domingo, 30 de agosto de 2009

Bobby

Allá lejos en el tiempo, cuando el periodismo era un juego y no un futuro, cuando las letras en el teclado relucían y no aparecían gastaditas como hoy, cuando la vida era otra vida, ahí, enfrente, en ese café de San Telmo estuvo sentado Bobby Flores. Era toda una aventura eso del grabador, del cassette, de las preguntas, de las respuestas. Era todo una aventura eso de aprender a escuchar, de interpretar, de reportear.
Eso. Será eso. Aprender a escuchar. Y retener palabras, momentos, historias, anécdotas. "En el peor momento de mi vida, le conté todo a un borracho de Plaza Congreso. El tipo me miró y me dijo: 'Cambiá'. Nada más que eso. Y yo cambié". Flores para la esencia de las cosas.
La palabra justa. El momento justo. El desconocido ideal. A veces el mejor gesto, la palabra deseada, el empujón esperado, nacen de quien menos se lo espere... Ese borracho. U otro. O algún alma que pasa por nuestras vidas un puñado de minutos y deja su huella por siempre. Inolvidables.

jueves, 27 de agosto de 2009

RG 6: Dulcinea en el bar del infierno

Dulcinea temblaba. Bah, no se llamaba Dulcinea, pero le decían así. Bah, tampoco le gustaba que le digan así, pero ya estaba acostumbrada. Pero eso sí: Dulcinea temblaba. Mucho. Demasiado.
Parada en la puerta del bar del infierno, su cuerpo tiritaba. No había viento y el sol brillaba. Pero ella tiritaba como un pichón sin nido. No era frío. Era miedo. No, tampoco era miedo. Era pánico.
"¿Entramos, bonita?". Apenas escuchó la voz. Apenas. La puerta vaivén seguía cerrada. Por su cabeza desfilaban varias puertas más. Unas metálics. Otras de madera. Grandes, chicas, medianas. Algunas rechinaban, otras brillaban relucientes.
Pero las puertas no son distintas por sus formas. Son distintas por lo que esconden. Nada más mentiroso en el mundo que una hermosa puerta que promete la entrada al paraíso y dentro esconde el pantano más horrendo. Malditas puertas que invitan a cielos celestes y noches estrelladas, y que en su interior sólo tienen nubes, nubes y más nubes. Y tormentas. Temerosas tormentas.
Dulcinea sabía de puertas. Mucho. Demasiado. Sabía de puertas mentirosas, de puertas con promesas de Quijotes que finalmente escondían peligrosas aspas de molino. Abrió, abrió y abrió. Y después desesperada tuvo que buscar los cartelitos verdes de las salidas de emergencia. Tantas puertas hipócritas la habían hecho experta en fobias. Un curso acelerado que nunca quiso realizar. Pero la vida, insobornablemente terca, da clase de lo que quiere sin pedir permiso. Y maneja a sus alumnos como marionetas a merced de los hilos de su antojo. Enseña lo que nadie quiere aprender. Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida...
Por eso, paradita en la puerta del bar del infierno, Dulcinea temblaba sin parar. Eso sí: no loraba. Le habían enseñado un truco para que las lágrimas no se escapen. Y lo sabía de memoria. Además, tarareaba una canción que la sentía como propia: "Si me cansé de llorar, fue porque en las lágrimas no encontré salida".
"¿Entramos, bonita?". Le tomaron la mano y le abrieron la puerta. Cerró los ojos y juntó coraje. Caminó dos metros y se dejó llevar. Se animó a mirar. De a poco. Muy lentamente. El infierno tenía luz. Linda luz. Y flores. Y paredes coloridas. Y música. Y una voz que le decía:
-¿Qué querés tomar?
-No sé, lo que vos pidas va a estar bien...

