jueves, 31 de mayo de 2012

HdP 9: Calles y avenidas

"Voy a ir por las calles de adentro así estoy más tranquilo y nadie me hincha", pensó él. Y comenzó a caminar esas diez cuadras. Eran las 11.17.
"Voy a ir por la avenida así veo gente y me distraigo. De paso miro vidrieras a ver si le compro una bobada a este tarado", pensó ella. Y comenzó a caminar esas diez cuadras. Eran las 11.18
A las 11.32, con unos bombones en la mano, él llegó a la casa de ella. Tocó el timbre. Una vez. Dos veces. Después, algunos golpecitos en la puerta. Nadie contestó. Y pensó: "Seguro que está se fue de alguna amiga para hablar pestes de mí. Anoche me quedé en casa para pensar cómo encararla, qué decirle. Y la señorita no está. Yo me jugué por ella todo, enterito. Hice cosas que nunca pensé que haría por una mina. Lloré, sufrí. Me jugé todo. Enterito. Hasta falte a algunos partiditos con los chicos para llevarla a pasear a las ferias esas de mierda cuando me rompía las pelotas. Pero ella nada, sólo veía lo que ella quería ver. No es cierto que el peor ciego es el que no quiere ver. El peor ciego es el que ve solamente lo que quiere ver. Porque así la mirada discrimina".
A las 11.38, con un osito de peluche en su mano, ella tocó el timbre en la casa de él. A los pocos segundos, insistió con varios timbrazos. "Callate, Boby", le gritó al perro que no paraba de ladrar. Y pensó: "Este atorrante se fue de putas y se quedó a dormir en lo de El Negro. O pernoctó en el hotel con alguna trolita. Y yo que estuve toda la noche llorándolo delante de mis amigas. Y el señorito no está. Pero éstas fueron las últimas gotas que nacieron de mis ojos. Yo me jugué todo por él. Enterita. Hice cosas que nunca pensé que haría por un tipo. Hasta lo defendía delante de mi viejo aunque casi nunca tenía razón. Pero claro, él nada, miraba todo desde su egoísmo machista. No es cierto que el tuerto es rey entre los ciegos. El tuerto es rey si sabe ser rey. Y él no supo. No quiso. No nada".
Eran las 11.38. "Voy a volver por la avenida a ver si encuentro alguna parrilla para comer algo. Me dio hambre. Los bombones me los como de postre. Ya fue, nunca más cuidarme por la dieta que esta me ponía. Ya fue", pensó él.
Eran las 11.43. "Voy a volver por las calles de adentro así nadie me molesta. Y, además, así tiro este osito de mierda en algún basurero. Ya fue, nunca más ositos para nadie. Ya fue", pensó ella.

