sábado, 30 de junio de 2012

HdP 16: Señal de ajuste

"Que tiene leche bebé 3. Será, que tiene...".
-Mi amor, este televisor anda mal. De nuevo se apagó. Hay que llevarlo a un service. No, mejor tirarlo, es muy viejo, tenemos que comprar otro.
-Es algo tuyo, se paga solamente cuando lo mirás vos. Tenés mala energía, ya te lo dije mil veces. Cuando yo veo nunca tengo problemas. Es de tanto fútbol que le metés que te dice basta.
-No seas tonta. Hay que tirarlo. No anda.
-Nunca lo voy a tirar. Fue un regalo de mamá para Andresito. ¿No entendés?
-¿Vos estás llorando de nuevo?
Del comedor a la pieza principal hay 10 pasos. Antes, está la habitación de Julieta, que dormía plácidamente en su cuna. Había vomitado después de su mamadera, pero lo normal de cualquier bebé de seis meses. En el dormitorio, en la cama matrimonial, yacía la figura de su esposa acostada. Inerte, apuntaba justo sus ojazos celestes a la foto de su hijo Andrés, la foto que había pegado en el techo de la habitación al mes de su inesperada muerte en ese estúpido accidente.
-Mi amor, sé que es muy doloroso, pero hay que seguir con la vida. Andrés es un hermoso recuerdo, pero no podés encadenarte a él.
-No puedo soltarlo. Es mi hijo. ¿Cómo decís añlgo así, insensible? No puedo. ¡NO PUEDO!
- Lo tenés que soltar. La gordita te necesita. Yo te necesito. Todos te necesitamos.
-Andrés está acá conmigo. Yo lo siento, me da señales.
-Mi amor, eso no pasa. El otro día dijiste que él estaba enojado porque perdió el Atlético y por eso sentías olor a amoníaco que a él no le gustaba, pero después nos enteramos del derrame de Dock Sud. Siempre hay una explicación para todo, siempre.
-Vos no crees en nada. No puedo hablar con vos estos temas. No entendés. Voy a llamar a mamá.
-Claro, yo no entiendo y ella sí entiende. Como cuando dice que ve fantasmas pero en realidad está borracha. ¡Dale!
-No quiero hablar más. Andá a ver fútbol. Dejame con Andrés. Voy a llamar a mamá. Ella me entiende. Ella habla con papá.
El partido ya había comenzado. Iba media hora del primer tiempo. Esos 15 minutos que siguieron fueron bastante aburridos. Igual, podría haber sido el mejor partido del mundo que él no iba a prestarle atención. La cabeza le estallaba. Ni siquiera vio la nueva publicidad de la gaseosa con esa rubia despampanante. Ni la del nuevo modelo de la marca de auto que tanto le gusta. Volvió su vista a la pantalla cuando escuchó a lo lejos, esa canción: "Que tiene leche bebé 3...”. Inmediatamente, el televisor se puso en negro.
"No aguanto más", dijo. Desenchufo el aparato y cuando estaba a punto de llevarlo a la vereda para que lo agarre algún cartonero, escucho a la bebé llorar. Su cuna era unh enchastre. "¿Otra vez vomitaste, gordita?". La limpió, la alzó a upa y caminó hasta el dormitorio principal sin hacer ruido.
-Andrésito, cielo mío, por favor, mandame una señal de que todavía estás con nosotros. Tu alma está a aquí, yo lo sé. Pero necesito que me lo digas. Por favor te lo pido.
-La beba vomitó de nuevo. Para mí no es normal. La llevo a la guardia.
-Es normal. En una semana tiene su pediatra, que la vea él, yo confío en él.
-Quiero estar seguro.
-Yo no voy. Hoy es 20, aniversario de Andrésito.
-El 20 es el 20, el 21 es un día después, el 13 una semana antes. No podemos vivir así.
El médico de guardia dijo que no era nada, que es normal que los bebés vomiten. "¿Tanto, doctor?". El especialista asintió con la cabeza dos veces. El tercer movimiento vertical de su cabeza se interrumpió por otro vómito, esta vez con un poquito de sangre.
Se le hicieron análisis de urgencia. Mientras esperaba, en la pantalla de la sala de guardia, el partido terminaba. El Atlético ganó 2-1. "Andresito estará contento", pensó. Esta vez le prestó atención a la rubia ("hembrón", se dijo) y al nuevo auto ("lo quiero, es hora de cambiar el modelo 2009", se alentó). Después escuchó: "Que tiene leche bebé 3...", y el televisor de la clínica empezó a hacer rayas. "Que raro...", dijo. "Sí, son nuevitos. Tienen dos semanas", le respondió una enfermera que pasaba por ahí...
Media hora después, el médico guardia llamó al padre y le dio el diagnóstico: "Intolerancia a la lactosa. La trajo justo, su cuerpo no hubiese aguantado otra mamadera más sin establecer un cuadro peor. Mire, seguro tiene algún zarpullido en el cuerpo". Buscaron y buscaron, hasta que encontraron: su pie izquierdo estaba rosa y lleno de granos y ronchas.
Julieta lloraba sin parar. "Tranquila, todo va estar bien, tranquila", la calmaba el padre. "No más leche. Nunca más en su vida", ordenó el doctor. Inmediatamente, la pequeña dejó de llorar. Y sonrió.

