Sábado. Medianoche de sábado. Medianoche de sábado y
en soledad. Como tantos otros sábados, tantas medianoches, tantas soledades. Tanto de nada... La
tele escupe películas baratas. Las redes sociales se enredan de nuevo en el
estéril juego de las palabras. El celular titila los segundos pero no enciende
ningún mensaje. El reloj es de arena; mojada, lenta, impasable. Y en el estéreo
Noble, melancólico, canta: “Mientras haya luces, en el próximo bar”.
La cabeza explota de voces. El oído derecho se deja seducir
por los consejos de noches calmas para mañanas mejores. El izquierdo le repite
una palabra: bar. No hace falta decirle más. Tres letras que desentierran recuerdos
y apuñalan futuros. Y que la buena vida, por un lado. Y que la mala noche, por
el otro. Y en la pelea, se sabe, siempre se va por la izquierda.
Revoleó el control remoto contra la pared. No tuvo paciencia para esperar que el ascensor llegara de planta baja al
tercero. Bajó los tres pisos por escalera. La puerta de calle se cerró de un
portazo. Ya estaba en la calle. Ya estaba en la selva.
El bar, el primero, era lúgubre. Siempre el comienzo
lo eligió lúgubre. Así fue con cada comienzo. Al mozo no hizo falta decirle
nada. Hablaban con las miradas. Se comunicaban con las costumbres. Porque las
costumbres hablan, gritan y pocas veces callan.
El primer whisky fe con cuatro hielos. El segundo
con dos. El tercero puro. Nunca esperó el vuelto. El bar de ginebra esperaba en
la cuadra siguiente. Después de las tres hay oferta de 2x1. Tampoco a ese mozo
hizo falta decirle ni media palabra. Para que, sí ya estaba todo dicho. Ni
siquiera el saludo era necesario. El mundo de la noche no sabe de gentilezas.
Sólo sabe de códigos y de lenguajes subliminales.
Cuatro medidas después, estaba en la calle
desafiando al amanecer. El tercer bar estaba cerrado. “Duelo”, decía el cartel
que se movía de un lado a otro bailando al ritmo del viento. Su olfato lo guió hasta el próximo bar. Nunca
falla: lo que lastima siempre abre las puertas de par en par. Y mientras buscaba
su destino, su próxima copa y la dignidad que había perdido quien sabe donde y
cuando, tarareaba eso de: “Mientras haya luces en el próximo bar…”
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