sábado, 26 de mayo de 2012

HdP 8: Para vestir Santos

"¡El mono! ¡Un mono! ¡Ahí, mirá!".
Ella subía en el teleférico del Morro Do Itararé, de Santos. El bajaba. Sus miradas, intensas y deseosas, se cruzaron un par de segundos que parecieron eternos. Como único testigo quedó ese mono, colgado de una rama, imperturbable, con la Avenida Ayrton Senna a sólo 100 metros y el mar a 200. Difícil imaginar otro lugar del mundo donde se produzca esta combinación: la playa, ancha y larga, como típica postal brasileña rodeada de morros, separada de la calle por un jardín ("o mais grande do mundo", según todos los santistas), bordeada por la avenida que no deja de fluir autos y autos. Cruzando, los edificios altos, que marcan el crecimiento de la ciudad, todos con vista al manso Atlántico que allí lamen la playa como caricias. Y enseguida, el morro. Fabulosa combinación de mar, arena, cemento y vegetación. Mucho de todo en un pequeño pedacito del planeta.
Dejaron de verse y miraron para adelante. Cada uno siguió uno con su paseo, con su geografía. Para arriba y para abajo. Fueron solo cinco metros, hasta que de nuevo, coreográficamente, se dieron vuelta para que las miradas se conecten una vez más. Aunque sea por última vez. Valía le pena.
"Imposible", pensó él sobre cualquier plan novelesco de esperarla en tierra firme: el tiempo no daba margen para llegar al aeropuerto de Garulhos, de Sao Paulo, la ciudad más poblada de Sudamérica con 11.244 369 de personas en la urbe según el último censo y casi 20 millones en sus alrededores. Es, también, conocida como la urbe donde el tráfico se devora cualquier urgencia y hay un motivo: "Se entregan 800 por día", asegura el conserje del hotel en un español entendible.
"Salí temprano", fue el consejo de todos. Profecía cumplida: el avión de regreso a Buenos Aires tardaría 20 minutos menos que las 3 horas para recorrer los 83 kilómetros entre la capital del corazón paulista y el tercer puerto del mundo, tal como es Santos, aunque el taxista de regreso al hotel se niegue a aceptar la realidad que Shangai, en 2004, superó a Rotterdam en la cima y colocó a Santos en el tercer escalón del podio. "Formigas", dice el remisero señalando los coches que salen de todos las autopistas que son la escenografía natural de San Pablo. Un laberinto de rodovias (una de ellas, de las más importantes, llamada Ayrton Senna) indescifrable para el extranjero.
"Que linda era esa morocha del teleférico. La cara más angelical que vi en mi vida". La cabeza lo guiaba una y otra vez hacia ese rostro, por la intensidad del mismo y, también, como buen bálsamo para curar heridas futboleras por la derrota del club de sus amores en la excursión brasileña. "Las mujeres pueden ser todo: remedio, bálsamo y enfermedad", le decía siempre su amigo Cacho, simpatizante de la contra pero al que se le perdonaba ese error imperdonable solo por ser el mejor filósofo de la vida que conoció.
"Bueno, no la veré más, fue una aparición mágica. Pero cada primero de septiembre como hoy levantará la copa al cielo para brindar, en su honor, por la belleza femenina", se prometió. El destino, mago eterno, una oportuna neblina y la demora del vuelo a Buenos Aires los juntó en la misma sala de embarque de Garulhos. El, con la mirada casi perdida dominado por el sueño de una noche sin dormir y con algunas lágrimas derramadas por sus colores, reconoció la voz de inmediato: "¡Ey, mono!". Levantó los ojos y vio los suyos, todavía más cautivantes de lo que estaban que algunas horas atrás.