sábado, 23 de junio de 2012

HdP 15: Cosa de Mandinga

"¡Ni se te ocurra!". Un ovejero alemán, dos dobermans, tres pitbulls, una pareja de coker y, tirando de las sogas del paseador, delante de todos, como líder de líderes, el beagle. Orejón, simpático, panzón, cara tierna y mala fama, todo eso reunido en un currículum de cuatro patas. "Mirá, una vez yo paseaba uno llamado Roque. El loco vio algo de comer arriba de un placard, se quiso subir, se cayó y se rompió todo. Se quebró la columna. Antes, la dueña me contó que había dejado un pan dulce en la cocina y, en un descuido, se lo comió todo en segundos. Se hinchó y como es bajito y de patas cortas, la panza le llegó al piso. No pudo caminar por un par de días. Son todos así, dementes".
Quería tener un perro. Había elegido esa raza, beagle, pero sumaba descreditos en cada palabra. Algo así como el peor criminal con la cara más angelical. Cada consulta sumaba puntos en contra y años de cárcel en un juzgado. "Son enfermos de la comida. Este me abrió la puerta del horno y se me bajó una docena de empanadas", escuchó en el parque, mientras el acusado miraba con cara de yo no fui. "Es una raza de campo, así que son hiperkinéticos. Si lo sacás a dar una vuelta manzana, no sirve de nada. Lo tenés que cansar bien. Dos hora smínimo de paseo para que el tipo llegue y duerma. Y además, maduran más tarde", escuchó en la veterinaria.
"Hasta los dos años tuve que esconder todo porque me destrozaba lo que encontraba, ahora esta grande y es más tranquilo. Igual, el otro día me rompió un par de zapatilas nuevas. Se comió la punta y los cordones como si fueran fideos", escuchó de boca de la china que paseaba a su beagle, que no paraba de jalar la correa como si creyera tener la fuerza de un elefante. "Pará un poco, Pekín", le gritó mientras el muchachito de cuatro patas tiraba y tiraba.
La sentencia llegó con la vecina de al lado. La bonita vecina de al lado. "Mirá, esta me volvió loca de amor y también de nervios. Son así: los amás y los odiás a la vez. Como los hombres, ja". Hizo una pausa de sonrisa encendida y cautivante, y siguió. "Te cuento: yo tuve que comprar dispositivos especiales para cerrar la heladera, porque esta guachita se dio cuenta que ahí estaba la comida y se las ingeniaba con la pata para abrirla. Son los perros que usan en los aeropuertos para detectar si alguien trae comida del exterior, ¿sabías? Unos verdaderos salvajes. Como los hombres, ja".
No hubo caso. El amor es más fuerte y, en esa primavera, el beagle le ganó al coker y a cualquier otro peso mediano que se le haya querido subir al ring de su vida. Le puso Mandinga, en honor a un viejo goleador de su club. Y fueron de aquí para allá. Corrieron en pastos, chapotearon en charcos, comieron en parrillas, jugaron en arenas, nadaron en mares... Un enojo por destrozos, una caricia al alma por un buen momento. Uno y uno, como la vida. Como las personas. Dar para recibir. A veces más, a veces menos.
El cachorro hizo de las suyas en el verano, fue creciendo en el otoño y ya era todo un señorito en el invierno. ¡Hasta había aprendido a andar solo por la calle sin perderse! ¡Hacía caso! Su dueño, mientras, desplumaba las estaciones del corazón sin más besos que los lamidos en las manos cuando había que limpiar los dedos con comida, o los de la mañana, en la cara, cuando era la hora de salir a la calle a ver qué deparaba la vida en la vuelta al parque. Y así, los dos, giraban y giraban en busca de sus futuros, en este juego de oler destinos en cada vereda, en cada árbol, en cada rincón.
"Ey, me había dicho el portero que también te habías comprado un beagle, pero nunca te vi. Es hermoso. Mirá Lola, un amigo para cuando quieras tener hijitos, ja". La vecina de al lado –la bonita-, estaba radiante. Lola también. Unos hablaron. Otros se olieron. Unos rieron. Otros movieron el rabo. Unos se pasaron el teléfono y quedaron en una salida al cine. Otros dejaron de chusmearse cuando, por seguir al carrito del cartonero que dejaba restos de comida a su paso, Mandinga caminó varias cuadras masticando los restos de los restos. Se perdió en su laberinto, masticando los restos. Y se encontró con su nueva vida. Miró para atrás, quiso volver, pero ya era tarde. Siguió sus instintos hasta el próximo hueso.

