Sus amigos del barrio, los de
siempre, los que lo acompañan desde que pateaba pelotas en la vereda
(mal, por cierto) y los que tal vez lo llorarán en la tumba, lo llaman
así desde que una mina lo basureó en el boliche de moda. "Ay, sos bajito
y feo. Pareces una migajita". Tuvo la mala suerte de que El Negro
estaba al lado y escuchó. Todos lo supieron en segundos…
Encajaba
perfecto. Pocas veces tan bien puesto un apodo. Sus escasos 160
centímetros contornean una figura desgarbada, desprolija y desprovista
de todo tipo de encantos. Es bueno, casi como el pan, pero no tanto. De
tan chiquito no llega a ser migaja. Y, para completar, muestra una
bipolaridad llamativa entre una sobria adultez matizada con acciones
infantiles. Sus amigos, los del barrio, los que nunca lo toman en serio,
no entienden como tiene una colección completa de películas de Disney,
Pixar y cualquier dibujito animado que salte a la pantalla grande. De
Woody a Wall-e, todos.
"Negro, tengo un problema", le dijo pocos días
atrás en el café de la esquina. "¿Qué te pasa, Miga?", le preguntó el
Negro sin sacar la vista del Olé. "Me dejó Lorena. No sé, dijo que se
fue el amor. Para mí tiene otro". Casi sin perturbarse, apenas
levantando la viste de la información de Racing, le contestó: "Mejor,
pelotudo. Esa mina te estaba zarpando. Pagate una puta y listo. Te
recomiendo la del pent-house de Recoleta. Anotá el número".
Migajita
agarró una servilleta y copió. Por inercia, no por convicción. Nunca en
su vida había pagado una puta. Aunque ese no era el problema. "La
extraño, Negro. Se fue hace tres semanas. Es la única mujer de mi vida.
Es la mujer de mi vida… No le dije a nadie porque los muchachos me
cargan siempre. Pero la extraño". Ahora sí El Negro dejó el diario
deportivo a un lado. Lo miró fijo, le dio una cachetada sonora y le
espetó: "Es una mina. Hay muchas. ¡Reaccioná!".
Migajita pensó que se
había equivocado en contarle al Negro. Pero, ¿a quién más? La vieja
está vieja. Con su hermano no se habla desde la muerte del padre. Con el
psicólogo no va para adelante y sí va para atrás. Los otros muchachos,
Rodri, Pilu y Juancito, se le hubieran cagado de risa en la cara. Aunque
sea el Negro lo escuchó, aunque no tuvo la respuesta esperada y la
cachetada dolió.
Al mes, justo al mes del portazo de Lorena, Migajita
se preparó para una gran tarde de sábado. Compró un kilo de helado,
mitad de sambayón y mitad de cerezas, y sacó de la videoteca tres
clásicos de los clásicos: Nemo, Cars e Hijitus. Siempre le gustó
Hijitus. Hasta le salía bien la voz de Larguirucho y su "blá más fuerte,
que no te escucho". Cuando el pote estaba por la mitad, sonó el
telefóno: "Miga, salí de ese encierro, pelotudo. Te vas a morir de tanta
paja que te hacés. Mirá, llamé a la puta del Penthouse y te espera en
una hora. ¡Qué amigo tenés!". Imposible explicarle al Negro que no había
ganas de nada, ni siquiera de masturbarse.
La escena se repitió al
mes siguiente. Esta vez, el Negro lo amenazó: "Si la dejás clavada de
nuevo la mina no me atiende más. Y yo a vos te cago a piñas". Migajita
agarró la última remera que compró, la de Le Era del Hielo 3, la
campera, se peinó para atrás y salió rumbo a Recoleta. Décimo piso de un
edificio de 10. "Pasá", le dijo. "Está bueno, eh", fue lo primero que
salió de la tímida boca de Migajita elogiando el bulo. "¡Mirá que buena
vista!". Jamás le hubiera dicho nada a ella, la puta, pese a que
desbordaba sexualidad y belleza por cada uno de sus poros.
"Ponete
cómodo, Miga", lo invitó. Trabajadora talentosa e incansable, esta vez
falló. "Perdóname. Vos sos hermosa. Tenés una tetas muy lindas. Pero
justo hoy, hace dos meses, se fue Lorena. Y la extraño. No sé, la
extraño. Mucho. ¿Soy muy boludo, no? Mejor me voy".
Llorando
despacito como para no molestar, Migajita se puso los calzoncillos, los
pantalones, la remera, los mocasines lustrados, y se fue. Llegó a planta
baja, le agarró frío, y se dio cuenta que se había olvidado la campera.
Subió, tocó timbre, y sin levantar la vista por la vergüenza que tenía,
le rogó: "Por favor, me olvidé la campera". Escuchó el ruido de sus
tacos ir y volver. Agarró la campera, dio medio vuelta y sin despegar
los ojos del piso, llamó al ascensor. "¿Me invitás?". "Qué?". "Sí, Miga,
si me invitas al cine". "¿Qué?". "La Era del Hielo 3, no la vi. ¿Vos la
viste?". "Cinco veces. Pero no entendí el final... Es un chiste". "¡Ja,
ja, ja! Vení mañana a las 19 que termino de laburar y vamos".
Migajita
se fue con la sonrisa más grande de su vida. Dos cuadras después, sonó
su celular, con la música de Los Simpsons. "¿Cogiste, pelotudo?", le
preguntó El Negro. "No. Algo mucho mejor. Pero dejá, no lo vas a
entender".
Esa noche, se masturbó como nunca antes lo había hecho. Y se durmió mientras miraba Monsters Inc...
domingo, 18 de agosto de 2013
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Hay demasiada dulzura ahí, excelente redacción. Muy bueno!.
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