miércoles, 26 de agosto de 2009

Palabra

-¿Qué sentís?, preguntó el médico de guardia.
-Mareo. Mucho mareo.
Por dentro, órganos, músculos y demases iban y venían de un lado a otro, de manera frenéticamente desesperada. "¿Quién tiró la bomba de gas lacrimógeno? ¡Es una locura!".
En medio del caos infernal, el malvado páncreas dejó su escondite, tomó del brazo a su Bonnie, la mujer con quiere compartir sus maldades, y le dijo:
-"¿Te gustó lo que hice?".
-"¿Fuiste vos? ¡Sos un demente!
-Te quería sorprender. Pensé que así te iba a sorprender.
-No tenés la menor idea de cómo se sorprende a alguien del otro sexo. Lo que hiciste fue una paparruchada. Como todas tus maldades, tus locuras, y tus críticas a los garabatos de los viernes. Así no se hacen las cosas. Así no se vive.
Hacía rato que páncreas no la escuchaba más. Desde el momento exacto que dijo la palabra clave. La palabra que lo enamoró todavía un poquito más. La palabra que hizo que sienta que eran el uno para el otro: paparruchada.

lunes, 24 de agosto de 2009

Manianadesol

"Es una cuestión de educación", dijo alguien por ahí. "Los que comentan en los blogs esperan que les respondan", comentó un alguien distitno. "Así funcionan estas cosas", exigió un tercer alguien.
Este espacio nació para volcar algunas anécdotas y pensamientos. Mutó paulatinamente, y ahora tiene algunos relatos de viaje, un páncreas tiernamente malvado y unos cuentos que son más garabatos que relatos. Manianadesol es un lugar íntimo: no es la persona, es sólo una parte de la persona.
Otros espacios, muy validos por cierto, nacieron con otro objetivo. Son, palabras más, palabras menos, reallity shows de sus vidas. Tecuentotodoloquehago.blogspot.com o mividasegundoasegundo.blogspot.com. Son lugares públicos. Y son las personas en carne y hueso hechas letras.
Aquí el gran dilema gran: ¿cuál es el compromiso que se tiene con quien le hace un comentario? ¿Es antipático no emitir opinión? ¿El que comenta espera que se le diga: "Gracias, yo también te quiero"?.
La vida plantea otra de sus dudas: ser o parecer. Será así. O parecerá así...

jueves, 20 de agosto de 2009

RG 5: La morochita evangelista

Por tercera vez en cinco minutos, el Flaco quedó cara a cara con el arquero. "¡Concha de Dios!", gritó enfurecido: de nuevo Juan le había sacado el gol en el picadito de los sábados. "Che, Flaco. Dios no tiene la culpa de que seas un burro. Y, además, es varoncito". "Andá a cagar. Vos y tu Dios invisible", contestó mascullando una bronca que le duraría una ducha y varias cuadras de caminata, hasta toparse con el repiqueteo de unas monedas que hacían ruido en un tachito. "Una limosna para este cieguito, por favor".
El Flaco pasó de largo, lo miró de reojo y tropezó con alguien. "Perdón", dijo instintivamente, sin percatarse con quien había chocado. "No es nada", le contestó la morochita con cara de angel, que le dio un beso al ciego, una moneda e inmediatamente ingresó en el templo evangelista. Impulsivo, el Flaco cruzó esa puerta y se encontró con una escenografía de esas que aborrecía. Allá, adelante, un pastor arengaba a su fiel rebaño que levantaba las manos y oraba en un estado de semitrance. "Tú, hermano, que recién has entrado en la Casa del Señor, bienvenido seas". El Flaco tardó en reaccionar. Miró una y otra vez, y se dio cuenta de que sí, que efectivamente le hablaba a él. "No, pará loco. Yo entré porque... No, dejá. Esto no es para mí". Con una gotita de agua de la ducha qur todavía le caía por su largo pelo, buscó rápidamente la calle.
-Pibe, así no.
-¿Así no qué?
-Así nunca te vas a ganar esa minita tan linda. Fue cupido, algún angel, o algún Dios que hizo que se choquen. Y yo le vi la carita a la morochita. Le gustaste.
-Pará, pará: ¿Vos no sos ciego? ¡Vos sos un estafador de mier...!
-Menos averigua Dios y perdona, pichón. Guarda mi secreto y yo te doy un consejo. ¿Trato hecho?
Dudó. Demasiado. Repasó su vida de los últimos tiempos. Pesó en la balanza lo bueno y lo malo. Vio que el platillo titilaba en el rojo del desamparo, recordó su promesa de cambios, contuvo la trompada al ciego fraudulento y respondió:
-Tenés mi palabra.
-Buena elección, pichón. Volvé la semana que viene, a la misma hora. Dejá que el Pastor te haga alguna pregunta. Tragá saliva y seguile la corriente. Y esa misma noche vas a terminar en el café de la esquina con la morochita.
-¿Quién sos, Mandrake?
-Suerte, pichón...
Siete días después, el Flaco tuvo otro mano a mano con Juancito: pelota abajó junto a un palo. Inatajable. Festejó mirando el cielo con los dedos índices apuntando al cielo razzo de la canchita del barrio. "Já, ¿sos Jesús, ahora?". "No, Juancito, estoy practicando".

