jueves, 19 de abril de 2012

HdP 2: La Ley Del Embudo

Le gustaba tanto pero tanto la frase que la hizo remera. Es más: la hizo emblema de vida. Con letras blancas, tipografía times new roman, cuerpo 96, decía sobre fondo negro: La Ley Del Embudo. No quedó ahí: se hizo una blanca con letras negras, una amarilla, una roja, una azul... Tenía una colección por colores y formatos. Orgulloso, las paseaba por la ciudad y, si alguien le preguntaba, desarrollaba su teoría cual filósofo de bodegón.
En su casa, tenía todo acomodado en una carpeta. Tres separadores clasificaban el rubro: rubias, morochas y pelirrojas. En cada uno, una nueva subdivisión: pelado, gordo, petiso, hueco, presumido, canchero, insoportable. Había más, pero ahí encajaban la mayoría de los hombres de la Ley. En una libreta, iba anotando durante el día cada caso que veía por la calle, y luego, por la noche, lo volcaba en su registro. No sumaba los de la televisión, diarios o revistas: él tenía que ser testigo de la consumación del hecho. El anotador tenía la cara de Borges como tapa, porque una vez se enamoró de una frase suya: "La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica". Y, por supuesto, también la hizo emblema de vida.
"¿Y para qué te sirve todo esto"?, le preguntó su amigo Juan, cerveza y rabas de por medio. "No lo tengo claro, pero sé que algún día me será muy útil. Un libro, un estudio sobre el pensamiento de la mujer, contestar la pregunta del millón que se hacía Freud, o algo. Eso, algo. Pasará algo, estoy seguro". Y hablaba y hablaba sin parar hasta, feliz, cerrar con lo que para él implicaba el dato más asombroso de su estudio: "Rubia tetona con pelado-petiso. Esa es la fórmula que más se repite". Juan se agarró la cabeza, picó la última raba, hizo fondo blanco de cerveza y le dijo: "Estás muy loco. Pasado mañana es viernes, te paso a buscar y vamos al barcito del centro, a ver si pescamos algo. Coger te va a hacer bien. Ponete una remera normal, por favor".
El jueves pasó con pena, sin gloria, y una rubia-petiso y una morocha de ojos verdes-millonario cincuentón para agregar a la estadística. El viernes sorprendió con una rareza: pelirroja despampanante-flaco insípido. "Para el guinnes", le dijo a Juancito en el bar. "Guarda esa libreta. Acá adentro no me hagas pasar papelones. Vamos a hablar con esas dos de ahí, que están buenas, tienen minifalda y fuman. Si fuman, cogen seguro. A ver si ligamos algo una vez".
Que como te llamas, que de donde sos, que estudiás, que música escuchás. Lo de siempre, en el mismo orden para que no se altere el ecosistema mundial. La cosa no iba mal: dos sonrisas femeninas en cinco minutos promueve, cuanto menos, alguna esperanza. Las chicas se fueron al baño, de a dos, como siempre. "¡Vamos bien, vamos bien!”, se entusiasmó Juan. "Che, a mí no me gustan ni un poco. Tienen buenas piernas, pero nada más. A mí me gusta aquella de pelo muy cortito y tetas grandes. A mí me gustan las tetonas, ya sabés, Juan. Pero está con se patovica de cuarta. Ves, cuando llego a casa anoto: pelo muy cortito-patovica. Esa fórmula no la tengo".
Por causa de fuerza mayor la charla debió interrumpirse. La fuerza mayor era la del patovica que se paró delante de los dos y les dijo: "Che, ustedes dos, ¿qué miran tanto?". ¿Hacer frente o huir con elegancia? Juancito, rápido, tomó la decisión: huir con elegancia. "Nada, soy promotor de una agencia de modelos y pensaba en que tu novia podía sumarse a mi staff", inventó. "No es mi novia. Todavía no es mi novia. Pero ya la estoy impresionando. Va a ser mi novia. Y no, yo no acepto tu propuesta, ella hace lo que yo quiero".
Las chicas volvieron del baño justo cuando el patovica regresaba con la de pelo muy cortito y tetas grandes. "¿Con quién hablaban?". Juancito, siempre rápido, contestó antes para evitar un papelón: "No, nada. Es un conocido que nos debe algunos favores y nos vino a agradecer. Lo que pasa es que...". "Perdonen chicas, me voy, no me siento bien". Juan casi a los gritos, le espetó: "¿Quéééée´? ¿Cómo que te vas? Guarda esa libreta de mierda y vení acá. Si cruzás esa puerta a mi no me ves más. Listo, no me ves más. Nunca más. No somos más amigo. Perdonen chicas, está loco. ¿En qué estábamos?".
Varias cervezas después, con la noche perdedora tirando la toalla, mientras subía la escalera para ir al baño, Juancito vio como los buitres de la mesa de al lado ya se empezaban a chamuyar a sus ocasionales compañeras. "Ni diez segundos esperaron los turritos. Me levanté y ya atacaron", se decía mientras meaba y tarareaba un tango triste y melancólico. Tango, al fin. "Perdón", dice al salir del baño, tambaleantemente borracho, cuando casi se llevó por delante a... la de pelo muy cortito y tetas grandes. "Todo bien, te esquivé justo. Che, ¿tu amigo se fue?". Juan no entendía la pregunta. No estaba tan pero tan borracho, lo que pasa es que la pregunta le resultaba incomprensible. "¿Se fue tu amigo?". "Ehhh, sí, ¿por?". "Nada, me gustaba su onda. Aparte tenía una libreta en el bolsillo con Borges en la tapa. Seguro es poeta, ¿no? Y yo no soporto más al grandote que me habla de rugby, autos y ropa cara. Lástima, tu amigo se lo perdió por boludo. Mandale un beso”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario