces lloró. Centenares maldijo. Miles se preguntó porqué. Y nunca nadie le dio la respuesta adecuada. Ningún Dios de ninguna religión bajó de su pedestal a explicar lo inexplicable. Los Dioses no bajan a la tierra cuando más se los necesita, y sólo atienden via satélite. Así cualquiera…

"Esclerosis múltiple", fue el maldito diagnosticó. "Maldita enfermedad", fue el nombre de la canción que Romeo le dedicó a su cruel destino. Pasaron los meses, pasaron los años. Las piernas no gambetearon más rivales desde la silla de ruedas. Las manos, volátiles e incontrolables, no tocaron más teclas de ningún piano. La voz gorriona no pío más: se le hizo lenta y sin ritmo. El humor, bendito humor, se le mantuvo inalterable pese a que tenía todos los motivos para sentirse el más desdichado de la historia.

-¿Vos estás segura; Juli?

-Sí, quiero ser yo quien lo desvirgue.

Cuando todavía la escuela secundaria los tenía como protagonistas de su historia en un barrio del Oeste bonaerense, Romeo y Julieta se cruzaban miradas, intereses e intenciones. No hubo balcones, ni Montescos ni Capuletos. Ni ningún Shakepeare escribiendo una historia de amor. Todo estaba por pasar cuando todo quedó inconcluso. Tantas veces la vida abre la ventana del paraíso, muestra sus encantos, ofrece promociones de todo tipo, y después cierra la puerta con furia despiadada. Y las narices quedan ahí, a centímetros de la madera, tan cerca del otro lado que se puede oler los placeres que nunca llegarán.

Pero ya no eran secundarios, quedó claro. Juli dejó el jumper en el ropero y sacó el uniforme laboral. Dejó a un costado esa niña crecidita para ser esta mujer todopoderosa. Dejó los sueños enamorados de una Sub 18 por esta sensación de justiciera de la vida. Sí: a veces los superhéroes de la cotidianeidad viven a la vuelta de la esquina, toman colectivos y se suenan la nariz como todos nosotros. Y en sus pañuelso quedan mocos verdes.

Fueron dos orgasmos de Romeo. Dos veces su silla de ruedas se elevó por los aires de la felicidad. ¿Quién nos mintió que las sillas de ruedas no tienen alas? Dos veces su voz pausada se le aceleró al grito de vocales y más vocales. Y más.

Julieta tal vez acabó una vez, o tal vez ninguna. En realidad, lo que le sucedió a su clítoris poco le importó en aquella tarde de primavera esplendorosa. Porque, esa tarde, le importó su corazón. Y el ajeno. Más el ajeno. Así son los héroes callejeros de los 100 barrios porteños y de los 200 bonaerenses: laten más en los corazones ajenos que en los propios.

Julieta siguió su vida. Romeo, la suya. De vez en cuando llama a su papá y le señala su zona baja, justo donde se encuentra el límite norte de la silla de ruedas. “¿Querés hacer pis?", le pregunta. Ríe, ríe con ganas, ríe con fuerzas, ríe con sabor a risa. “Nnnnnoooooo” contesta, siempre pausado. Papá ya sabe: el efecto Julieta todavía perdura. Es hora de llamar a los amigos para que lleven a Romeo de putas.