Lo que siguió fue una sucesión de palabras a dos voces sin un segundo de pausa en algo más de dos horas. Una hermana casada con un brasileño la llevó de visita hacia la bellísima Santos por tercera vez. Ya conocía la ciudad tanto como para llamarla su segunda casa, detrás de su amadísima Bogotá. Le habló de Trem Bélico, un museo de armas brasileño montado en una casa de 1640, según el guía la construcción más vieja de Brasil. Del Pantheon dos Andradas, donde descansa José Bonifacio, conocido como el "Patriarca de la Independencia". Del imponente Museo del Café, que cuenta la historia de la producción del "grano de oro" en Brasil, que entre octubre de 2010 y junio de 2011 vendió fuera de su país 26.368.037 de sacos de 60 kilos, el máximo exportador del planeta por delante de Vietnam. Del casco histórico, descripto, según el escucha, como una mezcla de San Telmo por la historia, de La Boca por lo colorido y del Once por los comercios.
El, un cuasi neófito en viajes y virgen de conocimientos de Brasil, cuando pudo meter su bocado le habló de sus sensaciones de la gente. Que el fútbol se siente en cada esquina. Que Neymar todavía está a años luz de Messi aunque tiene una obsesión similar por el dinero y hace publicidades de inmobiliarias y hasta de calzoncillos, como Leo hace de zapatos y hasta de yogur. Que el pequeño pero coqueto estadio de Vila Belmiro eriza la piel cuando los 15.000 brasileños gritan “Saaaaantooooos”, así, con las vocales bien estiradas.
También le habló de las mujeres. Que percibió que, a diferencia de su país, no usan aritos más que en las orejas ("allá se ponen en toda la cara por la moda wachiturra", le contó y, por vergüenza, prefirió cambiar de tema cuando ella le preguntó que son los Wachiturros). Que en otra diferencia con las "chicas" de Buenos Aires, las mujeres en Santos no tienen problemas en mostrar sus panzas o sus celulitis. Que si el pantalón aprieta y salta el rollo, que salte. Que si la remera es corta y se ven los kilos de más, que se vean. Que si la actitud manda, que mande. Esa es la fórmula de la felicidad brasileña. "O mais grande del mundo", dicen ellos.
"Ultimo aviso del vuelo 2245 de Aerolíneas Argentinas rumbo al Aeroparque Jorge Newbery, de Buenos Aires". "¡Ese es el mío! Me colgué hablando con vos", exclamó. Le dio un tierno beso en la mejilla. Se miraron y hubo más: siguió otro apasionado en la boca. "Sandra Aristizabal, ¿no? Te busco en el face o te escribo por hotmail", le dijo mientras corría para no perder el vuelo.
No llegó a darle tiempo para que ella le aclare que, al revés de cómo sucede con este típico apellido colombiano, el suyo es primero con z y después con s. Ninguna red social lo ayudó a encontrarla. Fueron dos semanas de, todas las noches, probar y probar. Hasta que el tiempo, ese curador de heridas, cicatrizó. Se acordó de Sabina ("no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió") y dejó en manos del destino, de los monos y de Santos un nuevo encuentro.
Igualmente, aunque fuera perdiendo pelo y ganado canas, aunque su soledad se cambie por la familia tipo que construyó con el amor de su vida, una bonita rubiecita de Barracas que lo acompaña en cada paso, todos los primeros de septiembre de su vida, en el zoológico de Buenos Aires, el ritual se repetirá: levantará la copa frente a la jaula de los monos y brindará "por la belleza". Nunca se enteró que en Bogotá se levantará una copa al cielo: "Por los monos. Y por las miradas".

