jueves, 15 de agosto de 2013

Pan y circo

"Estuviste fantástica. Tengo mucho espectáculo visto en mi vida. Vos brillás. Tomá, esta es mi tarjeta. Escribime. Tenés futuro".

Roberto Moyano, manager artístico, www.rmproducciones, el teléfono y el mail. Eso decía en la tarjeta más lujosa que había visto en su vida. “Uh, debe ser importante”, fue lo que llegó a pensar en ese puñadito de segundos hasta que de atrás, con un grito, la levantaron por el aire y sus piecitos no tocaron más el piso. "Preciosa, ¡que bien! ¡El trapecio, la soga, todo! ¡Sos una genia, mi amor!". Continuó un beso de varios segundos y le dio el abrazo más grande de todos los abrazos.
Media hora después pudo relajarse. Ya habían pasado todas las felicitaciones familiares y todas las de sus amigos. Hasta algún que otro desconocido, le levantó el pulgar tras la función. "Me cambió y vamos", le dijo a su prometido, que como ostentosa respuesta le mostró la tarjeta de reserva del lujoso restaurant donde la lleva para celebrar noches especiales. Allí, por ejemplo, a la luz de las velas de una noche primaveral, él le ofreció casamiento. Un minuto tardó en llegar el sí. "Te quedaste muda. Seguro es la emoción", le dijo esa vez... "Sí, ehhh.. Sí, sí claro”, fue la respuesta.
Nunca llegó a ver la tarjeta. Sus ojos estaban lejos, haciendo una recorrida por todo el lugar. No vio a nadie: ya estaba vacío. Insistió con otra mirada: nada. No hay peor vacío que el que no se quiere ver. Por eso, probó una tercera. Allá, al fondo, vio una silueta que la saludaba. "¡Sí, vino. Y seguro me va a saludar y a decir bombona!", pensó mientras el corazón galopaba como en momentos especiales, solo cuando hay cosas que motiven ese galope único y emocionante. Pero no: era el cuidador de Circo Beat, que sacudía la mano en ese inequívoco gesto que pide celeridad.
El pequeño camarín lucía algo oscuro. Por eso lo revisó de punta a punta cinco veces. Por las dudas. Las flores y los bombones de su prometido yacían en el suelo. No había nada. Había muchas cosas, pero no lo que esperaba. Era la peor nada, la que no da lo que se espera.
Una lágrima le recorrió la mejilla mientras se cambiaba y se ponía el vestido escotado que tanto le gustaba a él. Se pintó los labios, se peinó, los anillos, las pulseras y salió. "Uy, las flores". Volvió a entrar para levantar las rosas, pero olvidó los bombones. "Mi vida, que linda vestido escotado. ¿Especial para mí?". "Sí, ehhh. Sí, sí, claro".
La luna estaba más llena que nunca, tanto que no hacía faltan los faroles de la noche para iluminar la escena. "Mi amor, ¿no me escuchaste? Llevás varios segundo ahí parada. El auto está para allá". Quieta en la puerta, no se atrevía a poner un pie en la vereda. Miraba para todos lados. Una y otra vez. Y otra. Buscaba y buscaba. Miró la luna llena y lo de siempre: la maldijo. Subió al Mercedes negro de vidrios polarizados y, melancólica, hurgaba por cada rincón de la calle mientras todo quedaba atrás. Todo. Absolutamente todo.
"Mirá, pedí que preparen el pan que tanto te gusta. Para una perfecta artista de circo, el pan perfecto". La respuesta fue una sonrisa tibia y un beso casi frío. Una hora y dos champagnes después, ya en el momento del regreso, tuvo que responder la pregunta que no quería escuchar: "Mi amor, fue una noche fantástica. Tu primera actuación en público, ovacionada... ¡Te aplaudieron de pie! Pero no sé, te noto algo triste. ¿Estás bien?". "Sí, ehhh. Sí, sí claro". "¿Segura? Algo raro te pasa, te conozco...". Usó un viejo truco femenino: un beso de esos rabiosos, de lengua intrépida, de labios mordidos. Un beso como el mejor bálsamo. "Mmmm, que rico. Te como toda, ¡preciosura!".
En el viaje de vuelta se quedó dormida. Será por eso que, somnolienta, al entrar al departamento, no vio el sobre tirado en el palier que decía: para la chica del quinto B. "Uy, mirá, una nota para vos. Seguro es de una vecina que te felicita. A ver...". El texto era corto, escrito en computadora: "Los sueños son el alimento del alma. Sabía que ibas a llegar. Mandale un beso grande a tu porvenir, bombona".
No necesitaba más nada. De nada. "¡Que linda nota! Lástima la vecina no firmó. ¡Qué boluda! Ey, no llores, tonta. Bueno, sí, fue un día de muchas emociones. Vamos arriba y te hago unos mimos muy lindos, ¿querés?". Diez segundos después, cuando pudo recuperar el habla, contestó: "Sí, ehhh... Sí, sí, claro"

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