"Mañana reunión urgente. Cena en la parrillita. Código M". El mail salió multiplicado rumbo a varias casillas de correo. El grupo de la
secundaria más algún otro agregado que sumó la vida había creado una especie de
cofradía. En una noche de anécdotas sazonadas con alcohol, a El Gordo se le
ocurrió: “Che, siempre hablamos de minas, de sus locuras, de que no las
entendemos. ¿Por qué no juntamos nuestras historias, más las que escuchamos de
amigos, y las vamos escribiendo, archivando y calificando como si fuera un concurso?”.
Esa noche eran cuatro más El Gordo. Tres brindaron
por la idea y a los dos minutos se habían olvidado porque brindaban. Igual, siguieron brindando. Pero
Juancho lo escuchó y le dijo: "Gordo, es genial. Hoy nace Código M. Eme de
minas, mujeres…". "Ah, pensé que hablabas de maniáticas...". Rieron fuerte y
arrastraron al auto a los borrachos que cantaban a los gritos: "Código M,
cogemo' como nene’! Código M,
cogemo' como nene'!".
Cinco años después, con menos pelos y más canas, el
Código M era un suceso que había multiplicado historias y participantes. Se
trataba de un archivo de 1493 páginas, clasificadas de tres maneras distintas
para su búsqueda: nombre de autor, nombre de maniática y/o puntaje. Esos cinco
jinetes del apocalipsis, domadores de noches y borracheras, eran los que
puntuaban de acuerdo a su gusto y antojo. Y nadie podía protestar.
Marcelita estaba primera. Conoció al pibe en un
boliche, fueron juntos a un telo de mala muerte y poca vida. "Cogimos bien, pero no genial", calificó él. A la
mañana siguiente ella, desayunando en Once, con el rimel algo corrido, le dijo: "Creo que sos el amor de
mi vida. Bah, no lo creo. Sos el amor de mi vida".
Claudio tenía varias bien
rankeadas. Las llevaba a su casa levemente desordenada, les tocaba algunas cancioncitas con la acústica, les ponía viejos
discos de vinilo de Led Zeppelin y esperaba sus vulgares reacciones. Una le empezó a hablar de casamiento. Otra se desmayó. Todas caían en la trampa. Y Claudio ganaba por
goleada en el rubro nombre de autor.
Aquella noche en la que El Gordo mandó su Código M, agregó una palabras: "Urgente".
Estoicos y siguiendo al pie de la letra el reglamento que prohibía adelantarse
al relato, nadie preguntó nada durante el día. La tentación era grande: El
Gordo pocas veces había alimentado el ritual. Una vez dijo que una mina lo dejó
porque sí. Pensó que iba a rankear alto, pero ocupa el último puesto cómodo. "Gordo, sos muy obvio. Es mujer, ¿esperabas coherencia?", le soltó Juancho.
No importó nada de la lógica y la ilógica: al volver a su casa, El Gordo lloró. Mucho.
Pero esta vez fue distinto. Todos escucharon el
relato de El Gordo en silencio. Incluso Pepe, carnívoro voraz, dejó de masticar y tuvo que
comerse los riñoncitos fríos, un sacrilegio para sus ritos sagrados. "Salimos 4
veces. Apenas si cogimos. Ella tiene 100 problemas y 101 vicios. Le ofrecí ayuda de 102 modos.
La tomó. Le gustó. Se encariño. Me dijo que yo le hacía bien, pero…". Juancho
interrumpió: "Sí, Gordo, lo de siempre: muchas minas tienen esa patología que
las lleva a elegir lo que les haces mal y rechazan lo que les pueda hacer bien. Seguro volvió con algún drogón. ¿Para eso
tanto alboroto, pibe?".
El Gordo tomó aire, y siguió: “No, boludo, no me
interrumpas. Hoy no me interrumpas. La última salida estuvo muy bien. Ella dijo
que se sentía en confianza. Sonrió más que en las anteriores. Yo pensé que el proceso de
conocimiento iba algo lento, y que no sabía si me interesaba o no porque no llegaba a conocerla. Pero bueno, después de la locura que viví con mi ex, estaba muy
bien así".
El Gordo hizo una pausa. Pepe aprovechó y comió
cuatro riñones de un saque. Los otros apuraron vasos de vino. Sabían de qué
trataba la pausa. Con las historias de su ex, El Gordo metió varios top ten
juntos. No eran historias de risa, por cierto. Suspiró largo, y siguió: "Después de esa salida se borró. Apareció 4 días después. Me dijo que estábamos
en algún tipo de relación y que ella no quería estar en un tipo de relación.
Que por eso se alejaba, para cuidarme". Otra pausa. "A ver si entienden: ¡me
enteré por teléfono que estaba en una relación, me enteré por teléfono que
estaba terminando esa relación, y me enteré por teléfono que lo hacían para
cuidarme, aunque yo no pedí que me cuiden y menos de esa manera!. ¿No es genial?
¿No merezco el primer puesto?".
Esta vez el comité evaluador tardó un poco más de lo
habitual en dar la calificación. Después de los postres, El Gordo sumó los
puntajes, promedió y protestó: "¡Ey, tacaños, no llego ni al top ten!". Juancho
tomó la palabra: "Es buena historia, Gordo. Casi top ten entre miles, no seas
exigente. Si para vos merecía más, quedate con eso. El valor de cada historia es el que uno le da".
De postre pidieron
helado. Y se fumaron un porro.