"Es que la muerte está tan segura de vencer, que nos da toda una vida de ventaja".
No sólo mueren las personas. No sólo mueren animales, plantas o cualquier ser viviente que habite este planeta.
También mueren los días. Las horas, minutos y segundos. Muere de pena el reloj tirado en un rincón. Nadie la da cuerda, simplemente porque nadie lo recuerda.
Murió el ayer aplastado por el todopoderoso hoy. Y ese hoy morirá cuando llegue el mañana. Porque así es la rueda: un día mata al otro, y al otro, y al otro, enterrándose vivos en las tumbas de la medianoche.
Muere el sol asesinado por la luna. Y revive para matarla al otro día. Y ella revive en la oscuridad, y vuelve a matar. Se pasan la vida en ese cínico juego de matar y de morir, de nacer y revivir. Se aman. Se odian. Y se vuelven a amar.
Muere el muchachito engominado con la rosa en la mano en la esquina vacía, después de mirar 1000 veces su reloj. Llueve. Mucho. Muere de amor y muere de dolor. Después el tiempo lo acurrucará en sus brazos hasta llevarlo hasta la esquina que viene. Tal vez allí vuelva a morir. Tal vez allí viva por siempre.
Muere de tristeza la chica más linda, sentada, sola, con la lágrima pidiendo permiso para salir y no volver. Nadie la saca a bailar por temor al no. El no es un asesino que a la distancia mata cobardes.
Muere de impotencia el impotente. Y en serio, de verdad, muere la verdad ante tanta mentira. Se ruboriza y le estallan los cachetes de bronca contenida.
Y mueren proyectos. Sueños y amores. Esperanzas y tristezas. Odios y broncas. Mueren sentimientos. Y renacen aquí, allá y más allá. Hasta la próxima vida.
lunes, 6 de febrero de 2012
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