Ya van 35
días que no sale ni en la matutina, ni vespertina, ni en la nocturna. No
entiendo que está pasando. Debo estar engualichado o una de esas cosas raras
que andan dando vueltas por ahí. Es la peor racha de todas, la peor. Porque
aquella vez del invierno de 2003 fueron 31 días nada más. Y ahí sí, en la
nocturna, el 93 a la cabeza. Al otro la invité a cenar con esos pesitos, y
bueno, eso, pasó lo que pasó…
Si mañana
no sale yo le juego a otro, ya lo decidí. Al 18 no, porque me trae malos
recuerdos. Y eso que gané. Muchas veces gané. Pero no tenía ni ganas de ganar.
Viste que a veces pasa, ¿no? Ganas y no querés ganar. Que loca es la vida, pucha.
Perder y ganar. Siempre. Parece un partido de fútbol, ¿no? ¡Pucha!
Cinco
veces en una semana salió el 18. Toda la semana siguiente. Cuando Juancito el
agenciero vino a darme el pésame, le dije: “Jugame el 18 toda la semana. La
sangre”. Después me olvidé y cuando volví a salir a la calle, Juancito me paró
y me dijo: “Abel, tenes un pedazo así de guita que ganaste!” Y me abrazo
fuerte. Yo no lo abracé. No tenía ganas. Hace mucho que no abrazó a nadie yo.
Porque no tengo ganas. O no sé, tal vez tenga ganas. Pero no tengo a quien.
Ricardito
está en Estados Unidos. Me manda plata, eso sí. Pero nada más. La última vez
que vino fue hace dos años. Con sus hijos. Dos gringos los chicos. Casi no hablan
castellano. Encima vinieron y descendimos. Vos podés creer esa mala suerte?
Justo justo que vienen, descendimos. Los gringuitos no entendían como un viejo
como yo podía llorar tanto. Claro, ellos son distintos. Son de otra forma, otro
cultura. No se crían con nuestra pasión. Pasamos por un kiosco y dijeron: “Hot
Dog!” Ma que Hot Dog, pancho, nene, pancho!
Ellos,
los gringuitos, me miraban llorar y se reían. Tenía unas ganas de matarlos,
mirá… Pero eso no fue lo peor. No, no, no, no. Ricardito también se reía! Podés
creer que se reía? No aguante y le dije… Bueno, no, reconozco que le grité un
poquito. “¡¡Como le hacés esto a tu padre!! ¡¡A tu padre!! ¡No te acordás cuando te
llevaba a la cancha y te compraba la garrapiñada, y nos abrazábamos en los
goles! ¡Sos un ingrato! ¡Un ingrato! Ni siquiera viniste al entierro de tu madre!”.
A los
gringuitos no les gusto que yo haya gritado. Le dijeron algo al padre que no
entendí. Jom, algo así. Ese idioma de mierda. Jom, jom. “¡Que jom ni jom!”, les
grité yo. “Su padre y yo estamos hablando”. A los cinco minutos se fueron. Al
otro día Ricardito me llamó por teléfono y me dijo: “Adelantamos el vuelo. Nos
vamos esta noche. Me salieron unas asuntos de negocios urgentes”. Y se fueron.
Ni saludaron. Se fueron Ricardito con sus dos gringuitos…
¿Vos podes
creer que ni siquiera vino a darme un abrazo de despedida? Nada. Nada de nada.
Ingrato! Si no fuera mi hijo no le hablo más. Pero un padre siempre perdona,
porque siempre espera. Pero a veces no hace bien esperar. Esperar te mata. Yo
ese día esperaba ese abrazo. Nunca llegó. Y sí, un poco me mató…
Un poco a
la noche lloré. Los hombres lloran. Los machos lloramos. Así, desde el alma.
Hacía mucho que no lloraba. Un poco. Pero esa noche me vinieron todas las ganas
de llorar y lloré. Un poco me estaba mejor y había mejorado el corazón. Fui al doctor
y le dije: “Me duele acá en el pecho y en el corazón”. Me metieron un montón de
cables, de cosas raras… Pero me dijo el doctor: “Fuerte como un toro”. Y sí,
soy fuerte como un toro. Siempre fui fuerte. Bueno, casi siempre.
Y el
doctor también me dijo: “Amigazo, usted tiene otro dolor. Su dolor es de otra
cosa. Porque no va a un psicólogo? Acá en el PAMI tenemos algunos muy buenos”. “¿Yo al psicólogo? No, no. ¡NO! Estás loco doctor que yo voy a ir a un psicólogo. No,
eso es para locos, yo no estoy loco! Los que tienen problemitas van al
psicólogo. Yo no tengo ese tipo de cosas raras. No me lo vuelva a decir porque
me enojo”.
Y me fui…
Llegué y le dije a Juancito: “Jugame al 22 a la cabeza. El loco, sí. Seguro que
sale”. No salió. Como tampoco sale el 93. Hace como 35 días que no sale. Yo lo
juego desde que la conocí a Ofelia. Le fui a comprar las facturas a la panadería
como todos los días y era su primer día de trabajo. Tenía la sonrisa más linda
de todas las sonrisas. Así de grande, y con los dientes blancos. Muy blancos.
Me enamoré enseguida. Y yo de chiquito ya era un poco timbero, así que fui y me
fije que número era el enamorado. El 93…
A la
semana me aceptó la invitación para salir y la lleve a pasear por el Rosedal.
Nunca nos separamos, hasta que… Bueno, eso… Hasta qué… Yo le dije: “Tirate el
paso, Ofelia. Tirate ahora que están locos y tiran”. No sé que se quedó
mirando. Siempre miraba. Y bueno, un solo balazo fue… ¡Pucha che, si me hubiera
hecho caso tal vez no me dolía el pecho! Le dije “tirate, tirate al piso!” Le grité!
Un solo balazo y chau. Chau su vida. Chau mi vida. Una cosita así de chiquita
es una bala y termina con algo tan grande… Ya van 10 años…
Y el puto
93 que no sale hace 35 días… ¿Vos podés
creer? 35 días ya! Debo estar engualichado...
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