jueves, 17 de diciembre de 2009

Galeano

Algunas semanas atrás, en este espacio se escribió un post titulado Monos. Parece ser que a veces las letras que se tipean en forma de idea tienen cierta semejanza con algo ya escrito. Naturalmente en este caso a cientos de años de luz de la que una sabia voz amiga expresó como coincidencia, por un cuento de Eduardo Galeano que dice:
"Sixto Martínez cumplió el servicio militar en un cuartel de Sevilla. En medio del patio de ese cuartel, había un banquito. Junto al banquito, un soldado hacía guardia. Nadie sabía porqué se hacía la guardia del banquito. La guardiase hacía porque se hacía, noche y día, todas las noches,todos los días, y de generación en generación los oficiales transmitían la orden y los soldados obedecían. Nadie nunca dudó, nadie nunca preguntó. Si así se había hecho, por algo sería. Y así siguió siendo hasta que alguien, no sé que general o coronel, quiso conocer la orden original. Hubo que revolver a fondo los archivos. Y después de mucho hurgar, se supo. Hacía treinta y un años, dos meses y cuatro días, un oficial había mandado montar guardia junto al banquito, que estaba recién pintado, para que a nadie se le ocurriera sentarse sobre pintura fresca".

domingo, 13 de diciembre de 2009

RG 18: La chica que nadie saca a bailar

Entraron al baño de la disco de moda con diez segundos de diferencia. Se metieron en dos habitáculos contiguos. Cerraron las puertas con delicada furia. Tiraron las cadenas para tapar el sonido del llanto. Salieron en busca del espejo, y se limpiaron los ojos manchados por las lágrimas que corrieron sus rímeles. Entonces, cruzaron sus miradas. Dos mujeres presas del encierro de la desilusión, un fantasma caníbal que ataca por las noches a las almas desabrigadas.
Se tuvieron compasión mutua. Fueron segundos, apenas, en los que una vio a otra y otra vio a una. Y se vieron a sí mismas reflejadas en la misma tristeza. La tristeza que une piezas del rompecabezas de la vida.
Una de las dos, cualquiera de las dos, lanzó la primera piedra en forma de pregunta: "¿Y a vos qué te pasa?". Afuera, la disco ofrecía su cocktail de todo en un segundo y nada en varias horas. Tiempo cruel que reparte los porcentajes de la vida a su antojo.

-Es una mala noche.
-Sí, para mi también.
-Tres negros que me quisieron tocar el culo, dos babosos que no paran de mirarme las tetas, y un facherito que a la tercera frase se quedó sin adjetivos, ni sustantivos, ni verbos. Ni una palabra más dijo el muy cuadrado. Sólo pido algo creativo. ¡Hombres, reaccionen".
-A mí me pasa al revés. Soy la chica que nadie saca a bailar.
-Dejate de joder, siempre hay uno.
-No, conmigo no. Soy fea de pies a cabeza, y de ombligo a espalda. De norte a sur y de este a oeste, en todas direcciones.
-Te voy a explicar una cosa, nena. Estás menospreciando a nuestro género. Somos superiores. Nosotras mandamos. Una mirada y listo, se nos acerca alguno. Y bueno, después hay que elegir.
-Con dos tetas así cualquiera. Un poco de silicona todo lo puede.
-Mirá, chiquita, voy a hacer de cuenta que no te oí...
-Pero no entiendo: si para vos es tan sencillo, ¿por qué llorás?
-Me gustaría alguien que me diga algo más que elogios para mi cuerpo.
-A mí me gustaría alguien que me diga algo.
Rieron. Hablaron algo más, encontraron muchas más diferencias que las unían, y salieron juntas a la jungla de ahí afuera. Un ejército de espermatozoides alborotados en cuerpos masculinos las esperaban en ebullición. "Que montañas tenés, muñequita", fue el primer susurro que escucharon. "¿Ves? Nadie nunca nada. En este preciso momento declaro la muerte de la originalidad". Otra vez la carcajada. Otra vez la pregunta: "¿Pero vos querés que acá adentro te hablen de Cortazar? ¡Ninguno leyó Rayuela!". "Yo sí".
La voz grave y varonil invitaba a la ilusión. El aspecto desalineado y desprolijo eran los asesinos de cualquier fantasía. Hasta que soltó la segunda frase, más oportuna que la primera: "Y también leí Sobre Héroes y Tumbas". "Interesante", dijo la chica a la que todos sacan a bailar. "Muy", afirmó la chica a la que nadie sacaba a bailar. "Pero no me gusta este lugar. Todos distintos. Todos iguales. Me arrastraron unos amigos hasta aquí, y me siento algo, como decirlo, extraño. Me retumba la vergüenza más que la cabeza".
"Mìo". "No, mìo". "Vos podés elegir, yo no". "Por eso, lo elijo yo". "Hija de puta", y le tiró un vaso de gancia en las tetas. "¿Qué haces, tarada?", y le respondió con el derrame del speed con vodka en su pelo.
Los de seguridad las sacaron de los pelos. Lloraron juntas, de nuevo, en la puerta de la disco de moda. Abrazadas. Arrepentidas. La culpa de la estupidez les carcomía el orgullo. No se dijeron ni medio suspiro durante una hora. Desconocidas de la vida, compartían el desconsuelo de la soledad. Por eso era que tenían tanto en común. Aún tan distintas, enarbolaban noches de derrotas porque el destino les negó el deseo del príncipe azul. O celeste. O violeta. O cualquiera que el daltónico y maldito destino quisiera llevarles.

