sábado, 23 de junio de 2012

HdP 15: Cosa de Mandinga

"¡Ni se te ocurra!". Un ovejero alemán, dos dobermans, tres pitbulls, una pareja de coker y, tirando de las sogas del paseador, delante de todos, como líder de líderes, el beagle. Orejón, simpático, panzón, cara tierna y mala fama, todo eso reunido en un currículum de cuatro patas. "Mirá, una vez yo paseaba uno llamado Roque. El loco vio algo de comer arriba de un placard, se quiso subir, se cayó y se rompió todo. Se quebró la columna. Antes, la dueña me contó que había dejado un pan dulce en la cocina y, en un descuido, se lo comió todo en segundos. Se hinchó y como es bajito y de patas cortas, la panza le llegó al piso. No pudo caminar por un par de días. Son todos así, dementes".
Quería tener un perro. Había elegido esa raza, beagle, pero sumaba descreditos en cada palabra. Algo así como el peor criminal con la cara más angelical. Cada consulta sumaba puntos en contra y años de cárcel en un juzgado. "Son enfermos de la comida. Este me abrió la puerta del horno y se me bajó una docena de empanadas", escuchó en el parque, mientras el acusado miraba con cara de yo no fui. "Es una raza de campo, así que son hiperkinéticos. Si lo sacás a dar una vuelta manzana, no sirve de nada. Lo tenés que cansar bien. Dos hora smínimo de paseo para que el tipo llegue y duerma. Y además, maduran más tarde", escuchó en la veterinaria.
"Hasta los dos años tuve que esconder todo porque me destrozaba lo que encontraba, ahora esta grande y es más tranquilo. Igual, el otro día me rompió un par de zapatilas nuevas. Se comió la punta y los cordones como si fueran fideos", escuchó de boca de la china que paseaba a su beagle, que no paraba de jalar la correa como si creyera tener la fuerza de un elefante. "Pará un poco, Pekín", le gritó mientras el muchachito de cuatro patas tiraba y tiraba.
La sentencia llegó con la vecina de al lado. La bonita vecina de al lado. "Mirá, esta me volvió loca de amor y también de nervios. Son así: los amás y los odiás a la vez. Como los hombres, ja". Hizo una pausa de sonrisa encendida y cautivante, y siguió. "Te cuento: yo tuve que comprar dispositivos especiales para cerrar la heladera, porque esta guachita se dio cuenta que ahí estaba la comida y se las ingeniaba con la pata para abrirla. Son los perros que usan en los aeropuertos para detectar si alguien trae comida del exterior, ¿sabías? Unos verdaderos salvajes. Como los hombres, ja".
No hubo caso. El amor es más fuerte y, en esa primavera, el beagle le ganó al coker y a cualquier otro peso mediano que se le haya querido subir al ring de su vida. Le puso Mandinga, en honor a un viejo goleador de su club. Y fueron de aquí para allá. Corrieron en pastos, chapotearon en charcos, comieron en parrillas, jugaron en arenas, nadaron en mares... Un enojo por destrozos, una caricia al alma por un buen momento. Uno y uno, como la vida. Como las personas. Dar para recibir. A veces más, a veces menos.
El cachorro hizo de las suyas en el verano, fue creciendo en el otoño y ya era todo un señorito en el invierno. ¡Hasta había aprendido a andar solo por la calle sin perderse! ¡Hacía caso! Su dueño, mientras, desplumaba las estaciones del corazón sin más besos que los lamidos en las manos cuando había que limpiar los dedos con comida, o los de la mañana, en la cara, cuando era la hora de salir a la calle a ver qué deparaba la vida en la vuelta al parque. Y así, los dos, giraban y giraban en busca de sus futuros, en este juego de oler destinos en cada vereda, en cada árbol, en cada rincón.
"Ey, me había dicho el portero que también te habías comprado un beagle, pero nunca te vi. Es hermoso. Mirá Lola, un amigo para cuando quieras tener hijitos, ja". La vecina de al lado –la bonita-, estaba radiante. Lola también. Unos hablaron. Otros se olieron. Unos rieron. Otros movieron el rabo. Unos se pasaron el teléfono y quedaron en una salida al cine. Otros dejaron de chusmearse cuando, por seguir al carrito del cartonero que dejaba restos de comida a su paso, Mandinga caminó varias cuadras masticando los restos de los restos. Se perdió en su laberinto, masticando los restos. Y se encontró con su nueva vida. Miró para atrás, quiso volver, pero ya era tarde. Siguió sus instintos hasta el próximo hueso.

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