sábado, 26 de mayo de 2012

HdP 8: Para vestir Santos

"¡El mono! ¡Un mono! ¡Ahí, mirá!".
Ella subía en el teleférico del Morro Do Itararé, de Santos. El bajaba. Sus miradas, intensas y deseosas, se cruzaron un par de segundos que parecieron eternos. Como único testigo quedó ese mono, colgado de una rama, imperturbable, con la Avenida Ayrton Senna a sólo 100 metros y el mar a 200. Difícil imaginar otro lugar del mundo donde se produzca esta combinación: la playa, ancha y larga, como típica postal brasileña rodeada de morros, separada de la calle por un jardín ("o mais grande do mundo", según todos los santistas), bordeada por la avenida que no deja de fluir autos y autos. Cruzando, los edificios altos, que marcan el crecimiento de la ciudad, todos con vista al manso Atlántico que allí lamen la playa como caricias. Y enseguida, el morro. Fabulosa combinación de mar, arena, cemento y vegetación. Mucho de todo en un pequeño pedacito del planeta.
Dejaron de verse y miraron para adelante. Cada uno siguió uno con su paseo, con su geografía. Para arriba y para abajo. Fueron solo cinco metros, hasta que de nuevo, coreográficamente, se dieron vuelta para que las miradas se conecten una vez más. Aunque sea por última vez. Valía le pena.
"Imposible", pensó él sobre cualquier plan novelesco de esperarla en tierra firme: el tiempo no daba margen para llegar al aeropuerto de Garulhos, de Sao Paulo, la ciudad más poblada de Sudamérica con 11.244 369 de personas en la urbe según el último censo y casi 20 millones en sus alrededores. Es, también, conocida como la urbe donde el tráfico se devora cualquier urgencia y hay un motivo: "Se entregan 800 por día", asegura el conserje del hotel en un español entendible.
"Salí temprano", fue el consejo de todos. Profecía cumplida: el avión de regreso a Buenos Aires tardaría 20 minutos menos que las 3 horas para recorrer los 83 kilómetros entre la capital del corazón paulista y el tercer puerto del mundo, tal como es Santos, aunque el taxista de regreso al hotel se niegue a aceptar la realidad que Shangai, en 2004, superó a Rotterdam en la cima y colocó a Santos en el tercer escalón del podio. "Formigas", dice el remisero señalando los coches que salen de todos las autopistas que son la escenografía natural de San Pablo. Un laberinto de rodovias (una de ellas, de las más importantes, llamada Ayrton Senna) indescifrable para el extranjero.
"Que linda era esa morocha del teleférico. La cara más angelical que vi en mi vida". La cabeza lo guiaba una y otra vez hacia ese rostro, por la intensidad del mismo y, también, como buen bálsamo para curar heridas futboleras por la derrota del club de sus amores en la excursión brasileña. "Las mujeres pueden ser todo: remedio, bálsamo y enfermedad", le decía siempre su amigo Cacho, simpatizante de la contra pero al que se le perdonaba ese error imperdonable solo por ser el mejor filósofo de la vida que conoció.
"Bueno, no la veré más, fue una aparición mágica. Pero cada primero de septiembre como hoy levantará la copa al cielo para brindar, en su honor, por la belleza femenina", se prometió. El destino, mago eterno, una oportuna neblina y la demora del vuelo a Buenos Aires los juntó en la misma sala de embarque de Garulhos. El, con la mirada casi perdida dominado por el sueño de una noche sin dormir y con algunas lágrimas derramadas por sus colores, reconoció la voz de inmediato: "¡Ey, mono!". Levantó los ojos y vio los suyos, todavía más cautivantes de lo que estaban que algunas horas atrás.
Lo que siguió fue una sucesión de palabras a dos voces sin un segundo de pausa en algo más de dos horas. Una hermana casada con un brasileño la llevó de visita hacia la bellísima Santos por tercera vez. Ya conocía la ciudad tanto como para llamarla su segunda casa, detrás de su amadísima Bogotá. Le habló de Trem Bélico, un museo de armas brasileño montado en una casa de 1640, según el guía la construcción más vieja de Brasil. Del Pantheon dos Andradas, donde descansa José Bonifacio, conocido como el "Patriarca de la Independencia". Del imponente Museo del Café, que cuenta la historia de la producción del "grano de oro" en Brasil, que entre octubre de 2010 y junio de 2011 vendió fuera de su país 26.368.037 de sacos de 60 kilos, el máximo exportador del planeta por delante de Vietnam. Del casco histórico, descripto, según el escucha, como una mezcla de San Telmo por la historia, de La Boca por lo colorido y del Once por los comercios.
El, un cuasi neófito en viajes y virgen de conocimientos de Brasil, cuando pudo meter su bocado le habló de sus sensaciones de la gente. Que el fútbol se siente en cada esquina. Que Neymar todavía está a años luz de Messi aunque tiene una obsesión similar por el dinero y hace publicidades de inmobiliarias y hasta de calzoncillos, como Leo hace de zapatos y hasta de yogur. Que el pequeño pero coqueto estadio de Vila Belmiro eriza la piel cuando los 15.000 brasileños gritan “Saaaaantooooos”, así, con las vocales bien estiradas.
También le habló de las mujeres. Que percibió que, a diferencia de su país, no usan aritos más que en las orejas ("allá se ponen en toda la cara por la moda wachiturra", le contó y, por vergüenza, prefirió cambiar de tema cuando ella le preguntó que son los Wachiturros). Que en otra diferencia con las "chicas" de Buenos Aires, las mujeres en Santos no tienen problemas en mostrar sus panzas o sus celulitis. Que si el pantalón aprieta y salta el rollo, que salte. Que si la remera es corta y se ven los kilos de más, que se vean. Que si la actitud manda, que mande. Esa es la fórmula de la felicidad brasileña. "O mais grande del mundo", dicen ellos.
"Ultimo aviso del vuelo 2245 de Aerolíneas Argentinas rumbo al Aeroparque Jorge Newbery, de Buenos Aires". "¡Ese es el mío! Me colgué hablando con vos", exclamó. Le dio un tierno beso en la mejilla. Se miraron y hubo más: siguió otro apasionado en la boca. "Sandra Aristizabal, ¿no? Te busco en el face o te escribo por hotmail", le dijo mientras corría para no perder el vuelo.
No llegó a darle tiempo para que ella le aclare que, al revés de cómo sucede con este típico apellido colombiano, el suyo es primero con z y después con s. Ninguna red social lo ayudó a encontrarla. Fueron dos semanas de, todas las noches, probar y probar. Hasta que el tiempo, ese curador de heridas, cicatrizó. Se acordó de Sabina ("no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió") y dejó en manos del destino, de los monos y de Santos un nuevo encuentro.
Igualmente, aunque fuera perdiendo pelo y ganado canas, aunque su soledad se cambie por la familia tipo que construyó con el amor de su vida, una bonita rubiecita de Barracas que lo acompaña en cada paso, todos los primeros de septiembre de su vida, en el zoológico de Buenos Aires, el ritual se repetirá: levantará la copa frente a la jaula de los monos y brindará "por la belleza". Nunca se enteró que en Bogotá se levantará una copa al cielo: "Por los monos. Y por las miradas".

2 comentarios:

  1. Brindis!!! Siempre hay brindis aunque sea sólo para el corazón!!!!

    Me encantó la historia... Un placer!

    Saludos desde mis olas...

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  2. Muy buena la historia!!
    Como dicen aca arriba, siempre hay brindis, mientras nos alegre el corazon ;)

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