Era otra gota, muy parecida a la anterior, la que esta vez le caía por el pelo. Preparó una moneda, pero el ciego no estaba. Espero en la puerta y tampoco veía entrar a la morochita evangelista. "Cara paso; ceca me voy a la mierda". Escudo nacional. Adentro lo de siempre. El Pastor y su rebaño. Y ese ángel convertido en oveja.
El café estuvo delicioso. El primer beso, nacido al mes siguiente, también. Tuvieron un sexo de mitad de tabla que tardó en llegar, pero se convirtió en campeón del mundo cuando ella, dos orgasmos después, le dijo: "Te amo más que antes". El Flaco tomó su balanza y el platillo de las alegrías pesaba más que cualquier debate sobre teología.
Era inútil: ya lo había intentado y cuando, su ángel lloró, entendió que ciertas creencias pueden descansar en paz a un costadito del alma. Esa lágrima en la mejilla le dolió mucho. Demasiado. Entonces, enterró por un rato a Carl Sagan, Darwin, los monos y el ateismo universal.
El Pastor fue el padrino de bodas. El ciego les regaló un hermoso cuadro ("lo elegí yo, pichón. ¿Te gustan los colores?", le susurró al oído al Flaco). María, la mayor, será como la madre: una buena maestra y un hermoso ángel. José, el menor, jugará con sus amigos el picado de los jueves por la noche. Y definirá abajo, junto a un palo. Inatajable.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Clyde

Sentado en el rincón más oscuro del bar de las entrañas, el malvado páncreas balbucea palabras tiradas al viento. "Vení vos, trasplantable", le espeta con voz altanera al riñón.
-Qué querés...

-Tenemos que hablar. Tengo algo que decirte.
-¿A mí? ¿Por qué a mí?
-No tengo amigos y vos sos mi menor enemigo. No te quiero, pero no te odio. Dejemos de lado esas paparruchadas de amistad. Seré directo: me gusta una.
-¿Qué? ¿Queeeeeeeeee? ¿Vos? ¿Enamorado?
-No, trasplan... ¿Sos sordo o pelotudo? Dije me gusta una... ¿Quién sabe qué es el amor? Para vos es una cosa, para el paparrucho del corazón es otra, para mí es otra. ¿Vos me podés enseñar de amor? ¿Quién puede? ¡Dejate de joder!
-A ver, ¿sentís mariposas en la panza?
-¡Ja! No, olvidate, no como bichos voladores.
-¿No podés sacartela de la cabeza?
-No es un sombrero.
-Pará, mejor explicame vos que sentís.
-Sueño con que podamos hacer maldades juntos. Yo sería Clyde Champion Barrow, ella sería mi Bonnie Elizabeth Parker.
-Que particular mirada del amor... Pero algo no entiendo, ¿qué querés de mí?
-Mañana es viernes, día de esa paparruchada de los relatos garabatos. Vos tenés contactos con el de arriba. Decile que... A ver... No, dejá, no le digas nada. No vale la pena. Es una causa perdida.

