La caótica Buenos Aires le carcomía la paciencia una
vez más. A la hora del regreso, el tránsito de la Avenida Córdoba lo envolvía en
su telaraña mortal. Los bocinazos tapaban las noticias que escupía la radio.
Nada nuevo bajo el sol: que la política, que los trenes, que las violaciones.
La rutina de un país bipolar que cambia su foco de atención con demasiada
ligereza.
Esta vez su alma no le pedía las canciones tristes
que acompañaran el viaje. Ni alegres. No le pedía nada más que letargo. Los ojos
perdidos en el auto de adelante y, más allá, el puente. El puente de siempre, esa
mole de cemento gris decorada por decenas de juramentos de amor que quien sabe
si tangueramente luego fueron traiciones. "María y Juan, para siempre…", se
destacaba por sobre los otros uno de letras rojas. "¿Cuánto es para siempre?",
se preguntaba mientras era gobernado por su tediosa rutina del anochecer. "Ser feliz?", leyó en otra pintada, pero no alcanzó a descifrar lo que estaba
escrito delante de esas dos palabras. "Ser feliz? Quién puede escribir eso? Y porqué?..."
Paso todo el día siguiente diciéndose una y 100 veces: "La pintada del puente. La pintada del puente". Pero ese viernes, justo en el
momento del anochecer, su mente viajó hasta un viejo amor. Y cuando volvió, era
tarde. Siempre es tarde. "¡Puta madre, el puente!", refunfuñó dos cuadras
después. Quiso parar, pero se lo devoró un concierto de bocinazos e insultos
que lo obligaron a abrzarse a la rutina de seguir para adelante sin desviar la vista del rebaño.
El fin de semana se fue como arena en los dedos. Igualita sensación de haberlo tenido todo y quedarse sin nada. El lunes no podía
fallar: se ató un pañuelo en la muñeca, se hizo un nudo con un hilo en un dedo
y puso un cartel bien grande en el espejo del auto: "Puente". Imposible olvidarse. Una
cuadra antes bajó de 10 a 5 la velocidad del auto. Sus ojos fijos en
la mole de cemento gris y el mensaje completo: "Querés tener razón o ser feliz?".
La frase le repiqueteó en la cabeza mucho tiempo. Su
significado lo había atrapado tanto como para convertirse en un ley motiv de su
vida. Intentaba aplicar esa disyuntiva en cada una de sus caminatas por la cornisa. Y se
repetía: "Ser feliz". Una y otra vez. Siempre le agradecía el aprendizaje a esa
alma que, quien sabe cuando, se subió a una escalera y le dio inmortalidad a esas
seis palabras y ese signo con forma de garabato.
Más de una vez se preguntó quién habrá sido. Imaginaba miles de
historias de posibles personajes. Un hombre con el corazón destrozado. Un
discípulo de alguna secta religiosa. Un borracho incurable de esos que entonan
verdades entremedio de cada sorbo. Una vieja que volvía de un supermercado. Una
hermosa mujer capaz de desestabilizar cualquier universo…
Cada regreso se había transformado en un culto. Elegía
una canción por día y cinco cuadras antes del puente la ponía bien fuerte, como
tributo a la frase y al autor anónimo. Un jueves, mientras Carlos Solari cantaba
eso de que “el futuro ya llegó”, vio a lo lejos colores distintos en la mole
de cemento. De cerca, la confirmación: habían pintado el puente de un horrible verde
manzana. Frenó su auto en medio de la Avenida Córdoba, lloró de impotencia y
luego se agarró a piñas con un pendejo del súper Peugeot que le tocó un
bocinazo más de lo que su paciencia estaba dispuesta a soportar aquel atardecer.
Consiguió una escalera prestada, compró de urgencia
5 kilos de pintura, y esa misma noche condujo hasta el puente. Dejó el auto en
medio de la Avenida, subió los peldaños de madera que amenazaban con ceder, y
comenzó: primero la Q. La U, la E, la R… Iba por la letra i cuando
una moto tocó la base de la escalera. No hubo forma de detener la caída. El pavimento
lo recibió con toda su dureza. La ambulancia tardó 10 minutos en llegar. La
enfermera le tomó la cabeza. Vio que entreabría los ojos. “¿Estás bien?”, le
preguntó. Su mirada buscó el puente. Vio que la zeta estaba escrita. Y hasta el signo
de pregunta. “Sí”, respondió. Inmediatamente se desmayó.
me pegó fuerte
ResponderEliminarlos puentes me atrapan, desde la mole de hormigón a los que penden de un hilo... no porque si mi blog "puentes de Ro".. gracias por este maravilloso relato