viernes, 27 de noviembre de 2009

RG 16: Elizabeth, Beethoven, Malena y Manzi

Jadeaban. Gemían. Gritaban. Lamían. Tocaban. Besaban. Uno penetraba. Otra recibía. Ambos componían la más perfecta arquitectura humana que dos seres en estado de ebullición pueden ofrecer. Esa lengua extendida para devorarse esa gotita de transpiración que intrépidamente bajaba por su pecho erguido. Ese dedo movedizo e inquieto que urgueteaba por los rincones más oscuros del esqueleto femenino.
Y esa boca pidiendo más. Exigiendo más. Rogando por más. "Dale, dale, dale". Una palabra triplicada en el juego del deseo. El juego en el que los dos quieren ganar, pero sin que el de enfrente pierda. Los dos ganan. Los dos pierden. Extraño juego este del sexo...
Y esa otra boca respondiendo por más. Garantizando más. Y, también, coincidentemente rogando por más. "Tomá, tomá, tomá". El pene iba y venía en movimientos frenéticos. Con ritmo. Chocando a drede con paredes decoradas con éxtasis.
La mano roja de cachetear esa nalga nacida para eso, para ser cacheteada. Algunos pelos arrancados por un indecente pedido. Las respiraciones agitadas de tanto frenesí. Las almas a punto de estallar por el aire en mil pedazos.
-Quiero acabar con vos, papi.
-Dale, puta, dale que vamos juntos.
Cada palabra que se decían no era casual. Nunca son casuales las palabras, ni las buenas, ni las malas.
-Llego, llego. ¡Llego hijo de puta!
-Dale, vamos pendeja. Vamos juntos...
-Sí, sí, siiiiiii...
El extasis fue interrumpido por un sonido.
-¿No apagaste el celular, pelotudo?
-Me olvidé, perdón.
-¿Y desde cuando tenés Para Elisa en tu celular? ¿No tenías la marcha peronista, vos?
Matías se quedó quieto. Esa cama que ardía ahora era hielo. Puro hielo. Pocas cosas peores que las camas con sábanas de seda que esconden un hielo palpable. Acá era al revés: lo esencial era visible a los ojos.
Malena y Matías remaron unos días más. No hubo caso: no se puede remar en medio de un remolino. Por teléfono cortaron esa relación de seis meses que tan bien venía. Que tanto prometía. Y que, paradoja del destino, tan rápido acabó pese a que en esa noche de lujuria inconclusa no acabaron.
"No entiendo que mierda te pasa. ¿De qué tiempo me hablás?", le ladró ella. No hubo respuesta... Sí hubo respuesta: el silencio. La nada.
No fue casual el desbarranco después de escuchar el llamado con la sinfonía de Beethoven. Elizabeth fue un rabioso amor de verano. Desapareció sin avisar, dejando 100 promesas y 101 dolores. Reapareció sin avisar, trayendo 100 dudas y 101 ilusiones.
A la mañana siguiente Matías la llamó a Eliza. Al mediodía ya estaban encamados en un hotel. Uno, dos... Tres encuentros de dos almas deseosas de coger como animales. Sin romanticismo. Sin besos suaves ni palabras románticas. Sólo con salvajismo. Estaban en celo como gatos en la madrugada. Como perros abotonados. Nada más. Nada menos.
-Esta vez no te voy a dejar nunca, dijo ella en medio del festejo guarro de los dos meses después de aquel carnal reencuentro. En ese momento, mágicamente y por esos caprichos que impone el destino, un sabio experto en terquedad y en locuras, el Polaco Goyeneche cantó desde el celular de Matías: "Malena canta el tango, como ninguna...".
-Acabame, exigió la tetona siliconada.
La respuesta fue el silencio. La nada. El sexo estaba terminado. La pasión, también.
Matías es como tantos: quería lo que no tenía. Defecto de muchos. Un viejo tango ya sonaba en el estéreo de su humanidad. "Tal vez allá, en la infancia, su voz de alondra tomó ese tono oscuro de callejón; o acaso aquel romance que sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol..." Manzi dixit.

2 comentarios:

  1. me encanto "papi" ! jajajaja (exijo derechos de autor ¿?)
    cuan cierto hay en que uno quiere lo que no tiene.... muy cierto...
    me encanto el juego que hiciste con una frase " lo esencial era visible a los ojos."

    cuidate!

    beso

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  2. Muy bueno Caballero.

    Es tan común que la gente quiera lo que no tiene, que hasta diría que es una característica del ser humano.

    Besos

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