domingo, 16 de agosto de 2009

Cinturones

Para muchos hombres, el cinturón es una pieza imprescindible en la vestimenta. No por moda, sino por necesidad. Y ellos no pueden pasar un puñado de horas sin su sujetador de pantalones, aunque en ese tiempo solo deban estar sentados en una silla. Peor todavía si se trata de vivir un recital de rock con los pantalones deslizándose por debajo de la cintura.
"Mujeres por acá, varones por allá", dividió durante el cacheo uno de los 220 policías destinados anteayer, por parte del municipio local, a la seguridad del recital de Callejeros, en Olavarría. "Sacate el cinturón y tiralo en ese contenedor". Adentro ya nadaban centeneras de cintos con destino incierto. Tal vez la basura, tal vez una posterior reventa. Lo mismo que las hebillas de las chicas, cuyos pelos volaron por los fríos aires olavarrienses. Como si la seguridad de un recital dependiese de detalles menores como esos. Así funcionan las cosas en este país: el sol se tapa detrás de un cinturón y mientras, a 30 kilómetros de la ciudad anfitriona, personal de infantería controla un peaje ante la posibilidad que "los inadaptados" del rock provoquen desmanes que nunca llegan. Mientras, los delitos viven a diario ante sus ojos.
Desde aquel 29 de diciembre de 2004, la víspera de la mayor tragedia de la historia argentina, hasta el sábado que pasó, este cuerpo no había vuelto a encontrarse con el grupo Callejeros. No era un recital más: el veredicto por el juicio de Cromañón está ahí, a la vuelta de la esquina. Resultaba, para las casi 15.000 personas asistentes, un cocktail de emociones mezcladas entre alegría y dolor.
Entre aquella vez y esta han cambiado muchas cosas. Se percibe un mayor promedio de edad entre la gente. Se han pasado adolescencias, se han perdido cinturones, se han licuado alegrías, se han desbarrancado amores. Musicalmente, a quien le gusta Callejeros, encontrará lo de siempre: una banda que se las ingenia musicalmente pero que su fuerte son, sin dudas, las letras de su líder, Patricio Santos Fontanet. En los sentimientos, el final del show encuentra a los integrantes del grupo de una manera distinta a cualquier otra situación similar: se abrazan más intensamente, y saludan a su gente sin las sonrisas habituales. Se huele que su procesión va por dentro.
La gente, grandes, medianos y chicos, responden con un grito: "Inocentes-Inocentes". Y agrega: "Ni las bengalas, ni el rock and roll, a esos pibes los mató la corrupción". Es obvio que hay parcialidad en ese aullido nacido en sus visceras. Tan obvio como que esas casi 15.000 almas no creen en la Justicia argentina. Como tampoco creen en esa policía que les quitó los cinturones por "razones de seguridad". Y menos en un sistema que, desde siempre, los obliga a rockear con los pantalones bajos.

