viernes, 9 de octubre de 2009

RG 12: Póker de Karina

-Te apuesto a Karina, gordo pelotudo.
Checho tenía los ojos desorbitados, la voz desagarrada y el orgullo vencido. Le quedaba poco y nada. Más nada que poco. En la mesa, desaparramadas unas docenas de fichitas. En su alma, desparramadas varias derrotas en el juego de la vida. Esta vez, el Gordo era su enemigo de turno. Siempre hay un enemigo de turno para quien necesita vivir en guerra.
-¿Cómo que me apostás a Karina, Checho?
-Sí, Gordo del orto. No tengo plata, y esta mano te la gano seguro. Te apuesto a Karina.
-¡Pero es tu mujer...! ¿Y si gano qué pasa?
Desde hacía varias manos del póker de los miércoles que Karina había dejado de ver la película con las otras esposas para seguir la suerte de las cartas. Los gritos de Checho, el enojo de Checho, todo los males de Checho le habían hecho cambiar la última de Brad Pitt por un par de corazones o de tréboles.
-Si ganas, es tuya por una noche, Gordo boludo... Y si gano, me llevo la mesa y el doble.
En el paño habían no más de 2000 pesos. 2100 con toda la furia. Al Gordo poco le importaba el dinero y mucho le importaba Karina. Era desde siempre su amor imposible y no entendía como podía haberse casado con ese yuppie de alcantarilla. "No seas tonta, vos te merecés mucho más", le dijo una semana antes de la boda. "¿Vos?", respondió ella, sabiendo de antemano la respuesta. "No, preciosa. Yo te haría princesa de todos mis palacios. Pero mis castillos valen poco. Vos te mereces más..."
Karina nunca olvidó esas palabras. Nunca. Por eso, aquella noche del póker eléctrico, miró al Gordo y le movió 4 veces la comisura izquierda.
-Acepto, dijo el Gordo.
-Póker de sietes, Gordo puto.
Fueron unos pocos segundos que parecieron minutos. Los segundos no son segundos cuando el corazón late más rápido de lo habitual. El Gordo, con su mejor sonrisa, mostró sus cuatro nueves.
-Póker, pero más alto. Amigo...
-Hijo de puta. Que culo tenés. Bueno, este quem... Era una joda, vos sabés, en estos casos lo que pasa es que...
Karina interrumpió a su marido y con la voz más dulce del mundo, asomó las palabras mágicas.
-Las apuestas se pagan, mi vida...
Y se fue con el Gordo por esa puerta, ante la mirada incrédula de Checho y los demás. Cenaron en el mejor restaurante del barrio, rieron, filosofaron, y se despidieron con un dulce beso en la comisura derecha, donde algunas horas antes anidó un póker de 7.
Karina hoy es feliz. Se casó de nuevo, empezó su curso de asistente social y tiene proyectos. El Gordo es feliz: sigue siendo el ángel guardián de su amor imposible. "Nací para eso", se consuela ante el espejo cuando la vida le cuestiona tantas noches solitarias.
Checho lleva dos meses en el curso de jugadores anónimos. Pero esta mañana no aguantó y le jugó al 17 a la cabeza.

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