martes, 20 de abril de 2010

RG 27: GPS (Gabriela Paola Suárez)

"Que se joda por hijo de puta", pensó mientras se bajaba la minifalda y dejaba el descubierto la bombacha colaless roja que tan bien le quedaba. "Que se joda por recontra hijo de mil puta. Estamos a mano", se fastidió dos horas después, cuando el sexo con el insípido compañero de oficina, con sabor a venganza y sin nada de gusto a placer, había concluido.
En la vereda del albergue transitorio, pese a que noviembre ya mostraba su noche, Gaby se puso sus anteojos oscuros para tapar la vergüenza del engaño, y le dijo a su amante de ocasión: "Primera y única vez. Y mañana, en el trabajo, ni media palabra a nadie. ¿Entendiste?". El asintió sin importarle, total ya se había sacado las ganas que le tenía desde que la vio por primera vez, tres años atrás, con su largo pelo rubio revoloteándole por sus contornos.
Gruñendo fastidio, se tomó el primer taxi que pasó a media cuadra, no contestó ninguna de las frases cancheras del chofer, llegó, se sacó las botas, preparó las milanesas, y sirvió la comida. Sabía que a su marido le dolía la cabeza, por eso le dejó, al lado de la gaseosa, un vaso de agua con una pastilla blanca.
-¿Que tal tu día en el negocio, mi amor?
-Bien. Bah, mal. Lo de siempre. Poca venta, mucha deuda. Y un enano que me martilla la frente. ¡Qué dolor!
-¿Por qué llegaaste de nuevo tarde?
-Porque nos quedamos haciendo un inventario y después lleve al cadete hasta su casa. Pobre, no tiene un mango y tiene que alimntar a sus dos hijos... ¡Qué dolor, mi cabeza!
-Tranquilo, tomá esto y vas a estar mejor...
Apenas pudo terminar la milanga con fritas. "Me caigo de sueño", balbuceó mientras se iba a la cama antes de que la pastilla para dormir hagan efecto. Se acostó, se tapó, y en cinco segundos ya estaba nocaut. Gabriela aprovechó que el Negro tenía varias horas por delante sin abrir los ojos. Pensó en algo macabro. Estaba segura que él lo engañaba, y creía que era con la pendeja del local de enfrente. "Maldito hijo de puta", le gritó en la cara a su marido, que soñaba el sueño que quería soñar.
"Ya sé. Te cagué, puto". Tomó las llaves del auto, prendió el motor, apretó las teclas del GPS y siguió las indicaciones. "¿A La Boca?", pensó al ver las calles y el camino por seguir. "¿Me cambia por una negrita de La Boca...?". Llegó a destino y en la puerta vio un cartel que decía: "Comedor cominutario: hoy lentejas". Gaby entendió poco. "¿Será cocinera?", pensó mientras una señora de unos 60 años, con mucha cara de buena, se le acercaba.
-¿Te puedo ayudar en algo?
-Eh, sí. No. Puede ser.
-¿Cómo te llamás?
-Gabriela Paola Suárez.
-Decime, me gustaría poder serte útil.
-¿Ves este tipo de la foto? Bueno, yo soy... Eh, yo soy... Una amiga, eso. Y le tenía que dar un mensaje y sé que él viene a veces acá. Creo que conoce a alguien y tiene una relación. O algo así.
-¿Acá? Que raro... No creo, che. Dejame ver la fotito esa.
La señora con cara de buena estalló en una carcajada. Le costó recuperar el aire. Hasta se le escapó una lágrima de la risa.
-Este es el Negrito Suárez. El nos da una gran mano con el comedor. A veces nos da comida, a veces saluda a los abuelos, o a los pobres que vienen por un plato de comida. A veces canta alguna canción... Entendés... Viene cuando puede, porque su mujer no lo sabe, porque a él le da vergüenza decirlo. ¿Cómo me dijiste que te llamabas?.
-No importa. Me voy. Chau.
-Pero espera, rubia. ¿Le pasó algo al Negrito?
-No, está muy bien. Es un gran hombre. Y yo soy una hija de mil puta.
-¿Qué?
Gabriela salió corriendo. Tardó 13 minutos de La Boca a Flores. Pasó 6 semáforos en rojo y 10 en amarillo. Se rompió un taco en el pasillo del edificio en su desesperación por llegar rápido. La conciencia carcomiéndole el alma le había hecho olvidar que en su cama matrimonial alguien dormía bajo los efectos de una implcabale pastilla para dormir. "Soy la peor", se maldijo. Lloró en el baño, allí donde se llora el dolor que no se comparte. Con la ducha escupiendo un agua rabiosa para lavar tanto fuego de sucio pecado que le quemaba por dentro.
A la mañana siguiente, el Negro se despertó con un beso de lengua. "Te preparé el desayuno que te gusta: tostadas con dulce". El sonrió. "Ya no me duele más la cabeza", susurró. "Tranquilo. Yo te voy a cuidar. Siempre. Esto es para siempre...".

1 comentario:

  1. muy tierno, muy lindo... que loco los celos y esas personas que "ven" donde no hay nada...

    "esto es para siempre" ... me hace recordar a lo que postie en mi lugarcito de la estratosfera interneana...

    besos

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