jueves, 13 de agosto de 2009

RG 4: La puta del penthouse de Recoleta

Sus amigos del barrio, los de siempre, los que lo acompañan desde que pateaba pelotas en la vereda (mal, por cierto) y los que tal vez lo llorarán en la tumba, lo llaman así desde que una mina lo basureó en el boliche de moda. "Ay, sos bajito y feo. Pareces una migajita". Tuvo la mala suerte de que El Negro estaba al lado y escuchó. Todos lo supieron en segundos…
Encajaba perfecto. Pocas veces tan bien puesto un apodo. Sus escasos 160 centímetros contornean una figura desgarbada, desprolija y desprovista de todo tipo de encantos. Es bueno, casi como el pan, pero no tanto. De tan chiquito no llega a ser migaja. Y, para completar, muestra una bipolaridad llamativa entre una sobria adultez matizada con acciones infantiles. Sus amigos, los del barrio, los que nunca lo toman en serio, no entienden como tiene una colección completa de películas de Disney, Pixar y cualquier dibujito animado que salte a la pantalla grande. De Woody a Wall-e, todos.
"Negro, tengo un problema", le dijo pocos días atrás en el café de la esquina. "¿Qué te pasa, Miga?", le preguntó el Negro sin sacar la vista del Olé. "Me dejó Lorena. No sé, dijo que se fue el amor. Para mí tiene otro". Casi sin perturbarse, apenas levantando la viste de la información de Racing, le contestó: "Mejor, pelotudo. Esa mina te estaba zarpando. Pagate una puta y listo. Te recomiendo la del pent-house de Recoleta. Anotá el número".
Migajita agarró una servilleta y copió. Por inercia, no por convicción. Nunca en su vida había pagado una puta. Aunque ese no era el problema. "La extraño, Negro. Se fue hace tres semanas. Es la única mujer de mi vida. Es la mujer de mi vida… No le dije a nadie porque los muchachos me cargan siempre. Pero la extraño". Ahora sí El Negro dejó el diario deportivo a un lado. Lo miró fijo, le dio una cachetada sonora y le espetó: "Es una mina. Hay muchas. ¡Reaccioná!".
Migajita pensó que se había equivocado en contarle al Negro. Pero, ¿a quién más? La vieja está vieja. Con su hermano no se habla desde la muerte del padre. Con el psicólogo no va para adelante y sí va para atrás. Los otros muchachos, Rodri, Pilu y Juancito, se le hubieran cagado de risa en la cara. Aunque sea el Negro lo escuchó, aunque no tuvo la respuesta esperada y la cachetada dolió.
Al mes, justo al mes del portazo de Lorena, Migajita se preparó para una gran tarde de sábado. Compró un kilo de helado, mitad de sambayón y mitad de cerezas, y sacó de la videoteca tres clásicos de los clásicos: Nemo, Cars e Hijitus. Siempre le gustó Hijitus. Hasta le salía bien la voz de Larguirucho y su "blá más fuerte, que no te escucho". Cuando el pote estaba por la mitad, sonó el telefóno: "Miga, salí de ese encierro, pelotudo. Te vas a morir de tanta paja que te hacés. Mirá, llamé a la puta del Penthouse y te espera en una hora. ¡Qué amigo tenés!". Imposible explicarle al Negro que no había ganas de nada, ni siquiera de masturbarse.
La escena se repitió al mes siguiente. Esta vez, el Negro lo amenazó: "Si la dejás clavada de nuevo la mina no me atiende más. Y yo a vos te cago a piñas". Migajita agarró la última remera que compró, la de Le Era del Hielo 3, la campera, se peinó para atrás y salió rumbo a Recoleta. Décimo piso de un edificio de 10. "Pasá", le dijo. "Está bueno, eh", fue lo primero que salió de la tímida boca de Migajita elogiando el bulo. "¡Mirá que buena vista!". Jamás le hubiera dicho nada a ella, la puta, pese a que desbordaba sexualidad y belleza por cada uno de sus poros.
"Ponete cómodo, Miga", lo invitó. Trabajadora talentosa e incansable, esta vez falló. "Perdóname. Vos sos hermosa. Tenés una tetas muy lindas. Pero justo hoy, hace dos meses, se fue Lorena. Y la extraño. No sé, la extraño. Mucho. ¿Soy muy boludo, no? Mejor me voy".
Llorando despacito como para no molestar, Migajita se puso los calzoncillos, los pantalones, la remera, los mocasines lustrados, y se fue. Llegó a planta baja, le agarró frío, y se dio cuenta que se había olvidado la campera. Subió, tocó timbre, y sin levantar la vista por la vergüenza que tenía, le rogó: "Por favor, me olvidé la campera". Escuchó el ruido de sus tacos ir y volver. Agarró la campera, dio medio vuelta y sin despegar los ojos del piso, llamó al ascensor. "¿Me invitás?". "Qué?". "Sí, Miga, si me invitas al cine". "¿Qué?". "La Era del Hielo 3, no la vi. ¿Vos la viste?". "Cinco veces. Pero no entendí el final... Es un chiste". "¡Ja, ja, ja! Vení mañana a las 19 que termino de laburar y vamos".
Migajita se fue con la sonrisa más grande de su vida. Dos cuadras después, sonó su celular, con la música de Los Simpsons. "¿Cogiste, pelotudo?", le preguntó El Negro. "No. Algo mucho mejor. Pero dejá, no lo vas a entender".

