jueves, 11 de julio de 2013

Cuentos puros: Luces de bar



Sábado. Medianoche de sábado. Medianoche de sábado y en soledad. Como tantos otros sábados, tantas medianoches, tantas soledades. Tanto de nada... La tele escupe películas baratas. Las redes sociales se enredan de nuevo en el estéril juego de las palabras. El celular titila los segundos pero no enciende ningún mensaje. El reloj es de arena; mojada, lenta, impasable. Y en el estéreo Noble, melancólico, canta: “Mientras haya luces, en el próximo bar”.
La cabeza explota de voces. El oído derecho se deja seducir por los consejos de noches calmas para mañanas mejores. El izquierdo le repite una palabra: bar. No hace falta decirle más. Tres letras que desentierran recuerdos y apuñalan futuros. Y que la buena vida, por un lado. Y que la mala noche, por el otro. Y en la pelea, se sabe, siempre se va por la izquierda.
Revoleó el control remoto contra la pared. No tuvo paciencia para esperar que el ascensor llegara de planta baja al tercero. Bajó los tres pisos por escalera. La puerta de calle se cerró de un portazo. Ya estaba en la calle. Ya estaba en la selva.
El bar, el primero, era lúgubre. Siempre el comienzo lo eligió lúgubre. Así fue con cada comienzo. Al mozo no hizo falta decirle nada. Hablaban con las miradas. Se comunicaban con las costumbres. Porque las costumbres hablan, gritan y pocas veces callan.
El primer whisky fe con cuatro hielos. El segundo con dos. El tercero puro. Nunca esperó el vuelto. El bar de ginebra esperaba en la cuadra siguiente. Después de las tres hay oferta de 2x1. Tampoco a ese mozo hizo falta decirle ni media palabra. Para que, sí ya estaba todo dicho. Ni siquiera el saludo era necesario. El mundo de la noche no sabe de gentilezas. Sólo sabe de códigos y de lenguajes subliminales.
Cuatro medidas después, estaba en la calle desafiando al amanecer. El tercer bar estaba cerrado. “Duelo”, decía el cartel que se movía de un lado a otro bailando al ritmo del viento. Su olfato lo guió hasta el próximo bar. Nunca falla: lo que lastima siempre abre las puertas de par en par. Y mientras buscaba su destino, su próxima copa y la dignidad que había perdido quien sabe donde y cuando, tarareaba eso de: “Mientras haya luces en el próximo bar…”

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