lunes, 15 de julio de 2013

Cuentos puros: Mundos paralelos

Tardó un largo rato en conseguir su objetivo. Y no le fue fácil: debió luchar contra miles de rivales que querían lo mismo. Exactamente lo mismo. Así son las cosas: se trata de la primera gran batalla de la vida. Un ganador, el resto perdedores. Y no hay donde presentar la queja. Como si se tratase de un anuncio de lo que vendrá después en este mundo que fue y será una porquería tanguera.
El también tardó un largo rato en conseguir su objetivo. Y no le fue fácil: debió luchar no contra miles, es cierto, pero sí contra decenas de rivales que querían lo mismo. Exactamente lo mismo. No fue su primera gran batalla de la vida; pero sí la más importante. Fue muchas veces perdedor, hasta que le tocó ser ganador. El mundo fue tantas veces una porquería tanguera, hasta que se hizo puro y bello rock and roll. Como ella…
Al fin lo consiguió. Llegó a la meta y el encuentro fue glorioso. Sublime. Imaginaba algo bello, pero nunca tanto. Imaginaba campanas sonando, alfombras rojas, mariposas volando y toda la cursilería que pueda comprarse en el almacén de los lugares comunes. Todas e incluso algunas más.
El también, al fin, lo consiguió. Llegó a la meta, a sus labios, a su cuerpo de porcelana. Y sí, el encuentro fue glorioso. Sublime. Imaginaba algo bello, pero nunca imaginó que la belleza, esa belleza femenina, lo iba a conmover hasta las lágrimas. Imaginaba campanas sonando, alfombras rojas, mariposas volando y toda la cursilería que pueda comprarse en el almacén de los lugares comunes. Pero no suponía que iba a brotarle esa lágrima, caprichosa y rebelde, que le dijo adiós al ojo para recorrer la mejilla y caer rendida en las sábanas perfumadas.
Sintió tocar el mundo con las manos que no tiene. Con el alma. Con cada milímetro de su pequeñez. Paradojas del destino: un campeón y miles de derrotados. Como para ir sabiendo de qué se trata esto que llaman vivir. Ya desde la concepción nos imponen reglas crueles en este juego de dados, casilleros y destino. Pero él festejaba: su vida de espermatozoide había concluido para darle vida a una nueva vida.
Sintió tocar el mundo con las manos que sí tiene, con el alma, con el corazón y con cada poro de su piel. Con cada milímetro de su ser. Paradojas del destino: tantas veces fue derrotado y hoy es campeón. La esperó en la primaria, en la secundaria, en los viajes de juventud, y hasta en su divorcio. La soñó vestida y desnuda. Riendo y llorando. De otros y suya (al fin suya). Vio como probaba y probaba con decenas de rivales. Eran sus rivales. Se construyó un castillo de paciencia y supo que esa era su mejor aliada. Como para ir sabiendo de qué se trata esto que llaman vivir. Y así, con sus reglas caprichosas e incomprensibles, jugó su juego con sus dados, sus casilleros y especialmente su destino. Eso: su destino. Porque siempre defendió eso de que cada uno construye su propio destino.

Finalmente juntos, aquella noche, celebraron borrachos de placer. Tantas veces vencidos, esta vez vencedores. Los dos, Santiago y su espermatozoide…

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