Esa noche, se masturbó como nunca antes lo había hecho. Y se durmió mientras miraba Monsters Inc...

miércoles, 12 de agosto de 2009

Torno

Desde hace un mes, la lista de compras semanales en el almacén que todo lo vende, el que queda a la vuelta de la esquina, ha sufrido algún cambio. Están los pedidos de siempre:
- Una caja de curitas (este es el corazón; a veces por necesidad, otras por las dudas).
- Un ventilador que de muuuuuuuuuucho aire (estos son los pulmones, vagos ellos).
- Caja de aspirinas (esta es la cabeza: piensa siempre más y más...).
- Vendas (estos son los tobillos que piden coherencia entre la edad del documento y la cantidad de partidos de fútbol semanales).
- ***** (pene, censurado).
- 100 kilos de langostinos (la debilidad de don estómago).
- **+´+}asi**!!de!!grandes?!?!?¡¡?”¡? (otra vez censura para el pene).
- Un sobrecito de estilo (el pelo despeinado).
- Mertiolate (las todillas, en sintonía con los tobillos).
- Un torno.
Aquí una pausa. Todos los pedidos resultan medianamente frecuentes y lógicos. Menos el último. En estas semanas, el pedido se repitió. Cada vez con mayor insisencia. Hata que el último fue con tono imperativo. El pizarrón donde cada uno anota su necesidad, tenía un agregado: "¡Torno, paparrucho! ¡TORNO!".
No hizo falta decir más. El páncreas confesó. El colmillo lo denunció por intento de homicidio. Páncreas gritó: "Sos el jefe de una asociación ilícita dedicada a escribir cuentos con palabras que son unas paparruchadas. Mañana es viernes... Tené cuidado". Y se fue corriendo porque empezaba Alf, su serie favorita.

lunes, 10 de agosto de 2009

Nahuelito

Las vueltas de la vida, un capricho del destino y ese avión que tan mansamente voló, llevó a estos ojos a esa ventana por un fin de semana. Del otro lado del vidrio, el Nahuel Huapi en todo su esplendor. Y un misterio que no es tal: en sus profunidades se puede confirmar que vive Nahuelito, el famoso monstruo. Sólo que no quiere sacar su cabeza a la superficie.
"Tengo 27 años. Nací en San Pedro, vivi en Rosario. Vine acá para ser chef, me compré la camionetita y ahora soy remisero para ganarme el mango", relata el primer chofer rumbo al Cerro Bayo, la meca donde van los peregrinos que visitan Villa La Angostura. Usa una boina algo extrafalaria, y habla con una mezcla de calma y resignación. "Acá no pasa nada. Si queremos algo más de vida nos vamos a Bari", dice. Bob Marley canta en su auto...
En la base del Cerro, Malin recibe a los invitados vip con la mejor sonrisa sueca. "Vine hace varios años a vivir a Argentina. Primero Buenos Aires. Y desde febrero estoy acá. Este país invita a quedarse", cuenta en un perfecto castellano. De fondo, en los parlantes, la voz nasal de Luis Alfa, el cantante de Resistencia Suburbana, se hace dueña de lugar.
Arriba en la montaña, allá donde el blanco gobierna, el frío se siente menos. Será que a veces el clima es un estado del alma. Será que una sonrisa abriga más que el mejor pulover. Y será que 1500 metros más cerca del cielo, las sonrisas parecen estar hechas de lana...
Primero el patriarca Marley, después el reggae combativo de Resistencia, ahora, entre tanta nieve y tanto esquí, le toca a Nonpalidece y su estilo más bailable a puro caño. Quien diría: reggae en la nieve, del calor de Jamaica al frío de Villa La Angostura...
Allí, debajo del lago, Nahuelito debe tener su loft. En el parlante submarino suena Peter Tosh y un compilado con los mejores reggaes de Sumo. El abominable bicho de tres cabezas, seis piernas, cuatro páncreas y cinco penes, mira la superficie, y susurra: "De acá no me muevo". Y se prepara un buen sandwich de milanesa. Es feliz. Cada uno intenta ser feliz a su manera.