sábado, 16 de junio de 2012

HdP14: Sábado a la noche

"Perfecto. Una excelente afeitada".
Al fin, después de cuatro meses, el miércoles iba a tener su primera salida en esta nueva etapa de soltero. Parece que la gordita de la vuelta dijo que sí. "Se hizo rogar la guachita. Eso tienen las minas. Saben mejor que nosotros cuando apretar el acelerador y cuando poner el freno. Nos manejan a su antojo", se decía mientras se miraba al espejo y se pasaba la mano por su rostro de aquí para allá, buscando algún pelo rebelde que se haya negado a salir apegado al rubor de la mejilla, el mentón o algún otro recoveco de la cara.
En realidad había una alta probabilidad, pero ninguna confirmación. Lo de la gordita, ese tema. Ya había suspendido dos veces. O era tímida, o no tenía la menor intención pero no quería lastimar con un no. Buenita la gordita...
Por las dudas había que estar listo. Y eso significa el mejor look posible, es decir, con barba de cuatro noches. "Hoy es sábado a la noche. Viene domingo, lunes, martes y miércoles. Perfecto", enumeraba mientras se esparcía la colonia y quedaba perfumadito y con olor rico, listo para ir a dormir. "Hoy es sábado a la noche", se repitió y, de inmediato, vio como ese ser que habita en el espejo, tan parecido a él, tan distinto a él, le hacía una mueca de resignación. "Hoy es sábado a la noche", se repitió. Y el gesto en el vidrio ya estaba desfigurado...
La remera de siempre, el pantalón de siempre, el colectivo de siempre, la fila del cine de siempre, y la pregunta de siempre de la vendedora:
-¿Alguna promoción? ¿Quiere el súper combo de pochoclos y nachos? ¿O los chupetines nuevos con la imagen de los animalitos de Madagascar?
-No, gracias. Pero tengo dos por uno en entradas.
-Pero usted está solo, señor.
-Pero tengo dos por uno.
-Pero usted está solo, SEÑOR.
-¡Pero tengo dos por uno!
-¡Sí, pero usted está solo!
-No, nena. En la vereda hay una viejita que mira para adentro del Shopping. Tiene sueños en los ojos. Sueños de compañía, de que alguien le diga hola. De dejar de ser una estatua que nadie mira mientras su corazón se apaga cada día un poquitín más. Dame el dos por uno, por favor, nena.
La viejita miró la entrada una y otra vez. "Es de verdad, abuela". "Hace no sé cuantos años que no voy al cine, querido. La última fue Chicago, en 2003. Ganó el Oscar, ¿sabías querido?". "Sí, abuela, pero hoy quiero estar un poquito solo, la próxima la invito y hablamos más, ¿sí? Venga, subamos juntos, es por acá".
