sábado, 14 de septiembre de 2013

Hotelandia

Cuatro décadas atrás, a 100 kilómetros al norte de la capital, se fundó Hotelandia. El paisaje era inmejorable, con las sierras rodeando todo, hacia cualquiera de los cuatro puntos cardinales. Para acá, un río caudaloso. Para allá, una cascada briosa, feliz de regar todo con su fruto hasta desembocar en un laguito de plácida agua tibia.
La ruta ya había dejado de ser un problema. El viejo camino rocoso, casi intransitable, se asfaltó al tiempito del nacimiento. El progreso y el éxito del proyecto hicieron que en pocos años el gobierno de turno asfaltara el camino. El micro que dejaba a los visitantes a cinco kilómetros sin poder avanzar más por la espesa vegetación, llegaba ahora hasta la estación de la ciudad. Hubo un almacén, después tres, y ahora gobierna un súper chino. Y negocios, y bares, y restaurantes, y hasta una modesta pero digna sala de cine. El último estreno fue Batman, con 80 personas en la sala, 20 asientos libres y ningún incidente reportado.
El progreso había sorprendido a los fundadores de Hotelandia. Algunos acompañaron el progreso de la villa desde el primer día hasta hoy. Otros dejaron a las próximas generaciones seguir las huellas. Ya no eran aquellos jóvenes pujantes. Se habían convertido en estos viejos que miraban la vida pasar, esperando nada y todo. El tiempo pasa, y en una mano ofrece todo y en la otra nada. El secreto es saber elegir...
Cuatro décadas atrás, tres jóvenes rebeldes se cansaron de todo y concordaron empezar de cero. Decidieron fundar la ciudad de los hoteles temáticos. Eran tres, para empezar, aunque le siguieron muchos más que fueron mimetizándose con las necesidades de los tiempos. El último es el hotel Caniggia: es furor entre quienes el estrés los golpeó y necesitan desenchufarse y poner su cabeza en blanco una semana. También está el hotel político, construido en tiempo récord con dudosos fondos: todos mienten. Si el conserje dice que el hotel está lleno, entonces está vacío. Para la cena, al que pide milanesa lo entienden y le traen ñoquis. Pero está por cerrar: evasión impositiva, otra mentira.
La vida ha llevado a los entusiastas fundadores por distintos caminos, hasta volver a reencontrarlos este miércoles de primavera, con un asado en el medio de la nada, para festejar los 40 años de Hotelandia. "¿Te acordás el que quiso hacer el hotel temático del dulce de leche y lo tuvo que cerrar por invasión de bichos?", recordaban riendo entre anécdotas. "¿Y el que hizo el hotel temático punk y se lo destruyeron los huéspedes en dos días?".
Palabra va, palabra viene, las palabras siempre terminan apuntando a uno, como dardos cargados con el veneno de la verdad. Confesión va, confesión viene, las confesiones siempre desnudan a las personas, pero después dejan el alma sin pesos, sin presiones, sin más estigma que el de la libertad.
El dueño del hotel del amor cuenta: "Me fue bien. Pude vivir, darme gustos, trabajo nunca faltó y según mis estadísticas mantuve un 75% de ocupación en todos los años. Pero tuve que asesorarme todo el tiempo, muchos consejeros, muchos balances altos y bajos. Es lindo, estoy contento, pero el esfuerzo es agotador".
El dueño del hotel de la moda narra: "Yo tuve épocas de cinco hoteles, otras en las que tuve sólo el inicial. Fue y vino. Mucha inversión, ustedes saben. Que la ropa así y al año siguiente no se usa. Que el paddle y al año siguiente no más paddle. Que los videoclubs. Que Lady Gaga. Que la militancia... Ustedes conocen cómo somos las personas: nos dejamos llevar como un rebaño sin saber nunca quien es el pastor que baja las órdenes. Eso es lo que menos importa. La clave es ser parte del rebaño y seguir".
Hubo un silencio. La mesa ya estaba servida. Las achuras a punto, las ensaladas bien condimentadas, a la carne le faltaba un poquitín. En el aire, sólo el sonido de los pájaros. "Te toca, che". El dueño del hotel de los corazones rotos, introspectivo, como siempre, sabía que tenía que dar la receta de su éxito: una cadena en todo el mundo con 100 franquicias, la última en Punta Cana.
-¿Y che? ¡Contá!. 
-Nada, que se yo. Un par de blues siempre sonando, alguna película de esas de llorar en la TV y nunca fotos de mujeres en las paredes. Mi hotel es solo para hombres. Por eso es un éxito. Son mejores clientes. Más duraderos. Más fieles.
-Pero che, sólo con eso no podés hacerte millonario.
-Es cierto. Tal vez la clave, entonces, sea que nunca busque la fórmula mágica. Seguí el instinto, seguí la vida. Fue un negocio de sentimientos. Y nunca se rompió.

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