jueves, 6 de agosto de 2009

RG 3: Turra

La luna luchaba cuerpo a cuerpo contra las nubes de tormenta. El viento, enojado, golpeaba contra el muelle y sacudía las viejas maderas. Las olas del río repiqueteaban contra el paredón, y contra sus alpargatas gastadas. Arriba, un jean viejo y manchado, una remera agujereada y un pulóver deshilachado. La mirada perdida en la marea que va y viene. La búsqueda interna de la última razón para dar el gran salto hacia el final…
-Ey, ¿qué haces ahí?
-Yo, eh… ¿Y vos qué haces ahí también, parado a punto de tirarte al río?
-Yo pregunté primero.
-Me voy a matar, pelotudo, ¿qué te pensás, que estoy jugando a la escondida?
-¡Que forro que sos!
-¡Sí vos estás en la misma! ¡Forro! ¿Ahí a la vueltita juegan a la escondida? ¿Hay muchos atrás tuyo? ¿O porqué estás parado en la misma cornisa?
-Eh… No. No sé. Bueno, sí. Me quiero matar. No aguanto más…
-¿Una mujer?
-Sí, una mina… Le digo la turra.
-Jajajaja.
-¿De qué te reís, pelotudazo?
-Ja… Es que a la mía también la llamo la turra.
-¿Por qué?
-Me engaña. Hace tiempo. Lo sé…. ¿Y vos?
-Yo soy su amante. Dice que lo va a dejar, pero no lo deja.
-¡Dejala vos!
-No puedo, tiene la sonrisa más linda del mundo…
-(ring, ring…) Para, tengo un mensaje, no te escuché. ¡Mirá, es la turra! ¡Que si voy temprano le lleve helado! ¡Hija de puta! Yo por saltar y ella me pide helado!
-Igual no ibas a saltar. No tenés huevos.
-¿Qué decís, boludo?
-Das muchas vueltas. El que se quiere matar pasa el cartel de prohibido pasar, corre y se tira de cabeza... Che, ¿y vos porqué no la mandás a la concha de su hermana si te engaña?
-No puedo… No tengo esa fuerza.
-Cagón… ¡Ponele un detective, hacele juicio y listo!
-No puedo. Ella es… Me parece… Siento… Es que tiene la sonrisa más linda del mundo.
-(Cri, cri, cri, cri…) Para que ahora es mi celular… ¡Es la turra! ¡Mi turra! ¡Me pide que almorcemos sushi! Claro, como el marido trabaja todo el día y yo no…
-¿Qué haces de tu vida?
-Profesor de tenis.
-Que sorete debés ser, ja… ¿Pero no te coges otras minas?
-Sí, pero esta es… Especial.
-Uy, boludo, que ola de mierda. Me moje todos los pantalones.
-Yo me estoy cagando de frío.
-…
-…
-…
-Che, que olor… Los choris de ese carrito de ahí son buenísimos.
-Sí, hasta el chimi es especial.
-Te invito.
-Dale, subamos y salgamos.
-Uy, boludo… casi me caigo. Jajajaja… Si me caigo me mato.
-¿Y no era eso lo que ibas a hacer?
-Ja, sí… ¿Qué loco, no?
-Somos dos pelotudos… ¡Ja!
-¡Mira este pibe que va con caña de pescar a la punta del muelle a esta hora!
-¡Chau flaco! ¡Abrigate!
Ya con medio muelle recorrido en dirección a la avenida, la charla se interrumpió por un ruido de chapa rebotando contra el piso. El cartel de prohibido pasar yacía en la madera vencida. Lo último que vieron fue a un hombre de unos 30 años correr y tirarse de cabeza al río. Fueron los únicos testigos del suicidio. La luna ya estaba vencida por las nubes. Prefectura encontró el cadáver al otro día. En su billetera tenía una foto de una chica hermosa, feliz, mostrando sus blancos dientes. "La dueña de la sonrisa más linda del mundo", decía. Estaba su documento y unos 15 pesos. Un delivery de sushi y otro de helado. Y el carnet de Vélez…