Le regaló el paquete más grande de pochoclos, aunque la abuela le haya divertido que le daban "gasecitos". Mitad arrepentido, mitad encantado, pensó en retomar la charla con la abuela. "¿Tiene niet...?". Esa letra O nunca salió de su boca. Murió sin ninguna explicación. También la ese. Bajando las escaleras, justo cuatro filas delante, una pareja se mimaba y besaba con ternura. De esos besos primerizos que parecen pedir permiso, con lenguas que quieren ser conquistadoras de universos ajenos, aunque todavía se muestran extranjeras del territorio que desean exploran de punta a punta. Chocan, se golpean, pero aun no se entrelazan.
-Cinco nietos. Dos, dos y uno. Dos de mi hija mayor, que es abogada. Dos del del medio, que es médico. Una del más chico, el músico, que es un tiro al aire pero parece que encontró una chica que lo encarriló. Pero los veo poco, porque mis hijos viven lejos y ellos no vienen y yo puedo moverme poco, ¿viste? Me cuesta caminar. Lástima mi marido, que murió apenas nació la nieta mayor. Un ataque al corazón, querido. Así, de un momento a otro. Muchas preocupaciones que no sirven para nada. Como vos, que estás preocupado por esa chica de adelante. ¿Querés pochoclito? No comiste ni uno...
-No, gracias. Tengo dos muelas con caries y el pochoc... Espere, abuela, ¿qué chica de adelante?
-Esa que mirás ahí, en la fila de adelante, querido. Esa que está besando a ese otro señor, justo ahora. Esa, esa misma. Esa que te hace humedecer los ojos. ¿Querés un pañuelo?
-No, no. Gracias.
-¿Hace cuánto, querido?
-Unos pocos meses.
-¿La extrañás mucho?
-A veces. Vio como es esto, abuela: la soledad trae recuerdos, los recuerdos traen nostalgia, la nostalgia trae tristeza, y la tristeza trae soledad. Es cíciclo. Y también verla así, tan, tan... Así, tan... Siento bronquita, ¿sabe? Ella decía que iba a tardar años en tener otro. Yo le decía que al revés, que habrá miles de buitres revoloteando por su nido. Las mujeres eligen, pero los buitres vuelan. Y yo nunca fui buitre, ni aguila. Tengo el doctorado de pichón en esta vida, abuela.
-Ah, sí, entiendo. Ayer vi un documental de ese canal de bichos raros, ese Animal Planet. Se aprende mucho, ¿viste? Los animales no se complican tanto. Eso es mejor. Uy, empieza la película, querido. Espero que no sea de llorar porque si no nos vas a ahogar a todos vos.
Era de llorar, pero nadie se ahogó. "Hiciste bien en ponerte esa revista en la cara cuando pasó la chica de la mano de ese tipo. Mejor no ver. Los ojos son asesinos del propio corazón. Yo soy medio miope, querido. Veo lo que puedo. Y aprendí a ver lo que quiero. Y ahora vamos yendo. Agarrame del brazo que me caigo, no puedo caminar bien. El reuma. Pero igual vos quedate tranquilo, el sábado a la noche voy a estar en el mismo lugar, si querés, y me invitás de nuevo. Mirá, sobró un poquito de pochoclito, ¿querés?”.