"Y, literatas, ¿cómo las trató la ruleta de los cazadores nocturnos?". La voz. Esa voz. "Mal", contestaron a coro buscando con la mirada al desalineado galán. Con la luz del día, lo reconocieron más feo de lo que la oscuridad lo mostraba. "¿Y a vos?", preguntó la chica que habla con las baldosas en tantas noches de regresos solitarios.
El falso gigolo miró el despampanante escote de al lado, que amenazaba con estallar por el aire en cualquier momento. "¿Sabés bailar?", le preguntó. "¡Por supuesto!", contestó la chica del porte ganador que le servía para poco y nada (más nada que poco...). "¿Y vos?". "¿Yo? Ja. No, yo no. Ja. Yo soy fea. Soy la chica que nadie saca a bailar". "Lindo nombre para un cuento, ¿no? Podría ser un Borges complicado. O un sutil Cortázar. O porque no un tremebundo Stephen King". "¡O un libro de autoyuda!".
Estallaron en risas. Y las pupilas recorrieron el mismo camino hacia quien sabe donde. Los caminos son para caminarlos, aunque quien sabe hacia donde lleven. "Allá, a tres cuadras, hay un barcito donde el café con leche es una poesía y las medialunas inspiran a la prosa". "¿Es una invitación?". Le dio la mano para ayudarla a levantarse del cordón de la vereda, le limpió el rimel de los ojos, y fueron caminando hablando de unos bueyes perdidos y de varias baldosas traicionadas.

La otra, con su porte ganador y con las migas de la derrota en su boca, ya se había secado el rimel y se subía a un auto último modelo de un pelado insípidamente musculoso que le ofreció un rato de sexo barato de ocasión. "¿Leíste Rayuela, pela?", le preguntó sabiendo que en la frente del muchacho titilaba un no como respuesta. "Mi hermanita menor juega a eso con su amiga. Ja, Ja". "Perdoná, pero esta noche mejor me acuesto sola. Y me duermo leyendo un buen libro". "Andá, loca de mierda. ¡No hay pedazo que les venga bien!".



jueves, 10 de diciembre de 2009

Gota

"Riñón, trasplantable, vení a visitarme", leyó el mensaje en su celular. Y Riñón fue a ver a su conocido, Páncreas, que lo solicitaba desde la sala de terapia intensiva del hospital que habita desde quien sabe cuando.
"Tengo la salud en la cuerda floja. Nadie me visita. Nadie me extraña. Nadie me piensa. Ni siquiera nadie me odia. Por eso, ahora soy poeta", le dijo Páncreas a Riñon. "¿De qué te reís, pelotudo?", espetó el herido. "Mirá, escribí esto... Se llama gota".

