jueves, 12 de julio de 2012

HdP 17: De silencios y palabras

En la mesa, dos cadáveres: el de una tira de asado y el esqueleto de una pata de pollo. Además, dos papás fritas sobrevivientes y los restos de un tomate ignorado, perdedor ante la lechuga y la cebolla. En la mesa, la estela de las palabras dichas con gusto a derrota.
-Tenés que olvidarla. Ya van nueve meses. La vida sigue.
-No puedo. La pienso todo el tiempo. Es el amor de mi vida...
-No, la idealizás. Mucho. Demasiado. Ni siquiera vivieron juntos. Nunca. Hay que seguir. Tenés que salir.
En la mesa, siete días vividos y malgastados y una charla repetida. De nuevo, un puñadito de fideos despreciados y, enfrente, en el otro plato, las migas de pan cómplices de los ñoquis a la bolognesa que ya no están. Y, las palabras, siempre las palabras que, de tan repetitivas, aburren.
-Estás siempre parado en el mismo lugar. Peor: en vez de avanzar, retrocedés.
-Es la mujer de mi vida. Lo se...
No valía la pena insistir. Mejor el silencio como toda respuesta negativa. Hay silencios que dicen todo. Más que mil palabras que nunca enderezaron ni enderezarán el desamor de una historia de pasión nacida para ser así, torcida y desviada. Fue un verano de juventud, apasionado e infinito. Con promesas de mil y una noches, de mil y una vidas juntos. Hasta que los pedazos de ese sueño roto se desparramaron por el piso.
El azar hizo el resto. Ya de grandes, señora y señor de cuatro décadas, el destino se burló del recuerdo y los puso de nuevo frente a frente. Un subte perdido y un recuerdo encontrado en el vagón siguiente. Unos segundos de miradas. Varios minutos de abrazos y besos.
Lo que siguió fue todo muy rápido: amantes a escondidas y proyectos a contramano. Si de jóvenes sus vidas iban por veredas distintas, ahora directamente no coincidían ni en la misma calle. Pero el amor es tuerto y el enamoramiento es ciego. El vio lo que quiso ver y no vio lo que la venda de sus ojos le impedía. Se quedó en el pasado y en los sueños soñados. Y se olvidó de que enfrente estaba una mujer casada, con una hija recién adoptada, y con un corazón clínicamente lastimado que latía cada día con menos fuerza.
Ella vio lo que quiso ver y vio una vida imposible de desenredar. No había hilo suficiente como para tejer una nueva. Entonces, cortó por lo sano: "Adiós y buena suerte, hasta el próximo subte". Se fue. Se calló todas las palabras del teléfono del mail. Ni una respuesta al celular mudo. Desapareció de todos lados, menos de su cabeza.
"No entendés, nunca me vas a entender. Es el amor de mi vida, no importa nada más”, repitó por enésima vez antes de aquel viaje laboral. En el plato, no quedaba ni una pizca de la milanesa napolitana. "A la vuelta, asado. Y a la vuelta, salimos a un cabaret. O al cine aunque sea", se le retrucó buscando quebrar la muñeca en la pulseada de su alma.
Hubo silencio. Un silencio que hablaba. Latía. Gritaba. El mismo silencio que, a la vuelta, con el asado frustrado, fue el dueño del mundo cuando se escuchó del otro lado de la línea teléfonica: "Murió ayer. Me avisó la madre. Y yo estaba afuera. No la veía hace meses. Ni siquiera pude despedirla. Se fue. Se me fue el amor de mi vida".
No valía la pena insistir. Mejor el silencio como toda respuesta afirmativa.

2 comentarios:

  1. Me encantó! qué necio es siempre el corazón no?. Creo que todos, en algún momento, hemos sentido la sensación del amor de nuestra vida perdido.

    ResponderEliminar
  2. Seria mas facil si muriera? si te llamaran a decir no esta mas? el silencio dice mas que mil palabras, pero si los amantes no estan y el vacio de la mesa persiste no te niegues a escuchar el maldito celular. Nada se pierde, es uno quien se pierde el cambio de una nueva posibilidad. Si es que el amor no murio, entonces no lo mates.

    ResponderEliminar