martes, 12 de junio de 2012

HdP 13: Blues obrero

Este espacio ha mutado varias veces en sus poco más de tres años de vida. Desde aquel 21 de mayo de 2009, nació y creció. Hizo berrinches y parió silencio. Lloró y rió. Gateó y caminó. Amó y odió. Y, también, evocó...
Entre sus múltiples matemorfósis, hubo un tiempo en el que, a partir de la letra de una canción, nacían historias. Permítase entonces un viaje al pasado para recordar aquel primer capítulo, el mejor homenaje para eternizar una voz que acompañó gran parte de esta adolesencia y juventud.

http://manianadesol.blogspot.com.ar/2010/10/rock-1-decime-cuando-memphis.html

lunes, 11 de junio de 2012

HdP 12: Nunca y siempre

Le dio su palabra y le juro por el Dios en el que ella sí creía. "Nunca te voy a olvidar. Nunca", le aseguró mirándolo fijo con sus ojos intensamente marrones. Y lo lloró un día, una semana. Un mes, dos, o tal vez tres. Quizá más, en una de esas menos. El tiempo no es una medida exacta cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas.
Le dio su palabra: "No importa el final, ni los principios que vengan. Vas a ser siempre el hombre más importante de mi vida. Siempre", prosiguió con la mirada empapada pero, mágicamente, con un marrón todavía más intenso. Pero se sabe que cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas, siempre es nunca. Porque en la vida, nunca es siempre.
Diez años pasaron. Algunos pelos menos, algunos kilos más. Dos chicos con camisetas furiosamente rojas juegan al fútbol en la vereda. Un pelotazo se va lejos, muy lejos. Tanto que cruza a la calle. El mayor de los gurrumines sigue de largo sin mirar quien, donde ni cuando. El auto apenas alcanza a frenar. Apenas. El pequeñito cuerpo quedó a milímetros del paragolpes.
"¿Estás bien, nene?". "Sí señor", contesta con su tesoro redondo en la mano. Pica la pelota y, como si nada, vuelve a jugar con su hermano. "¡Ey, espera! Tomá un chupetín para vos y otro para él... ¿Cómo se llaman?". "Yo Juan y mi hermanito Manuel. Chau señor", le dijo y, como despedida, le clavó una mirada intensamente marrón.
El padre, testigo mudo de la escena, lanza un abrazo emocionado. "Gracias, soy Daniel, el padre de los chicos. Te estaré eternamente agradecido por tus reflejos". Otro abrazo, este más fuerte que el anterior. "Soy Juan Manuel, nada que agradecer". "¡Cómo los chicos! Los nombres los eligió la madre, cosa de minas, viste". "Sí, cosa de minas, entiendo. Y te digo: yo también soy fanático de Independiente". "Otra exigencia femenina, viste".
La madre, testigo de la escena, apenas con un hilito de voz, concluye toda posibilidad de diálogo. "Vamos Dani", lanza a modo de orden mientras llora desconsoladamente. Clava sus ojos inmensamente marrones en los del conductor por un milésima de segundo. O tal vez un poquitín más. Ocurre que el tiempo no es una medida exacta cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas.
"No te conozco, pero gracias". Se da media vuelta y se va. Corre y abraza a Juan y a Manuel. Parece un pulpo. "Se debe haber asustado. Cosa de minas, viste. Los chicos son la luz de sus ojos. Bueno, Juan Manuel, gracias de nuevo. Nunca te voy a olvidar. Nunca".