,,,,,,
Trocar los malditos recuerdos olvidables
por aquellos gratos olvidos recordables
desafiar los grises fantasmas del pasado
y colorearlos con presentes maquillados

Permutar las tibias broncas gobernantes
por batallas visceralmente desbordantes
que el enojo no quede preso ni encerrado
que camine libre con su orgullo alzado

Metaforsosear el poco por el mucho,
la nada por el algo, el oigo por escucho
la duda maldita por la certeza mas fiel
sentir la verdad pura aunque hiera cruel

Cambiar los dolores por las esperanzas
las injusticias por las justas balanzas
las heridas rancias por las nuevas vidas
las traiciones sucias por las bienvenidas

Ofrecer, exigir, dar, pedir, sentir, recibir
robarle a la tacaña vida una gota de elixir,
sacarle la lengua como un niño desobediente
y después de saborearla, ir por la siguiente...
,,,,,


“FIN. Dice fin. ¿Qué te pareció? ¿Podés dejar de reirte, pedazo de pelotudo?”.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Rg 17: El experimento para Doña X

Los párpados, pesados, se le abrían poco a poco. Unos milímetros para arriba, y volvían a caer. Las pupilas, nubladas, se despabilaban lentamente. Apenas distinguían el panorama. Una habitación cerrada y sin ventanas. Despojada, con paredes blancas descascaradas y una puerta. Sólo con una televisión, una video, una silla y una mujer atada con esposas.
"Buen día", escuchó detrás de ella. "¿Me podes explicar que es esto? Forro, desatame inmediatamente, hijo de puta". Después de unos segundos, se escuchó: "Me parece que no estás en condiciones de ordenar nada. Y te recomendaría que dejes de insultar, como lo hacés siempre. Como lo hiciste siempre…". Desaforada, le gritó: "¿Te volviste loco?". Despeinado, caminó dos pasos para ponerse delante de ella y, en la penumbra de la habitación iluminada con un foquito que apenas sobrevivía, asintió con un movimiento de cabeza de arriba hacia abajo.
Hubo gritos y más gritos. Insultos y más insultos. Intentos de soltarse, todos frustrados. El, sentado en el piso, a un metro de distancia, la miraba con una leve sonrisa. Hasta que gobernó el silencio y entonces, le susurró: "Quiero experimentar con vos. Me gustaría que sintieras en carne propia lo que se sentí. A ver que tal funciona la mente humana en condiciones extremas". Se paró, caminó hasta la puerta, la abrió, le dijo un frío "hasta mañana" y salió sin prestar atención a las amenazas que escuchaba pero no oía. Tampoco lo perturbó el escupitajo que quedó a centímetros de caerle en el brazo izquierdo. Saliva malgastada...
Al día siguiente se volvieron a encontrar. Misma situación. Misma habitación. Mismo encierro. Ella le gritó. Insultos muy bajos. Hirientes. Como siempre. "Empieza el experimento, así que te recomendaría que te calles". Después de cinco minutos de más gritos y más amenazas, cuando ella por fin obedeció el "shhhh", siguió con su explicación: "Fueron muchos años de sufrimiento. Algunas veces de manera conciente. Otras, inconciente. No quiero hablar demasiado. Mejor veamos". Puso un plato delante de ella. "Estos son tus famosos fideos". Apuntó a la videocasetera y lo que siguió fue una sucesión de voces grabadas, algunas de manera directa, otras de cámara oculta. Todas cuestionando su capacidad como organizadora de la casa. Hasta se escuchó: “Y... ella no nos cocina casi nunca”. Furiosa, se desgarró la garganta: "Me chupa un huevo, pelotudo. Nadie se indigestó", agregó ella al concluir la cinta. "Primera prueba concluida. Hasta mañana”, dijo él. Cerró la puerta y escuchó el silencio que se podía ver detrás de los gritos. Sí: el silencio se ve, tiene forma...