sábado, 19 de mayo de 2012

HdP 7: Pan y circo

"Estuviste fantástica. Tengo mucho espectáculo visto en mi vida. Vos brillás. Tomá, esta es mi tarjeta. Escribime. Tenés futuro".
Roberto Moyano, manager artístico, www.rmproducciones, el teléfono y el mail. Eso decía en la tarjeta más lujosa que había visto en su vida. “Uh, debe ser importante”, fue lo que llegó a pensar en ese puñadito de segundos hasta que de atrás, con un grito, la levantaron por el aire y sus piecitos no tocaron más el piso. "Preciosa, ¡que bien! ¡El trapecio, la soga, todo! ¡Sos una genia, mi amor!". Continuó un beso de varios segundos y le dio abrazo más grande de todos los abrazos.
Media hora después pudo relajarse. Ya habían pasado todas las felicitaciones familiares y todas las de sus amigos. Hasta algún que otro desconocido, le levantó el pulgar tras la función. "Me cambió y vamos", le dijo a su prometido, que como ostentosa respuesta le mostró la tarjeta de reservación del lujoso restaurant donde la lleva para celebrar noches especiales (allí, por ejemplo, a la luz de las velas de una noche primaveral, él le ofreció casamiento. Un minuto tardó en llegar el sí. "Te quedaste muda. Seguro es la emoción", le dijo esa vez... "Sí, ehhh.. Sí, sí claro”, fue la respuesta).
Nunca llegó a ver la tarjeta. Sus ojos estaban lejos, haciendo una recorrida por todo el lugar. No vio a nadie: ya estaba vacío. Insistió con otra mirada: nada. No hay peor vacío que el que no se quiere ver. Por eso, probó una tercera. Allá, al fondo, vio una silueta que la saludaba. "¡Sí, vino!", pensó mientras el corazón galopaba como en momentos especiales, solo cuando hay cosas que motiven ese galope único y emocionante. Pero no: era el cuidador de Circo Beat, que sacudía la mano en ese inequívoco gesto que pide celeridad.
El pequeño camarín lucía algo oscuro. Por eso lo revisó de punta a punta cinco veces. Por las dudas. Las flores y los bombones de su prometido yacían en el suelo. No había nada. Había muchas cosas, pero no lo que esperaba. Era la peor nada, la que no da lo que se espera.
Una lágrima le recorrió la mejilla mientras se cambiaba y se ponía el vestido escotado que tanto le gustaba a él. Se pintó los labios, se peinó, los anillos, las pulseras y salió. "Uy, las flores". Volvió a entrar para levantar las rosas, pero olvidó los bombones. "Mi vida, que linda vestido escotado. ¿Especial para mí?". "Sí, ehhh. Sí, sí, claro".
La luna estaba más llena que nunca, tanto que no hacía faltan los faroles de la noche para iluminar la escena. "Mi amor, ¿no me escuchaste? Llevás varios segundo ahí parada. El auto está para allá". Quieta en la puerta, no se atrevía a poner un pie en la vereda. Miraba para todos lados. Una y otra vez. Y otra. Buscaba y buscaba. Miró la luna llena y lo de siempre: la maldijo. Subió al Mercedes negro de vidrios polarizados y, melancólica, hurgaba por cada rincón de la calle mientras todo quedaba atrás. Todo.
"Mirá, pedí que preparen el pan que tanto te gusta. Para una perfecta artista de circo, el pan perfecto". La respuesta fue una sonrisa tibia y un beso casi frío. Una hora y dos champagnes después, ya en el momento del regreso, tuvo que responder la pregunta que no quería escuchar: "Mi amor, fue una noche fantástica. Tu primera actuación en público, ovacionada... ¡Te aplaudieron de pie! Pero no sé, te noto algo triste. ¿Estás bien?". "Sí, ehhh. Sí, sí claro". "¿Segura? Algo raro te pasa, te conozco...". Usó un viejo truco femenino: un beso de esos rabiosos, de lengua intrépida, de labios mordidos. Un beso como el mejor bálsamo. "Mmmm, que rico. Te como toda, ¡preciosura!".
En el viaje de vuelta se quedó dormida. Será por eso que, somnolienta, al entrar al departamento, no vio el sobre tirado en el palier que decía: para la chica del quinto b. "Uy, mirá, una nota para vos. Seguro es de una vecina que te felicita. A ver...". El texto era corto, escrito en computadora: "Los sueños son el alimento del alma. Sabía que ibas a llegar. Mandale un beso grande a tu porvenir". No necesitaba más nada. De nada. "¡Que linda nota! Lástima la vecina no firmó. ¡Qué boluda! Ey, no llores, tonta. Bueno, sí, fue un día de muchas emociones. Vamos arriba y te hago unos mimos muy lindos, ¿querés?". Diez segundos después, cuando pudo recuperar el habla, contestó: "Sí, ehhh... Sí, sí, claro".