sábado, 9 de junio de 2012

HdP 11: Sensación térmica

Era una noche de enero. La ciudad, pegajosa, insoportable, transpiraba en cada una de sus esquinas. Sus cuerpos goteantes se encontraron en el asado del cumpleaños del cuñado de ella y amigo de él. Tras las presentaciones de rigor, imposible romper el hielo de otra manera que no sea hablando del tiempo. Hasta que José lanzó la frase que abrió la puerta de la controversia.
-Igual, yo prefiero esta noche de 30 grados antes que una de 5. Toda la vida. No hay comparación posible.
-¿Qué? No, horrible. Esto se sufre, el invierno se disfruta.
-¿Qué? Mirá, el verano te renueva. Te dan ganas de salir a la calle, de cerveza, de helado, de vivir la vida. Pensás en amaneceres cálidos en la playa y en atardeceres rojos en los parques. Ves musculosas y minifaldas. Te revolotean las hormonas en el aire, porque según estadísticas, en verano se coge mucho más porque hay menos ropa y entonces crece el deseo. El verano nos pone calientes.
Para ella estaba todo dicho y todo callado. "Si tenés con quien", pensó para sus adentros. Igual, era demasiado discurso prefabricado para defender lo indefendible. Agua y aceite. Hielo y carbón.
"¿Te gustó Josecito?", le preguntó al otro día su hermana por mensajito. "Un calentón pelotudo", contestó ella. "Demasiado superflua. No demostró nada. Una fría", le respondía él a la misma pregunta de su amigo cumpleañero.
Era una noche de junio. La ciudad, vacía e intolerable, tiritaba en su cemento gris metalizado. Sus cuerpos emponchados se volvieron a topar en el cumpleaños de la hermana. Esta vez no hizo falta la presentación de rigor. "Ah, sí, me acuerdo, ¿cómo te va?”, dijo él desganado, con los dedos entumecidos y el entusiasmo congelado. La respuesta abrió de nuevo, de par en par, la puerta de la controversia.
-Bien, bien. Hoy me toca a mí: te aseguro que estos 5 grados son mucho mejor que tus asquerosos 30.
-Estás loca, nena.
-El invierno te energiza por dentro. Te dan ganas de disfrutar de tu casa, de libros, de películas en la cama. Del café y sus olores, del rojo de las estufas, del perfume limpio y puro de los cuerpos sin transpiración. Y las hormonas que revolotean en el aire son puras. Porque nada de coger, en invierno se hace el amor. Los cuerpos se desnudan con arte y pasión. Y, después del frenesí, nada mejor que dormir entrelazados.
-Si tenés con quien, contestó Josecito con mirada fría y corazón bajo cero, ausente de todo termómetro desde hace meses.
Ella escuchó esas cuatro palabras. También las miles que siguieron hasta el otoño siguiente, cuando sólamente hizo falta pronunciar dos: "Sí, quiero", dijeron al unísono con la sensación térmica por las nubes. Afuera, abril les regalaba 20 grados para conformar a ambos.
Por negocios, la vida les puso una encrucijada en el camino: "Vamos allá, dale. Sí todo va bien, en unos años ganamos mucho dinero y nos volvemos a vivir una vida más relajada. No importa el frío, yo te abrigo y compramos la mejor estufa del universo. Y me tenés a mí, que te voy a dar calor en cada segundo de tu vida. Seré el mejor calefactor humano porque seré tuya para siempre".
Allá era Usuhaia, donde vivieron felices tres años, hasta que se quedaron sin gas, la estufa calentó menos y el termómetro interno daba sensación térmica cada vez menor. Para conformar a él, eligieron Brasil para unas vacaciones distintas. Ella, para conformarse, a la vuelta pidió el divorcio con una frase más hiriente que una puñalada: "No me calentás más". Las palabras lastiman hasta helar las venas.
Esa herida le sangró por años y años. Un lustro después, tras el retorno a la gran ciudad, dos fracasos de noviazgos y aventuras varias con mucha pena y poco gloria, ellá le mandó un mensaje por mail. Llevaban tres inviernos sin noticias uno del otro. "Hola, José. Hola, mi amor. Espero que estés bien. Sabés, te extraño. Nunca dejé de pensar en vos. Sos el amor de mi vida, me equivoqué. Me di cuenta que todavía tengo tu calor dentro mío. Tus besos, tus olores, tu sexo. Tu alma. Llamame, dale. Quiero volver allá, con vos, juntos, como siempre tuvimos que estar".
Esa noche de agosto, soplaba el último viento del invierno. Los copos de nieve eran del blanco más blanco que ningún pintor pudo pintar. El vino tenía el sabor perfecto. Y cada letra del libro elegido era un estímulo para el alma. "Hola. ¿Sabés que aprendí a enamorarme de tu invierno? Es más: ahora manejo mejor mi temperatura corporal ante los golpes de la vida. Afuera pueden hacer diez bajo cero, pero lo que importa es la sensación térmica interna, ¿no? Perdón, pero mi fuego se apagó y me quedó el corazón congelado. Tus recuerdos son hielo puro. Josecito. PD: No sé como andará tu estufa, pero abrigate que hace frío".