"Buen día, seguimos. No insultes, no te ayudará en nada. Ok, insultá, tenés tus cinco minutos diarios". La garganta ya mostraba problemas por tanto esfuerzo. Las manos estaban lastimadas por los mil y un intentos por zafar. "Otra vez video, doña X. Muchas películas de gente lastimada por engaños. Todas historias parecidas: los autores de la traición que pedían perdón sin pedir perdón. Es que el perdón, sabrás, se pide con hechos, no con palabras. Ser valiente es actuar, no hablar".
La dejó sola, con la cinta corriendo. Volvió 10 horas después, tras cinco films de esos que hacen llorar. La encontró con una sonrisa de oreja a oreja, a los gritos, insultando. "Sh", le dijo. "Te voy a matar, forro. Tus películas son estúpidas, como vos. Te pedí perdón varias veces". "Aja, ¿y qué hiciste?". "Eso, te pedí perdón varias veces". "¿Y qué más". "Perdooooon". "No entendés nada. Vos actuaste y no hablaste. Esperaba lo mismo: que actúes más y hables menos. Que demuestres dignidad. No tenés...". "¡Hijo de puta!". La puerta se cerró. En silencio, sin gritos audibles. O con. Ya no importaba.
"¿Qué hora es?", se despertó ella cuando con los pasos de él. "¿Qué más da? Muchas veces tuve esa sensación: no tener noción del tiempo. Pasaba cuando nadie, nadie, nadie, sabía de vos. Y cuando digo nadie tres veces, vos entendes porque digo tres veces. No es casual el número tres". Ella entendió que esta vez los insultos eran en vano. "¿Me vas a dejar en paz, por favor?". "Mmmm, por ahora no. Un poco más de experimento. Me toca a mí experimentar. Vos experimentaste demasiado con la realidad. Aunque sea yo juego un poquito con la ficción. Mirá esto".
Siguieron opiniones de psicoanalistas especializados en parejas sobre razones que pueden terminar con una relación. El desnivel de esfuerzo entre uno y otro era un motivo claro de ruptura. "Si uno trabaja y cumple roles de la casa y la otra persona no hace ni una cosa ni otra, a la larga aparecen diferencias muy difíciles de congeniar. La lucha por el día a día tiene que ser pareja. Sino, pareciera como que uno se aprovecha del otro", decía mirando a cámara la licenciada Gabriela Barrios.
La ex lanzó una carcajada. Y, como en tantas ocasiones, su disfraz de cordero tierno mutó por ese lobo soberbio y desalmado que escondía en su interior. "Me tenés harta. No me importa nada. Ni lo que hice, ni lo que no hice. Ni si te lastimé, ni si te engañé. No me importa nada. Listo, hice lo que quise. Pensé en mí y nada más que en mí. En nadie más. Nadie. Fue. Viví para adelante. Jodete. Y basta, no hables más del pasado. Forro". El sonrió, le dijo "gracias" y cerró la puerta. "Hasta mañana, que duermas bien. Y gracias de nuevo".
No tenía ni idea de los días y las horas de su encierro. Había perdido la noción del tiempo y espacio. Hasta esperaba la llegada de su ex para despejar sus ojos. Sabía que algún día esta historia llegaría a su fin. "Hola", lo saludó cuando ingresó nuevamente en la habitación del pánico experimental. "¿Me sacás de acá, por favor?", le suplicó. "Ya falta poco. Es la etapa final del experimento. Otra vez video". Puso play, y apareció el resumen de esos días filmado desde una cámara oculta de la TV. Las confesiones. Las traiciones. Y una charla: "Perdón chicos. Tuve que hacerlo para que vean la realidad en primer plano". Hubo abrazos, besos y una frase: “Te queremos. Siempre. Te entendemos. Siempre. Sabemos quien es quien. ¿Vamos a tomar un helado?".
Stop. El video se detuvo. "Mañana es tu último día". Salió y cerró la puerta. Al día siguiente, ella no respiraba. "Asfixia por lágrimas", dijo la autopsia. "Inocente por actuar en legítima defensa", dijo el juez.