miércoles, 27 de mayo de 2009

El Parrillero

Le dije: “Dame un pollo con papas fritas”.

Me dijo: “Tengo tres pechugas, maestro. ¿Te va?”

Le dije: “Sí, dale, todo bien”.

Con el parrillero de la otra cuadra no habíamos cruzado más palabras que: “¿Jugoso o a punto?”. “Jugoso”. No tengo idea cómo en el tiempo de cocción del pollo y sin que yo recuerde haberle preguntado nada, me contó su vida. Con un poder de resumen y con una claridad conceptual envidiable.

“Yo vivo en Avellaneda. En lo de mis tíos. De ahí no me muevo más. Me levantó a las siete. Media hora después salgo en la moto y pasó a buscar a mis hijos por lo de mi ex a las 8 por el Abasto y los llevo a la escuela. Después me compró unas facturas y vengo para acá. A las 16, salgo, me voy a buscar a mis hijos a la salida del colegio, y los llevó un rato a la plaza. A eso de las 19 los dejo en su casa. Esta el marido de mi ex y la nueva hija. Pero el chabón no es malo, no tiene nada que ver. Y de nuevo vuelvo a la parrilla, hasta las 12, que cerramos y voy para casa. Así todos los días, pero los sábados cuando salgo a las 12 de la noche los pasó a buscar y me los llevó a Avellaneda porque el domingo no trabajo. Yo doy la vida por ellos. Son todo…”

Hizo una pausa y me dijo: “¿Querés chimichurrí o salsa criolla”.

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