Le gustaba tanto pero tanto la frase que la hizo remera. Es más: la hizo
emblema de vida. Con letras blancas, tipografía times new roman, cuerpo
96, decía sobre fondo negro: La Ley Del Embudo. No quedó ahí: se hizo
una blanca con letras negras, una amarilla, una roja, una azul... Tenía
una colección por colores y formatos. Orgulloso, las paseaba por la
ciudad y, si alguien le preguntaba, desarrollaba su teoría cual filósofo
de bodegón.
En su casa tenía todo acomodado en una carpeta. Tres
separadores clasificaban el rubro: rubias, morochas y pelirrojas. En
cada uno, una nueva subdivisión: pelado, gordo, petiso, hueco,
presumido, canchero, insoportable. Había más, pero ahí encajaban la
mayoría de los hombres de la Ley. En una libreta, iba anotando durante
el día cada caso que veía por la calle. Luego, por la noche, lo
volcaba en su registro. No sumaba los de la televisión, diarios o
revistas: él tenía que ser testigo de la consumación del hecho. El
anotador tenía la cara de Borges como tapa, porque una vez se enamoró de
una frase suya: "La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni
la psicología ni la retórica". Y, por supuesto, también la hizo emblema
de vida.
"¿Y para qué te sirve todo esto?", le preguntó su amigo
Juan, cerveza y rabas de por medio. "No lo tengo claro, pero sé que
algún día me será muy útil. Un libro, un estudio sobre el pensamiento de
la mujer, contestar la pregunta del millón que se hacía Freud, o algo.
Eso, algo. Pasará algo, estoy seguro". Y hablaba y hablaba sin parar
hasta, feliz, cerrar con lo que para él implicaba el dato más asombroso
de su estudio: "Rubia tetona con pelado-petiso. Esa es la fórmula que
más se repite".
Juan se agarró la cabeza, picó la última raba, hizo
fondo blanco de cerveza y le dijo: "Estás muy loco. Pasado mañana es
viernes, te paso a buscar y vamos al barcito del centro, a ver si
pescamos algo. Coger te va a hacer bien. Ponete una remera normal, por
favor".
El jueves pasó con pena, sin gloria, y una rubia-petiso y una
morocha de ojos verdes-millonario cincuentón para agregar a la
estadística. El viernes sorprendió con una rareza: pelirroja
despampanante-flaco insípido. "Para el Guinnes", le dijo a Juancito en
el bar. "Guarda esa libreta. Acá adentro no me hagas pasar papelones.
Vamos a hablar con esas dos de ahí, que están buenas, tienen minifalda y
fuman. Si fuman, cogen seguro. A ver si ligamos algo una vez".
Que
como te llamas, que de donde sos, que qué estudiás, que qué música escuchás. Lo
de siempre, en el mismo orden para que no se altere el ecosistema
mundial. La cosa no iba mal: dos sonrisas femeninas en cinco minutos
promueve, cuanto menos, alguna esperanza. Las chicas se fueron al baño,
de a dos, como siempre. "¡Vamos bien, vamos bien!”, se entusiasmó Juan.
"Che, a mí no me gustan ni un poco. Tienen buenas piernas, pero nada
más. A mí me gusta aquella de pelo muy cortito y tetas grandes. A mí me
gustan las tetonas, ya sabés, Juan. Pero está con se patovica de cuarta.
Ves, cuando llego a casa anoto: pelo muy cortito-patovica. Esa fórmula
no la tengo".
Por causa de fuerza mayor la charla debió
interrumpirse. La fuerza mayor era la del patovica que se paró delante
de los dos y les dijo: "Che, ustedes dos, ¿qué miran tanto?". ¿Hacer
frente o huir con elegancia? Juancito, rápido, tomó la decisión: huir
con elegancia y correrse dos metros al costado. "Nada, soy promotor de una agencia de modelos y pensaba
en que tu novia podía sumarse a mi staff", inventó. "No es mi novia.
Todavía no es mi novia. Pero ya la estoy impresionando. Va a ser mi
novia. Y no, yo no acepto tu propuesta, ella hace lo que yo quiero".
Las
chicas volvieron del baño justo cuando el patovica regresaba con la de
pelo muy cortito y tetas grandes. "¿Con quién hablaban?". Juancito,
siempre rápido, contestó antes para evitar un papelón: "No, nada. Es un
conocido que nos debe algunos favores y nos vino a agradecer. Lo que
pasa es que...". "Perdonen chicas, me voy, no me siento bien". Juan casi
a los gritos, le espetó: "¿Quéééée´? ¿Cómo que te vas? Guarda esa
libreta de mierda y vení acá. Si cruzás esa puerta a mi no me ves más.
Listo, no me ves más. Nunca más. No somos más amigo. Perdonen chicas,
está loco. ¿En qué estábamos?".
Varias cervezas después, con la noche
perdedora tirando la toalla, mientras subía la escalera para ir al
baño, Juancito vio como los buitres de la mesa de al lado ya se
empezaban a chamuyar a sus ocasionales compañeras. "Ni diez segundos
esperaron los turritos. Me levanté y ya atacaron", se decía mientras
meaba y tarareaba un tango triste y melancólico. Tango al fin.
"Perdón", dice al salir del baño, tambaleantemente borracho, cuando casi
se llevó por delante a... la de pelo muy cortito y tetas grandes. "Todo
bien, te esquivé justo. Che, ¿tu amigo se fue?". Juan no entendía la
pregunta. No estaba tan pero tan borracho, lo que pasa es que la
pregunta le resultaba incomprensible. "¿Se fue tu amigo?". "Ehhh, sí,
¿por?". "Nada, me gustaba su onda. Aparte tenía una libreta en el
bolsillo con Borges en la tapa. Seguro es poeta, ¿no? Y yo no soporto
más al grandote que me habla de rugby, autos y ropa cara. Lástima, tu
amigo se lo perdió por boludo. Mandale un beso".
miércoles, 7 de agosto de 2013
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ResponderEliminarsoy yo!
¿Que ashé, mamurri?
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