miércoles, 5 de agosto de 2009

Bomba

"Hola. Hay una bomba en su cuerpo. Desalojen todo o estalla. Repito: voy a hacer estallar esa paparruchada que tienen como cuerpo".
Reunión de urgencia. Todos al salón principal. Organos, músculos, huesos, líquidos. Colmillo fue el orador: "Ya oyeron, por precaución, todos afuera". "¿Pero cómo nos vamos a ir?", inquirió el riñón. "Callate vos, ¡transplantable! No digas paparruchadas…".
La palabra mágica. La misma que se dijo en la amenaza. "Fuiste vos, páncreas", atacó colmillo, y luego ordenó: "Seguridad corporal, llévenselo". Ahí iba páncreas, arrestado, a punto de ser expulsado del cuerpo, cuando la lengua advirtió: "Ey, muchachos, miren que según lo que leí en una revista de medicina, no podemos vivir sin él. O algo así…".
Silencio en la sala. "Suéltenlo…", ordenó resignado el colmillo. "Jajajajajajaja -se jactó páncreas-. Y más vale que lo de este viernes no sea otra paparuchada. Basta de cuentos burdos. Basta o… explota la bomba. Jajajajajajaja".

lunes, 3 de agosto de 2009

Ruleta

X saltimbanquea en la vida de riesgo en riesgo, de cambio en cambio. Z le hace un culto al mundo standard, sin curvas peligrosas ni dudosos atajos.
X tiene un prontuario medianamente intenso con los juegos al azar y las apuestas. Z no tienta a la suerte: ni siquiera la tutea.
X tiene su estilo: una serie de números de los que nunca se distrae. Su lógica. Z mira la ruleta y sigue su instinto: tac, tac, tac y tac. Sin lógica. X pierde. Z gana.
"Si jugás siempre lo mismo, así nunca te divertís", filosofa Z. "¡Pero son mis números!", se defiende X. "¿Y cuál es la gracia de hacer siempre lo mismo?", interroga Z con la fuerza de un golpe al mentón.
La ruleta de la vida. No hay reglas universales. Ganar o perder. Y la pelota que gira y gira.

domingo, 2 de agosto de 2009

Canciones

Las ideas se amontonan. Hacen cola en la fila de salida. Algunas, pícaras, intentan ganar algunos lugares haciendo trampas. Sí, hay ideas tramposas. Muy.
Pero esas ideas aceleradas, ansiosas, revoltosas, impacientes, intempestuosas, valientes y cobardes, puras y oscuras, claras y confusas, todas esas ideas, quedarán guardadas por un rato. Protestan. Refunfuñan. Gruñen. Vomitan su bronca.
A esta hora, con la luna bailando su madrugada, cuando se pretendía filosofar sobre la vida, don destino cambió de rumbo. Entonces, algunas canciones que estaban por ahí perdidas reaparecieron. Y algunos sensaciones que estaban por ahí desparramadas se agolparon en la puerta de salida.
Allí, luchando, en el mismo espacio, ideas y canciones. Canciones e ideas. La música vence. Ponga play, maestro...
"A un cadete acostumbrado a las corridas...."