sábado, 12 de mayo de 2012

HdP 6: Las llaves del reino

-Acevedo y Vera, por favor...
Desde el Obelisco, tomando Córdoba derecho, el taxi tardaría unos 10 minutos. Casi era medianoche, había pocos autos en este jueves de invierno, comienzo de fin de semana largo. Sí, a lo sumo, 15...
-Siempre acá el tránsito se frena. Nunca entendí el motivo: si Córdoba se abre en dos, y nace Angel Gallardo, los autos tienen más espacio para circular. Entonces, ¿por qué se frenan?
-Mirá, mi experiencia me dice que debe ser porque los que vamos a tomar Córdoba venimos por la izquierda y nos acordamos tarde de pasar para el otro lado. Y los de Angel Gallardo, lo mismo.
-Una vez puede ser, ¿pero siempre les pasa?
-Y no sé, pero debe ser esa la razón. No encuentro otra. Bueno, ahora lo pasamos y vamos más rápido, tranquilo, ya vas a llegar. ¿Día duro?
-Tiempos duros. ¡Mujeres!
-Uh, el gran misterio del universo.
-¡Exacto! Junto con la encrucijada de Córdoba y Angel Gallardo, es el gran dilema de la vida: el cerebro femenino.
-Bueno, con el primero te ayudo, con el segundo no.
-Ya lo decidí: en mi próxima vida seré gay. En esta no me sale, pero en la que viene no quiere soportar más mujeres. Ningún hombre por más afeminado que sea puede actuar como una mina. ¡Ninguno!
-Son así: hermosas, pero muy difíciles.
-Sí... Y te dejan la cabeza así, como un torbellino.
-Llegamos campeón. 38 pesos.
-40, quedate con el vuelto.
-Gracias, campeón. Descansá, que pareces filtrado. Mañana empieza otro día. Y pasado otro, y después otro. Nunca falla.
-Eso haré.
La puerta del departamento golpea con fuerza al cerrarse. "¿Cuándo van a poner algo para que no pase esto?", pensó. De lejos ve como alguien sube al ascensor. "¡Arriba!". Cinco dedos pintados de rojo furioso hacen la señal de la espera. El ascensor se queda ahí, inmóvil, con la puerta abierta, obediente, esperando la señal para comenzar su trabajo. Un autómata más como tantos en esta vida.
-Arriba, por favor. Ah, hola, ¿cómo estás? Vamos al sexto los dos, así que toco el seis, je.
-...
-Hace frío, ¿no?
-Sí, bastante.
-Se vino el invierno... Bueno, llegamos. Que duermas bien. Abrigate, je.
-Gracias.
Pensó: "No sé si esta mina es misteriosa, histérica, tímida, loca o qué tiene en la cabeza. Pero es hermosa. Mujer, listo. Cinco letras”. Mientras su llave lograba conquistar la puerta de su reino, la vecina rasqueteaba sin éxito hasta el final de su cartera.
-¿Todo bien?
-No, creo que perdí mis llaves.
-Uy, ¿y ahora?
-Voy a llamar a mi prima que vive a 15 cuadras a ver si me las trae. Me mando mensaje que estaba despierta y quería venir, pero yo necesitaba estar sola.
-¿Hombres?
-Y sí, somos difíciles...
-¿Difíciles? ¡Son imposibles!
-Bueno, mientras llega tu prima, si querés te invito a pasar a mi reino para que no tomés frío.
-¿No te jode?
-No, para nada.
-Bueno, gracias.
-¿Querés un poco de vino? ¿Tengo uno especial?
-Nada más que una copita, porque más me marea.
Puso Norah Jones, y abrió ese cosecha 55 que guardaba para una ocasión especial.

