miércoles, 15 de febrero de 2012

Muerte 4: Memoria

Tenía el pelo lacio. Se había hecho dos colitas que le caían de su norte con un inequívoco y bello destino sur. "Sé que te gusta", había dicho un puñado de días atrás. Cualquier mortal se preguntaría: ¿A quién no?
Jugueteaba con sus dedos con uno de los bucles. Enredaba, desenredaba. Una y otra vez. Tal vez nervios. Tal vez, sin querer, para darle más belleza a la belleza.
Tenía los ojos tristes. Ciertamente, no tenía motivo para hacerlos sonreír. Pero igual brillaban. Siempre. La noche tiene miles de ojos que algún astrónomo sabiondo llamó estrellas. Y todas brillan.
Tenía, en especial, belleza. Como a los vinos, los años potencian su sabor. Su cuerpo.
Esa noche. Quizá la última para admirarla, tal vez la penúltima o, sino, una de esas, de las finales... Esa noche, justo esa noche, su belleza estaba potenciada.
Tenía dos colitas y, enfrente suyo, una mirada. Y, también, enfrente tenía una cabeza que le rogaba a su memoria: "No mates esta imagen, memoria caprichosa. Que quede siempre grabada. Siempre. Por favor".

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