martes, 5 de junio de 2012

HdP 10: Tiempo al tiempo

La nariz era una canilla chorreante de sangre. Parecía agua por su fluidez. Igual la boca. La cara contra el cemento del callejón gris ya teñido de rojo. Sentía un dolor que crecía galopante cada segundo, en cada hueso, en cada poro. Un ojo cerrado, el otro atento a recibir el golpe final.
"Dale Gordo, remátalo de una patada a este puto del Deportivo. Así no se nos vienen a hacer más los gallitos a nuestra cancha".
Como siempre en estos casos, el Gordo -pecho al aire, tatuajes al por mayor, bermuda de jean, gorrito del Atlético en la cabeza y zapatillas blancas ahora con salpicaduras coloradas-, fijó la atención en su víctima antes de darle la última patada. "Dale Gordo, decile que con el Atlético no se jode, que se zarparon con la banderas y sacale dos dientes a este puto de un golpe. Hacelo mierda. ¡Dale! ¡Vas a ver, puto!".
El Gordo no escuchó nada. Llevaba segundos retrocediendo al pasado. Inventó la máquina del tiempo y viajó diez años en un pestañeo. La mente viola las leyes temporales. Y ahí estaba, en aquellos años de secundaria nunca terminada. Años del barrio y sus esquinas. De los códigos de la calle. De los amigos que se fueron para siempre. Y de los que se fueron para allá, a la ciudad, a buscar otra vida a la tierra de promesas incumplidas.
Como Juancito, que era el buenito del grupo. El que lo ayudó al Gordo a conseguir su primera novia. Su primer laburo. Con el que discutía de fútbol y hasta alguna vez se agarraron a piñas para terminar abrazados, llorando y pidiéndose perdón. Juancito, al que no veía desde exactamente 12 veranos, cuando al día siguiente del descenso del Deportivo, se fue al centro para no volver. Juancito, que ahora miraba con un ojo cerrado y el otro atento para recibir la última patada que nunca llegaría. No hizo falta palabras. De ninguno de los dos. El pasado los unió en ese presente que presagiaba el futuro.
"Vamos, ya fue", dijo el Gordo. "¿No le vas a pegar más?", le preguntó uno de sus dos laderos en la barra del Atlético. "Dije que ya fue". Diez metros más allá, titubeó en darse vuelta y ayudar a quien poco antes había sido su víctima. Fueron cinco segundos. Parecieron diez años. O doce veranos. Siguió caminando con los ojos vidriosos y la vista adelante, aunque con un ritmo menor. Una duda, un paso. Una duda, un paso. Las dudas se acabaron con el ruido de seis balazos impecables e implacables en su espalda. La ambulancia tardó 20 minutos en venir. Fue en vano, el Gordo, río de sangre, con un ojo cerrado y el otro atento, ya había viajado en el tiempo.