sábado, 5 de mayo de 2012

Hdp 5: El club de las yeguas

-"Vos tomaste mucho, ¿no flaquito?".
Era una noche con olor a sexo en el bar de los jueves de trampa. De fondo, Amy Winehouse destilaba penas y desamores por su garganta inmortal. Bajito, como para no entorpecer los levantes de rutina. Por todos lados revoloteaban los fantasmas de hormonas de otras noches. Saltando y saltando, danzando en el aire, jugueteando y, cuanto menos, terminando con lenguas entrelazadas y cruces de mails y pins. Siempre fue, es y será así. Cuanto más, el sexo rápido, furioso y sin futuro a mediano plazo era la siguiente estación. Después, el tren partirá.
Sobre la mesa yacía una botella de cerveza a un vaso de morir. Su currículum indica, el del flaquito, indicaba: honesto, trabajador, amiguero, y borracho a partir de dos litros de rubia. Justo ella, morocha de curvas grandes y rectitudes pequeñas, reina de la primavera 2009 y miss deslealtad en 2010-2011 y candidataza en 2012, le insinuaba su estado de embriaguez.
-¿A vos te parece que estoy borracho? Tal vez sí, tal vez no. Tal vez los que siempre te dicen que sí sean sobrios. Tal vez haya que estar borracho para decirte que no...
-No, pará, flaquito. A mí nadie me dice que no. Ni sobrios ni borrachos.
-¡Felicitaciones!
-¿Me estás cargando?
-Para nada. En el reparto de la vida no me dieron ironía. Uy, sonó a versito. -Te cuento, flaquito. Yo soy la presidente de lo que con mis amigas llamamos el club de las yeguas. Nos aprovechamos de nuestra belleza. Hacemos lo que queremos, cómo queremos y cuándo queremos. Somos tres, bah, ahora cuatro. ¿Ves aquella rubia? Pelo largo hasta la cintura y largas piernas. Irresistible. Está hablando con esos dos musculosos. Es probable que termine con los dos: le gustan los tríos y sentir que los vence a ambos. El poder. Porque es así, los vence a ambos por puesta de espaldas tras varias horas de combate. Ahora mirá para allá. ¿Ves esa de pelo corto muy muy muy tetona? Un ángel delicado que sueña con poetas de contenedor, pero que mientras tanto sucumbe ante los encantos de hombres maduros con billeteras abultadas, autos importados y que encantan serpientes femeninas con generosos regalos para demostrar su poder, ¿viste? Ahora incorporamos a esa gordita. Insistió e insistió para ser socia del club. La pusimos a prueba y después de dos meses de recorrer decenas de bares y boliches nos demostró que es digna de su carnet. El don de la simpatía la hace vencedora cada madrugada. ¿Sabes por qué? Como muchos se sienten intimidados por nosotras, van a lo seguro y ahí la gordita es campeona de campeonas. Poderosa ante los que piensan que ganan después de la derrota, pero no, vuelven y vuelven a perder. ¿Entendiste?
-Sí, pero no hablaste de vos.
-Me dejé para el final, flaquito. Apenas pongo un pie en lugares como estos, siento que me desnudan unos cientos de pares de ojos. Me recorren desde la cima de mi pelo azabachado hasta la punta del dedo gordo que ansían chupar como siervos a mis pies, como esclavos felices de su eclavitud. Me penetran con sus pupilas por cada agujero de mi cuerpo. Me prometen lo imprometible desde el latido galopante de sus corazones excitados y temerosos a la vez.
-Que interesante, pero...
-No, no hablés, flaquito. Yo te explico. Las mujeres no necesitamos demasiado para el revolcón de ocasión. Tenemos el poder. Porque de eso hablamos, de revolcones que tienen el tiempo contado. Una miradita, una cerradita de ojos, y una bandada de buitres de rapiña revolotearán por nuestros cielos. Y yo soy, sabelo, la encantadora de buitres. Ahora, flaquito, ¿me explicás por qué mierda no me llevaste a coger esa noche de lluvia, hace dos semanas, después de hacerme todo el verso barato de Freud, Stamateas, Jagger y Piazzola?
-Tenía partido de fútbol al otro día. Soy rápido. Por eso me dicen el pájaro. Qué curioso, ahora que lo pienso, los pájaros vuelan más bajo que los buitres.
-Vos estás borracho, ¡boludo!
-No, me falta una cerveza todavía. Perdoná, te dejo. Mañana tengo partido con los chicos de la oficina. Solteros contra casados. El que pierde paga el asado y se hace acreedor a las cargadas anuales. No puedo perder.
Le dio un beso sutil en la comisura de los labios y salió a conquistar las calles en su regreso. Afuera, había empezado a garuar.