Como el público se renueva, y porque al autor tiene ganas, repetiremos el primer cuento que nació de esta cabecita para este espacio. Fue escrito en junio de 2009, se título "La Condesa", y dice así:
"Perdedor. Yo tengo lo que vos querés…"
Con
impecable traje negro, Alex miró a ese pequeño ser que había osado
insultarlo. Burlón y sádico, le dedicó una de sus típicas respuestas con
sobredosis de arrogancia. Minutos antes se habían visto por quinta y
última vez después de convivir una semana en una despiadada carrera por
conseguir ese puesto gerencial.
Quizás fue el perfume importado. Tal
vez los anteojos último modelo. O, porque negarlo, la marca registrada
de sus ojazos celestes en un rostro con infaltable cama solar. Todo
esto, más una simpatía innegable al hablar y varios postgrados bien
pagados, inclinaron la balanza para el muchachito de la película. Lo
esperaba un sueldo de cinco dígitos en moneda extranjera, viajes, tres
secretarias de curvas llevar y poder. Mucho poder. El mundo en sus
manos.
Tenía planeado un sábado de festejo en su piso de Belgrano. A
su estilo: amigos, música, tragos, drogas y mujeres. No necesariamente
en ese orden. Para mejor, por la noche la suerte le sonrió: colorado el 5
más negro el 10, dos plenos seguidos bien cargados y a cobrar. Mucha
suerte para un solo viernes. La morocha de Asia de Cuba, con sexo oral
en el baño, fue de yapa…
"Negro, querido. Esta noche hay joda loca.
Llamá a los chicos. Prepará todo para unas 10 personas. Paga la casa".
Juani, el Negro, tiene una capacidad fantástica como organizador. Nunca
falla. Pero sonó la musiquita de El Golpe en el celular de Alex, y todo
cambió. "¿Venís esta noche?". Era La Condesa. Así se hacía llamar, y así
figuraba en la tarjeta que le dio aquella noche de auto a auto, después
que el muchachito la siguiera unas 30 cuadras por Libertador en su
descapotable. Era una obsesión. Imposible combatir contra el mix mujer
más obsesión.
"Negro, arrancá vos con todo y con todos. Yo llego más
tarde", decía el cartel en la puerta de su casa. Alex, mientras, con su
mejor ropa de sábado a la noche, tocaba el timbre de la casona vieja.
"Me invito La Condesa", dijo. "Sí, pasa, son 20 pesos". Pispeó la gente
desparramada en el patio. Se sintió extraño. Muy extraño. ¿Esa nena de
21 hablando con ese viejo? ¿Y esa gorda así vestida con tanto cuero
reluciente? ¿Ese pibe está desnudo y tiene un collar en el cuello? ¿Qué
es esto, man? Muchas preguntas y pocas respuestas.
Sus ojazos
celestes vieron como parte de la gente se amontonaba en una puerta. Sus
185 centímetros lograron espiar: era una pequeña habitación y se veía a
una chica de piernas largas. Alex se abrió paso casi intempestivamente.
No es un lugar común: se frotó los ojos para corroborar que todo era
cierto. Sí, era ella. La figura de La Condesa estaba esculpida en un
vestido de látex, con botas de plataforma de no menos de 15 centímetros.
Brillaba...
Látigo en mano, castigaba a un gordo panzón que le
chupaba las botas. Mientras, le espetaba a un pelado que obedeciera. "No
te muevas", gritaba mientras la cera de la vela enrojecía el cuerpo del
varón depilado. La suela puntiaguda apretaba los testículos de un
hombre flaco, enmascarado, con collar en el cuello. “Esclavos, de pie”.
Se
incorporaron y uno a uno fueron pasando, cabeza gacha, detrás de La
Condesa. Cuando la dama pasó cerca de Alex, éste intentó acariciarla.
Recibió como respuesta un empujón y un escupitajo. Quedó inmóvil. Pálido
en su tostado de cama solar. Cuando pasó el tercer esclavo, notó que
los ojos del encapuchado se clavaban en los suyos.
-¿Qué miras, pelotudo?, le dijo Alex.
-Perdedor… Yo tengo lo que vos querés…
domingo, 7 de abril de 2013
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