lunes, 29 de julio de 2013

Dulcinea en el bar del infierno

(Otro viejo cuento que el autor tiene ganas de publicar. Este es de 2009. Es ficción, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia).

Dulcinea temblaba. Bah, no se llamaba Dulcinea, pero le decían así. Bah, tampoco le gustaba que le digan así, pero ya estaba acostumbrada. Pero eso sí: Dulcinea temblaba. Mucho. Demasiado.

Parada en la puerta del bar del infierno, su cuerpo tiritaba. No había viento y el sol brillaba. Pero ella tiritaba como un pichón sin nido. No era frío. Era miedo. No, tampoco era miedo. Era pánico.
"¿Entramos, bonita?". Apenas escuchó la voz. Apenas. La puerta vaivén seguía cerrada. Por su cabeza desfilaban varias puertas más. Unas metálicas. Otras de madera. Grandes, chicas, medianas. Algunas rechinaban, otras brillaban relucientes.
Pero las puertas no son distintas por sus formas. Son distintas por lo que esconden. Nada más mentiroso en el mundo que una hermosa puerta que promete la entrada al paraíso y dentro esconde el pantano más horrendo. Malditas puertas que invitan a cielos celestes y noches estrelladas, y que en su interior sólo tienen nubes, nubes y más nubes. Y tormentas. Temerosas tormentas.
Dulcinea sabía de puertas. Mucho. Demasiado. Sabía de puertas mentirosas, de puertas con promesas de Quijotes que finalmente escondían peligrosas aspas de molino. Abrió, abrió y abrió. Y después desesperada tuvo que buscar los cartelitos verdes de las salidas de emergencia. Tantas puertas hipócritas la habían hecho experta en fobias. Un curso acelerado que nunca quiso realizar. Pero la vida, insobornablemente terca, da clase de lo que quiere sin pedir permiso. Y maneja a sus alumnos como marionetas a merced de los hilos de su antojo. Enseña lo que nadie quiere aprender. Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida...
Por eso, paradita en la puerta del bar del infierno, Dulcinea temblaba sin parar. Eso sí: no lloraba. Le habían enseñado un truco para que las lágrimas no se escapen. Y lo sabía de memoria. Además, tarareaba una canción que la sentía como propia: "Si me cansé de llorar, fue porque en las lágrimas no encontré salida".
"¿Entramos, bonita?". Le tomaron la mano y le abrieron la puerta. Cerró los ojos y juntó coraje. Caminó dos metros y se dejó llevar. Se animó a mirar. De a poco. Muy lentamente. El infierno tenía luz. Linda luz. Y flores. Y paredes coloridas. Y música. Y una voz que le decía:
-¿Qué querés tomar?
-No sé, lo que vos pidas va a estar bien...

1 comentario:

  1. Conclusión;
    puertas con promesas de Quijotes que finalmente escondían peligrosas aspas de molino.
    Tantas puertas hipócritas la habían hecho experta en fobias. Un curso acelerado que nunca quiso realizar. Pero la vida, insobornablemente terca, da clase de lo que quiere sin pedir permiso.
    Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida...
    Increíble como logró tipear en letras parte de una vida. Siempre me cautivo leerlo.
    Buena semana CABALLERO.. (cuanta responsabilidad asumió con esas 9 palabritas)) :)Mua

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